¿Es culpa del Presidente o de las nuevas circunstancias?

Gobernar nunca ha sido fácil, sobre todo en una república democrática donde existe una división de Poderes con pesos y contrapesos. Aunque los presidentes tengan un proyecto claro de lo que quieren hacer, necesitan los votos en el Congreso para aprobar su agenda. Ayuda mucho si el partido del Presidente tiene mayoría en ambas cámaras. Pero esto es raro que ocurra en un sistema presidencial. Es común que los mandatarios enfrenten condiciones de gobierno dividido donde la oposición controla por lo menos una de las dos cámaras. No obstante, durante mucho tiempo leímos que el sistema estadunidense tenía condiciones particulares para que el Presidente consiguiera los votos que necesitaba en el Congreso, aunque los legisladores fueran opositores. Había un sistema de quid pro quo. Entre la Casa Blanca y el Capitolio se negociaba y llegaban a acuerdos. Nadie, en la historia moderna de ese país, como el presidente Lyndon B. Johnson para dicha labor por una razón: conocía a la perfección los intríngulis del Poder Legislativo al haber sido, durante muchos años, líder en el Senado.

“Vota mi legislación y a cambio te doy presupuesto para la carretera en tu distrito”. “Apóyame con el Presupuesto y a cambio nombro a tu primo juez federal en tu estado”. “Si tu votas en contra, yo mando un gran candidato a tu distrito para ganarte la próxima elección”. Yo te doy esto a cambio de esto o yo te castigo si no me apoyas. Esas eran las fórmulas que hacían funcionar a Washington. Pero esto ya no opera en estas épocas. El Presidente demócrata no se pone de acuerdo con una Cámara de Representantes controlada por los republicanos. ¿Por qué ya no funciona el sistema tradicional?

Muchos creen que se debe al estilo personal de gobernar de Barack Obama. “Se dice que es un político renuente: distante, insular, desconfiado, arrogante, inerte, poco dispuesto a agasajar a sus aliados en el campo de golf o de aplicarles un palo nueve de hierro a sus enemigos. No conoce a nadie en el Congreso. Nadie en la Cámara o en el Senado, nadie en las capitales extranjeras le teme. Da un gran discurso, pero no entiende el poder. Es un mal ejecutivo. ¿Acaso no parece como si odiara su trabajo? Y así sucesivamente. Esta es la comidilla en Wall Street, en la calle K, en el Capitolio, en las oficinas corporativas y el consenso del ciudadano común y corriente”. Así lo resume David Remnick en su fantástico artículo Going the distance aparecido en el New Yorker de esta semana.

Pero hay otra versión. La del propio Presidente y su equipo de trabajo quienes “consideran que toda esta charla de partir el pan y romper las piernas son puras fantasías. Sostienen que nunca podrían deshacer el nudo gordiano de la política contemporánea en Washington si pudieran invitar a todos los republicanos en el Congreso a jugar golf [con el Presidente] hasta el fin del tiempo, o si pudieran aplicar castigos con implacable regularidad”. ¿Por qué?

Para empezar, a diferencia de las épocas de Johnson, ahora hay una mayor presencia de los medios en la política. Antes un Presidente conseguía el voto de un senador de oposición a cambio de nombrar a su sobrino como juez federal en su estado sin que nadie se enterara. Los medios no seguían estas historias. Pero hoy, con la gran cantidad de medios que existen, inmediatamente se enterarían y “gritarían ¡corrupción!”.

Luego está el asunto de la polarización política a raíz de la radicalización de la derecha del Tea Party dentro del Partido Republicano. No es que Obama no invite a cenar a sus adversarios a la Casa Blanca. Es que ellos no quieren ir. Cuenta Remnick que en 2012 invitó a los republicanos a una proyección especial de Lincoln en la Casa Blanca. “Mitch McConnell, John Boehner y otros tres republicanos declinaron sus invitaciones, pretextando que tenían asuntos legislativos pendientes. En el clima actual, un republicano, especialmente los que enfrentan desafíos en sus lugares de origen de la derecha, arriesga más de lo que gana por socializar o negociar con Obama”.

Entonces, ¿es el estilo personal del Presidente o el contexto el que ha dificultado la gobernabilidad en Estados Unidos? Creo que ambos. Si algo queda claro en el artículo de Remnick es que Obama no es Bill Clinton. No es un político que goce operar las 24 horas del día. Prefiere cenar con sus hijas que con otros políticos. Pero también es cierto que la radicalización de la derecha, más el gran reflector que los medios le ponen a la política, dificultan mucho la cooperación.

Twitter: @leozuckermann

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