Habrá francachela y habrá comilona…

Bombos, platillos, pasacalles, tarimas y pancartas. No, no estamos haciendo la lista de elementos fundamentales para una manifestación política. Se trata del inventario de objetos que registramos en el bochornoso espectáculo en el que se convirtió la “liberación” del periodista francés Romeo Langlois, a quien el presidente Álvaro Uribe ha definido como un profesional del engaño: “él sabe engañar, ojalá no engañe más a Colombia, él sabe que sé por qué se lo digo”, dijo Uribe.

Estamos frente a una absoluta y burda farsa. ¿Habrase visto un secuestro tan breve en la historia criminal de la guerrilla? A Langlois lo agarraron en un misterioso combate y apenas sus captores  upieron de quién se trataba pusieron en marcha el plan. Tenían en sus manos al sujeto indicado para hacer lo que más le gusta al terrorismo: propaganda. El periodista, cuyos trabajos han sido harto benévolos con una guerrilla a la que pretende justificar, se convirtió en el hombre perfecto para unas Farc que están en pleno proceso de paz.

El sujeto “liberado” era el indicado por una muy sencilla razón: buena parte de los grandes problemas que tiene la guerrilla se desprenden de la calificación como terrorista que enhorabuena les incrustó la Unión Europea. Obsesión del secretariado, tal y como puede leerse en algunos de los correos de Raúl Reyes, es precisamente, la de ser excluida de esa lista que tantos reveses ha traído. Pero, ¿cómo hacerlo? Para eso son los emisarios y qué mejor que un “ex secuestrado” que conoce a profundidad “el conflicto armado” y, que además, fue “beneficiario de la bonhomía” de una guerrilla que habiéndolo podido dejar encerrado durante años en la selva, prefirió soltarlo en cuestión de días.

Púsose en marcha la construcción del tinglado. Llamose a la heroína del turbante para que acompañada de los periodistas de aquel canal venezolano que cumple a cabalidad su función de caja de resonancia, hicieran las tomas perfectas. Había que enviar un mensaje contundente: aún somos fuertes, pero, sobre todo, magnánimos.

Para completar la tramoya, se le entregó sofisticada cámara de video al “liberado” para que registrara en ella la experiencia de su secuestro, que ellos llaman retención. Él, aún más generoso, dijo que se trató de una temporada “light” en poder de “la insurgencia”. Con aquellas imágenes se elaborará el correspondiente documental con espantoso tufo a apología.

Mientras la mujer del turbante y los guerrilleros deglutían al marrano gordo y echaban discursos veintejulieros, el liberado, lejos de mostrar síntomas de trauma, de angustia o, acaso, de emoción, no pudo ocultar esa sonrisita socarrona que siempre delata a quien una pilatuna está llevando a cabo.

No era para menos. Tenía en sus manos la preciada carta que los “muchachos” le remiten al nuevo presidente socialista de su país. Misiva que por supuesto invitará a que Francia continúe en el intento de inmiscuirse en los asuntos propios de nosotros los colombianos. La diferencia es que otrora había un gobierno que no se fruncía cuando de ponerle freno a la injerencia extranjera se trataba. Ahora, la cuestión es bien distinta, gracias a la serpo-sampero-madurista política exterior que ha puesto en marcha la inefable canciller Holguín. ¡De rodillas todos, porque hay que quedar bien!

Romeo sabe que su cuarto de hora al servicio de oscuros intereses está acabándose. El mismo lo reconoce cuando confiesa que “me quemé”. Claro. Antes se trataba de un periodista de bajísimo perfil, trabajador a destajo, hábil para moverse en el bajo mundo del terror, visitante frecuente de los campamentos guerrilleros y, sobre todo, deformador profesional de la realidad de Colombia. Ahora ni su nombre ni su figura pasarán desapercibidos, razón por la que será remitido a la fría trastienda del olvido; eso sí, después de que termine las tareas ordenadas.

La mala noticia es que aunque nos irrite, nos agite el espíritu y nos saque de casillas, tendremos que irnos acostumbrando a espectáculos similares al de la liberación del risueño periodista francés. Ya hemos sido notificados que el gobierno no es capaz de impedir que Piedad Córdoba le haga homenajes propagandísticos a las Farc. Y si montaron semejante ceremonia para liberar a un periodista que estuvo agarrado 34 días, ¿cómo serán las francachelas que tendremos que soportar con ocasión de los próximos e inevitables eventos públicos que tendrán lugar?

 

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