EXTREMA DERECHA, OTRA VEZ

En la gazapera entre el Ministro del Interior y Andrés Pastrana, más allá de sus diferencias y de las ofensas cruzadas, hay coincidencia en tachar de "extrema derecha" a quienes cuestionan las negociaciones en La Habana. El expresidente en su entrevista en El Espectador, después de sostener, por cierto con razón, que él sí tuvo un "mandato por la paz" y en cambio el presidente Santos no, agrega que quienes discrepan del proceso de paz conforman "un sector radical, de extrema derecha". Carrillo le responde que sería "lamentable" que Pastrana vaya a terminar "alineado con la extrema derecha" y "con ese sector guerrerista que está combatiendo el proceso".

Que los jefes de Estado deben ser cuidadosos cuando se expresan, porque el impacto de sus palabras trasciende el ámbito en que se pronuncian, queda otra vez probado con el incidente. Las infamias, los insultos, las injurias a los contradictores, como las enfermedades infecciosas, se pegan, en particular cuando el transmisor es el primer mandatario.

Y digo que al menos en parte la culpa es de Santos porque fue él quien dio inicio a las calumnias cuando calificó a los críticos de su Gobierno como "la mano negra", los "tiburones", la "extrema derecha". Que su ministro del Interior repita ahora el infundio no tiene entonces que asombrar. Ni que se le haya pegado al expresidente Pastrana, aunque desconcierta que no haya previsto que, al expresar sus propias dudas, también él sería objeto de las difamaciones.

Históricamente la extrema derecha se ha caracterizado por posturas ultranacionalistas y xenófobas y por estos lares no hay ni lo uno ni lo otro. Las otras manifestaciones de la ultraderecha, en cambio, son comunes a la izquierda radical, a la "extrema izquierda": autoritarismo, desprecio por las instituciones y libertades democráticas y, con no poca frecuencia, recurso a la violencia para imponer a los demás sus posiciones. Las extremas creen que el fin justifica todos los medios y que las armas son instrumento válido contra los demás. Por eso, en un proceso mimético, las autodefensas ilegales acudieron a los mismos métodos violentos de su enemigo.

Por eso, aunque no sean idénticas, las dos extremas se parecen tanto que llegan a confundirse. Al final no hay diferencia entre el exterminio nazi, el estalinista, el de los khemer rojos o la purga de Mao en China. Como no hay tampoco entre la violencia contra los civiles, la práctica del narcotráfico y el recurso al terrorismo de las guerrillas marxistas o de los mal llamados "paramilitares".

Por eso debería sorprender que quienes con tanta vehemencia criticaron el proceso de Ralito ahora aplaudan el de La Habana y los que entonces creían que eran pocos los años de prisión para los "paras", ahora propugnen porque los comandantes de las Farc no paguen ninguno. Y que si entonces se indignaban con la idea de que las AUC pudieran hacer política, ahora aleguen que hay que pavimentarles el camino al Congreso a los criminales de la guerrilla.

Pero ya no sorprende, porque está claro que el problema no es de conductas criminales, sino de quienes las cometen. Para la izquierda, la nacional y la del continente, y para quienes desde el Gobierno y los medios buscan su simpatía, hay bandidos buenos y malos, dependiendo de la ideología que profesen.

Lo que sí pasma, sin embargo, es que el Gobierno no tenga reparo en tachar como de extrema derecha a quienes lo critican y al mismo tiempo no le dé vergüenza pedir para la extrema izquierda impunidad y acceso a cargos políticos. A quienes ejercen la libertad de opinión, el derecho a discrepar, el ejercicio democrático a la crítica y al control político al Gobierno, se les estigmatiza, se les infamia y se les calumnia. Y a la izquierda violenta, autoritaria, criminal, que ha asesinado a miles y a miles secuestrado, que ha atacado sin pausa ni descanso, por cerca de medio siglo, los valores e instituciones democráticas, a esa se la premia. En esas estamos.

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