Gobiernos cobardes

Lamentable, repugnante y triste la actitud de los gobiernos de América que miran con desinterés la caótica situación que vive el pueblo venezolano, secuestrado en su propio país por un gobierno totalitarista, hegemónico y dictatorial, donde se le han quebrantado todos los Derecho Humanos, hay desabastecimiento de alimentos, se le censuran los medios de comunicación oral, escritos y de televisión para impedir que se pueda informar de lo que sucede, se le incita a manifestarse y se le concede el permiso para que se encuentre de frente con la contramanifestación de civiles armados y con órdenes perentorias de disparar a matar a los opositores que marchan contra el régimen. Estas y peores situaciones están padeciendo nuestros hermanos venezolanos a manos de un gobierno chavo-castrista, ilegítimo por múltiples razones y sanguinario.

Entre tanto, los gobiernos de los países que se jactan cacareando su democracia y su Estado de Derecho, no son más que asistentes indiferentes y cobardes a la masacre y a la destrucción de una nación noble y digna. A excepción de los gobiernos que se amamantan desde Chávez con su otrora riqueza de petrodólares convertida en limosnas: Bolivia, Cuba, Nicaragua, Ecuador, Argentina y Uruguay, idiotas útiles que subastaron sus independencias por un plato de caraotas, los demás gobiernos, escudándose en la “no intervención” como fórmula escalofriante para asistir como invitados que se solazan con la barbarie, el crimen y la destrucción, se mantienen en silencio o con declaraciones babosas y a medias tintas.

La OEA desde tiempos denigrantes presididos por César Gaviria, el del amarillo pollito, es un club de turistas advenedizos a francachelas y comilonas para quienes el dolor ajeno les divierte haciéndolo parte de sus reuniones arlequinescas.

Nuestros hermanos venezolanos, además de tener que vivir humillados, asediados, ultrajados y amenazados de muerte por una vulgar dictadura, deben vivir ahora arrepentidos de pertenecer a un continente donde imperan los gobiernos medrosos, falderos e insensibles. ¡Qué vergüenza!

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