Fatídica refrendación

La definición de paz como ausencia de conflicto es tan insuficiente como peligrosa, pero es la que está implícita tras los diálogos del proceso de La Habana, donde se dan aparentes acuerdos, que solo lo serán cuando el gobierno acepte algunos “punticos” que falta convenir para que el ejecutivo logre la ansiada firma de Timochenko.

¿Le conviene a Colombia la ausencia de conflicto con ese grupo terrorista? Es esa la pregunta que se omite, mientras se esperan milagros pensando con el deseo. Las Farc, en cambio, han sido muy claras cuando afirman que no renunciarán a su ideología marxista-leninista, y continuarán hasta imponernos la revolución, porque para ellos, las conversaciones de paz son un mecanismo para engañar al gobierno y desorientar a la opinión, mientras siguen escalando posiciones que los acerquen a su inmutable meta.

Para su “paz”, uno de los punticos que les falta obtener, es el de dejarles el control político de n zonas de reserva campesina, calculadas en nueve millones de hectáreas. Como Colombia es tan grande, eso apenas representa el 7.86 % del territorio nacional, mientras las proyecciones electorales indican que hay cerca de 120 municipios donde el próximo alcalde será, posiblemente, impuesto por las Farc. No faltarán, entonces, los pragmáticos y los fatalistas, que consideren como un buen arreglo entregar esa “partecita” del país para que, abrumados por nuestra generosidad, en el postconflicto ese grupo se transforme en un apacible movimiento con el cual compartir el poder.

Se me dirá que el gobierno no cederá en los “punticos” que falta convenir. Por desgracia, si quiere culminar el proceso, se verá obligado a ceder, porque las posiciones de las Farc siempre son inmodificables y porque el amor propio del gobernante le hace imposible reconocer las consecuencias de su ligereza y dar marcha atrás.

Sin embargo, el inveterado optimismo hace pensar a muchos que si el gobierno finalmente se equivoca, siempre queda la posibilidad de que el proceso no obtenga la refrendación ciudadana.

Desafortunadamente, nada hay más peligroso que la refrendación por parte del pueblo soberano, porque la política es el arte de conducirlo a donde los gobernantes quieren llevarlo. Desde los tiempos del ágora deliberante, pasando por el frecuente y hábil sistema plebiscitario de Napoleón, hasta llegar a los modernos referendos, los pueblos, con excepciones bien contadas (De Gaulle, en 1969; Pinochet, en 1988), generalmente responden con el SÍ a quien redacta la pregunta, dispone del poder y manipula los medios.

En consecuencia, por equivocado que resulte el acuerdo a que llegue el gobierno con las Farc, el primero obtendrá el consentimiento popular. Solo le falta escoger el mecanismo: El plebiscito, que está enunciado pero no definido en la actual Constitución, o el referendo, que exige para su validez la participación de, por lo menos, el 25% de los ciudadanos. La primera figura no ofrece claridad, y con la segunda se corre el riesgo de que la abstención anule el resultado (como ya se vio con el fallido referendo de Uribe Vélez).

Le queda, entonces, al gobierno, el mecanismo expedito y demagógico de la consulta popular. Según el Artículo 104 de la Carta, “el presidente (…) previo concepto favorable del Senado (…) podrá consultar al pueblo decisiones de trascendencia nacional. La decisión del pueblo será obligatoria (…)”.

De bola a bola. Si al pueblo, masa amorfa e ignorante de sutilezas, se le pregunta algo así como: “Para asegurar la PAZ, ¿aprueba usted el convenio tal de tal fecha, con tal grupo, etc.?”, la respuesta es inevitable por el SÍ, el procedimiento elegido no ofrece resquicios y el convenio adquiere categoría constitucional, vinculante para gobiernos posteriores.

¡Cómo es entonces de fácil, lector amigo, destruir un país con los mecanismos aparentemente más democráticos!

A este propósito, es oportuno citar al señor arzobispo de Medellín cuando afirma en importante y reciente documento: “El proceso de paz es algo muy serio para someterlo a la instrumentación de un plan electoral”.

El tren de la paz de las Farc no se detendrá. Estas, bien complacidas con el resultado del 15 de junio, pasarán, desde luego, cuenta de cobro por su contribución al resultado. En la segunda vuelta, además del apoyo de toda la extrema izquierda, en las zonas controladas militarmente por las Farc los votos favorables al proceso de La Habana superaron ampliamente a los partidarios de la paz sin impunidad.

Se ha observado coincidencia entre esa votación y las zonas de cultivos ilícitos dominadas por ese grupo. Sobre este punto recomiendo consultar el informe y los mapas que publicó El Colombiano, con base en el informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el delito: http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/C/cultivos_de_coca_bajan_en_la_mayoria_del_pais/cultivos_de_coca_bajan_en_la_mayoria_del_pais.asp

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Acabo de recibir, de un magnífico e ilustrado amigo, la definición siguiente atribuida a Baruch Spinoza: “La paz no es la ausencia de guerra. Es una virtud, un estado mental, una disposición en pro de la benevolencia, la confianza, la justicia”.

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Rodrigo Saldarriaga, en Antioquia, llegó a ser sinónimo de teatro, la pasión de su vida. No solo lo construyó como cultura, sino que también lo dotó de bella y acogedora sede. Leal a la disciplina de su partido, no lo traicionó, como otras, en un momento decisivo para Colombia.

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