Entre Maquiavelo y Fouché

¿Existe una escuela ideológica o política donde se pueda clasificar a Juan Manuel Santos, Presidente de Colombia? Intentar hacerlo es tarea de laboratorio, porque en materia de colores el camaleón se escurre entre el follaje del bosque. Unas veces parece verde de esperanza, otras rojo de conveniencia y otras color beige con manchas negruzcas como el uniforme de la fuerza naval. Sin embargo su estilo de mando está marcado por una consigna: “no confrontes a nadie, no le niegues zalemas a todos,no te bajes los calzones delante de las damas”.


Nacido en cuna de ganadores y de próceres civiles, representa la alta donosura de la campiña sabanera y paramuna que fundó el adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada. Su afición por el poder es genética. Para lograrlo le basta su tenacidad en el trabajo político que es de amplio espectro a lo largo de su juvenil apariencia. Delicado gourmet de cenas y recepciones en embajadas, está en la lista de los señoritos de salones aristocráticos donde se codeaba con los pares suyos descendientes de la fronda bogotana. Catador de los mejores licores importados, no se excede en la ingestión ni se recuesta en los hombros de las féminas que suelen pajarear en los clubes festivos y en las recepciones oficiales. Guardador de composturas, es elegante en el trato con ellas, pero no conquistador de corazones a granel. Usa lociones finas de madero hervor y rechaza las esencias dulzonas de las marcas gringas. Sus corbatas de seda italiana, no siempre articuladas con mancornas severas, prefiere la demagógica pinta de remangarse la camisa y despojarse de la corbata para posar de sencillo burgués. Nunca en su exitosa vida ha gastado suelas hasta acabarlas. Así que sus zapatos se terminan con la moda y no con el uso.


Su habilidad para el progreso personal no solo proviene del destino manifiesto centralista y parental, sino que su disciplina emite destellos interesantes de observar. Juan Manuel era gago de profesión. Su dificultad en el hablar lo atribulaba y hubo momentos en el pasado donde la tristeza sublingual lo deprimía en el cuarto del baño. Pero su tenacidad lo llevó a superar la tartamudez que lo agobiaba. Ahora poco se le nota en los discursos. Por lo tanto los colombianos debemos estar orgullosos de que logre hablar de corrido frente a la bronca y torrentosa verborrea de su nuevo mejor amigo. O en cambio escuche con su marrulla de perro doberman, las aventuras políticas de las relaciones exteriores encomendadas a la directora ejecutiva de Unasur.


Juan Manuel Santos no es definible ni ubicable en el marco de una filosofía política actual, aunque se supone que tiene bases sólidas en la doctrina demo-liberal. Por ahora se presenta como un izquierdo-centrista acomodado a las circunstancias vecinales y a una moda que recorre el continente luego de las dictaduras militares del cono sur. Pero las condiciones del orden público colombiano lo encapsulan en una imagen oportunista donde le juega por el ala izquierda a la mamertería y por la derecha a la inseguridad democrática y a la Fuerza Pública. Con “nadadito de perro”, como dicen por estas tierras.


Lo que se advierte, sin lugar a equivocación, es la reconquista del poder central de la nación por la plutocracia bogotana de tradición virreinal en la sangre y de formación capitalista financiera en lo económico. Con Juan Manuel se posicionan las familias que desde la república señorial venían al mando de la nación y que no tolerarán más que los paisas, santandereanos, vallunos o costeños les compitan o los suplanten en el ejercicio de su “determinismo histórico”. Un espeso menjurje de Maquiavelo y Fouché abreva a diario el Presidente Santos. Para que quede claro: cuando se trató de designar el reemplazó del defenestrado alcalde Moreno Rojas para Bogotá, se escogió a su socia de clase y pedigrí, aunque fuera comunista, pero de la inconfundible casta que nos gobierna. Nada de plebeyos. Todos patricios.


 


Jaime Jaramillo Panesso

Blog Debate Nacional, Medellín, 28 de agosto de 2011


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