Es el tiempo

La paciencia de la sociedad ha llegado a un límite, el país necesita avanzar en otras agendas, y en La Habana están obligados a entenderlo así.

El Gobierno logró darle un vuelco al proceso durante la semana pasada. Los atentados de las Farc, junto con la falta de avances en las negociaciones y las declaraciones desafiantes de los guerrilleros, habían puesto el proceso en su nivel más crítico. Por eso, haber elevado las apuestas a las Farc y que hubieran aceptado un plazo de cuatro meses para resolver el tema de la justicia fue una inyección de oxígeno invaluable.

Hoy en día la variable clave de la negociación es el tiempo. El margen de maniobra del Gobierno se agota, y pareciera improbable que pudiera sostener el proceso más allá de principios del otro año si no hay señales claras de un acuerdo definitivo. La paciencia de la sociedad ha llegado a un límite, el país necesita avanzar en otras agendas, y en La Habana están obligados a entenderlo así.

El gran problema en la coyuntura actual, y en la negociación en general, es la interpretación tan distorsionada que las Farc tienen de la dinámica política del país y del papel que cumplen en esta dinámica. Al reducir lo político a una contradicción de clases, el resto de asuntos de la política nacional quedan relegados a un segundo plano.

La realidad es que la negociación con las Farc no responde a la necesidad de hacer unas concesiones de clase, sino a la necesidad de desmovilizar una guerrilla que entorpece la solución de los problemas del país, incluyendo las innumerables injusticias sociales. Es decir, se cede a la guerrilla no por su capacidad de representación social, como la megalomanía de sus líderes les hace creer, sino por la necesidad de superar una guerra insurgente fuera de cualquier contexto histórico y que es un lastre para la modernización del país. Palabras más, palabras menos, es un chantaje.

La incomprensión de la dinámica política se refleja en el desprecio del tiempo. Para las Farc, las demás agendas del país pueden ser dilatadas indefinidamente porque creen, contra todo sentido de las proporciones, que ellos son los verdaderos representantes de las clases subordinadas en una negociación con el Estado y las élites.

No tenían opción distinta De la Calle y Jaramillo que hacer un ultimátum. Ojalá el Gobierno les deje bien claro a las Farc que es real que “un día pueden no encontrarlos en la mesa”, y no por un capricho de la negociación, sino porque la agenda de la sociedad, que las Farc nunca se han esforzado por comprender, no da más espera.

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