Escepticismo funcional

No creer es más que una opción. Es una necesidad en momentos decisivos para la negociación de paz.

Dígannos como quieran pero dejen ya eso de llamarnos enemigos de la paz. Táchennos de incrédulos, críticos, desconfiados, prevenidos o recelosos. Yo preferiría, honestamente, que a algunos de nosotros nos dijeran escépticos funcionales y ya. Y es que eso somos: colombianas y colombianos con derecho a no comernos enteritas las cosas, a cuestionar, a no creer. Somos ciudadanos con derecho a presionar y a preguntar. Eso de querer convertirnos a todos en un público bobalicón que aplaude porque sí, sin saber qué va a salir detrás de la cortina se ha vuelto una obsesión dañina de algunos políticos y del mismo gobierno nacional que atenta contra el propio proceso de paz.

¡Déjennos incomodar a las FARC! Que sepan que a falta de fiscal que investigue y acuse, hay miles o millones de voces que les reprochan todos los días sus crímenes que, por supuesto, son muchos de ellos de lesa humanidad, aunque a Montealegre le cueste tanto trabajo decirlo.

Permítannos poner en tela de juicio la palabra de las FARC. Si hay algo peor que la tradición sanguinaria de esa guerrilla en las últimas cinco décadas es su cinismo y capacidad de engaño cada vez que desde la sociedad civil les tendemos las manos y con generosidad ofrecemos que nos ‘tragaremos sus sapos'.

No nos llamen estorbos o guerreristas solo por recordarles que será muy difícil que la comunidad internacional acepte un marco de ‘injusticia transicional'. Cárcel física tendrá que haber para los máximos responsables, en granjas penitenciarias si quieren, pero somos muchos los que nos negaremos a que les den una Isla por prisión. Llegó la hora de hablar del capital económico inmenso que tienen y de sincerarse sobre hasta dónde y cómo quieren ‘blanquear' esos dineros. No nos pueden negar el derecho a preguntar por estas cosas desde ya.

Pero, sobre todo, entiendan amigos pacifistas, entreguistas, ingenuos, románticos de la paz, devotos de este proceso, colombianos igual de colombianos al resto de nosotros: el aporte, que como escépticos algunos queremos hacer, tiene una funcionalidad y un fin específico. No decidimos cuestionarlo todo porque sí. No lo hacemos ni siquiera porque nos caigan gordos Santos, De La Calle, Catatumbo o Márquez. Lo hacemos porque entendemos que la mejor forma de apurar las cosas, de ponerle una sana presión a las negociaciones, es manteniendo firme nuestra insatisfacción y pidiendo siempre más.

No creer hasta no ver hechos concretos de paz, es más que una opción. Es una necesidad en momentos decisivos para la negociación y así deberían entenderlo los que en el fondo plantean el unanimismo como alternativa o los que insisten en estigmatizar. Una paz estable y duradera será muy difícil sin una base social que la respalde pero será verdaderamente imposible sin una masa crítica que la ayude a moldear razonablemente y que sea respetada e incluida sin imposiciones.

Frente al dogmatismo de algunos, déjennos a otros declararnos amigos del escepticismo funcional.

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