FÓRMULAS VICEPRESIDENCIALES

De nuevo "la paz" jugará un papel determinante en la campaña presidencial. Ha sido así desde hace años, aunque con más fuerza desde la elección de Pastrana y las famosas fotos de los encuentros con "Tirofijo". Pastrana alegó recibir un "mandato por la paz". Uribe, por el contrario, recogió la molestia ciudadana con los abusos de la guerrilla. Era el único candidato que, aun en medio de la euforia irracional que arrebató a tantos en el Caguán, había expresado su oposición tajante a lo que ocurría. En las urnas cobró con creces su coherencia. Y la mantuvo: le quebró el espinazo a los subversivos. Con Santos la ciudadanía votó masivamente por la continuidad de la seguridad democrática, que rescató al país de la inviabilidad y lo puso de nuevo en la senda del progreso. Pero a diferencia de Pastrana y Uribe, que llevaron adelante en sus gobiernos lo que ofrecieron en sus campañas, Santos traicionó el mandato de los electores. Aun no se había posesionado y ya había puesto en marcha el diálogo con las Farc, con apoyo de su "nuevo mejor amigo".

Es esa traición la que nos trae hasta donde estamos y la que explica el grueso de las acciones de este gobierno, incluyendo quizás el reciente descabezamiento de la cúpula de la inteligencia del Ejército. Como sea, el único hilo conductor de estos cuatro años de ires y venires, de reculadas permanentes, es el "proceso de paz". De la "prosperidad democrática" ya no habla ni el mismo gobierno. Y es sobre "la paz" que Santos ha estructurado su campaña. En una posición maniquea, pero muy efectiva, ha estigmatizado a los críticos de La Habana como enemigos de la paz. Y los ha puesto a la defensiva.

Por eso, para evitar el costo político de ser calificada como enemiga de la paz, Marta Lucía Ramírez eligió a Camilo Gómez, comisionado de paz de Pastrana, como su fórmula presidencial. Una escogencia que tiene tanto de ancho como de largo. Si bien evita la estigmatización, abre un flanco vulnerable del otro lado. La mayoría no tiene buenos recuerdos de la manera en que se adelantó el diálogo con las Farc en aquel entonces. Para rematar, Gómez, a pesar de sus virtudes personales, no aporta manejo político ni votos. Y deja la fórmula excesivamente bogotana. ¿No hubiese sido mejor un costeño como Fernando Araújo, por ejemplo? ¿O un paisa como Manuel Santiago Mejía?

Óscar Iván Zuluaga ha hecho una jugada parecida al designar como su compañero vicepresidencial a Carlos Holmes Trujillo, también exconsejero de paz. Holmes tiene, sin embargo, algunas ventajas frente a Gómez: es político curtido, buen orador, y con cauda electoral propia, a pesar de sus tantos años como diplomático. Y no estuvo vinculado al Caguán. Además, fortalece la propuesta uribista en el occidente del país, donde ha sido tradicionalmente más débil. De manera que la apuesta de regionalizar aun más la fórmula presidencial es interesante, aunque riesgosa. Bogotá, la principal plaza electoral del país, queda descubierta.

En cualquier caso es evidente el contraste con la designación de Vargas Lleras. La llave Santos–Vargas es totalmente bogotana y centralista. Y francamente produce un enorme fastidio que sean nieto y sobrino nieto de expresidentes. El nepotismo de la política colombiana es alarmante. A pesar de todo, tiene sentido electoral. Vargas tiene el conocimiento del país que le falta a Santos y le ayudará a superar el 30% de techo en intención de voto que el Presidente ha tenido para la primera vuelta. Además, vaya ironía, es posible que la percepción ciudadana de que Vargas ha sido duro con la guerrilla tranquilice a algunos de los alarmados con lo que ocurre en La Habana. En todo caso, la escogencia muestra que Santos se veía vulnerable y que quiso blindarse. Lo escogió no porque quiso, sino porque le tocó. Los problemas vendrán después. Si Angelino fue ingobernable, Vargas Lleras lo será mucho más. Por ahí anda en las redes sociales una caricatura que los muestra dándose la mano y la otra en la espalda empuñando un cuchillo. ¿Será cuestión de tiempo?.

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