Entre las Farc y la pared

"Santos está entre la espada de las Farc y la pared de una opinión pública harta de que no avance."

En estos días, las Farc han vuelto a dedicarse a lo que mejor saben hacer: matar y seguir matando, destruir, dañar los ríos y campos de este país y afectar a miles de colombianos humildes, esos mismos que los comandantes del grupo criminal alegan defender. El espectáculo de decenas de camiones cisterna cuyos conductores fueron obligados por la organización terrorista a derramar 200.000 galones de petróleo que contaminaron veredas y ríos del Putumayo es apenas la más reciente imagen de la escalada sangrienta con la que ‘Timochenko’ y sus secuaces pretenden presionar al Gobierno para que haga más concesiones en la mesa de La Habana.

Por cierto, me extrañó el silencio de los ecologistas ante semejante crimen de lesa humanidad medioambiental. Con una o quizás dos excepciones, los mismos que –muchas veces con razón– denuncian con vehemencia a las empresas industriales, agrícolas o mineras por afectar el ecosistema miran para otro lado ante el repugnante ataque de estos forajidos. No he oído las voces ‘verdes’ –ni en la radio, ni en la televisión, ni en las redes sociales, ni en las columnas que tienen en los diarios– alzarse para señalar con dedo acusador a las Farc. Es prueba de esa condescendencia de la que gozan los guerrilleros de parte de algunos sectores.

Pero, en fin, allá ellos con su conciencia –digo, los ecologistas, porque los terroristas no tienen–. Mejor sigamos con el análisis. Con esta serie de ataques, las Farc están volviendo a cometer el mismo error con el que, a lo largo de más de 30 años de intentos fallidos de negociación para una salida pacífica, han reventado una tras otra las sucesivas mesas de diálogo desde tiempos de Belisario Betancur. Ese error, hijo de la prepotente miopía desde la cual pretenden entender a Colombia, consiste en pensar que la mejor manera de lograr concesiones en la mesa es a sangre y fuego.

No se dan cuenta de que con ello lo único que consiguen es reducirle al presidente Juan Manuel Santos el margen de maniobra que necesita para seguir adelante con la negociación. Un margen de maniobra que se estrecha a diario, justamente por culpa de las criminales embestidas de las Farc. En vez de servir para presionar la aceptación de sus demandas en la mesa, la oleada violenta de los terroristas indigna a la inmensa mayoría de los colombianos, dispara la incredulidad sobre el éxito de la negociación y alinea a la gente en contra de cualquier nueva concesión del Gobierno a la guerrilla.

De paso, al presidente Santos estas acciones lo dejan mal parado, entre la espada ensangrentada de quienes las perpetran y la pared de una opinión pública que ha perdido la poca tolerancia que le quedaba ante la soberbia crónica de las Farc. Acertó el saliente ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, el que mayores logros militares obtuvo en décadas de lucha contra las Farc, al decirles a los comandantes que eran “unos burros”. Aunque, claro está, estos pobres animales no tienen la culpa.

Estamos en junio y el acuerdo definitivo no asoma. Lo dijo hace pocos días el expresidente del Gobierno español, el socialista Felipe González, defensor constante de la negociación. En un mensaje a los delegados en la mesa de La Habana y, tras declararse preocupado, sentenció: “No queda mucho tiempo”. Colmada como parece estar la paciencia de la opinión, ¿cuánto falta para que se colme la del Gobierno?

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