Haga la paz, pero frene la anarquía

Ojalá se enderecen los diálogos de paz en La Habana y los acuerdos no representen un arreglo frágil, precario y transitorio entre el gobierno de Santos y las Farc, sino que, por fin, el proceso de conversaciones convenza, comprometa y vincule un país plural, diverso y variopinto. La nueva comisión asesora, consultora o como se llame, en la cual aceptaron participar sin renunciar a su postura crítica Pastrana y Marta Lucía Ramírez, por ejemplo, puede marcar un giro hacia la constitución de la paz en gran proyecto de Estado, por encima de las diferencias y como estrategia permanente que efectúe el principio constitucional que la instituye como derecho y “deber de obligatorio cumplimiento”.

Por supuesto que no es aceptable una paz con impunidad. Sostenerlo no tiene por qué equivaler a oponerse, ni mucho menos a situarse en el bando extremista de los enemigos. Es obvio que la justicia transicional deba aplicarse dentro de unos estándares jurídicos y éticos razonables. La historia da la razón a quienes han defendido la sentencia según la cual toda confrontación armada termina en torno de una mesa de negociaciones, con un acuerdo, un tratado, un armisticio, conforme con las circunstancias.

El proceso actual empezó con grandes vacíos políticos, legales y éticos. Más parecía, al iniciarse, una maniobra urgente para que el gobierno recobrara puntos en las encuestas y rehiciera una imagen maltrecha, a cambio del reposicionamiento de la guerrilla. Después se volvió un instrumento oficial para alcanzar la finalidad reeleccionista. Ahora es probable y deseable que pase de ser un medio artificioso, para que se amplíe y se proyecte como un fin, una causa común que reúna la mayoría de los ciudadanos. Así quisiera interpretarlo en mi condición de periodista nunca ajeno al análisis y la explicación de estos asuntos neurálgicos desde cuando comenzamos a creer, pese a las frustraciones, en la pedagogía de la paz impulsada por el liderazgo de Belisario Betancur.

Magnífico, si lo que va a suceder de ahora en adelante es que la búsqueda de la paz se consolide como propósito nacional y deje de ser un pretexto electoral y pasajero. Y que el proceso se encarrile y sea exitoso. Pero quisiera saber cómo va a recobrarse la confianza en la autoridad, que ha venido cayendo en forma patética, tal como lo demuestran estudios, encuestas, evidencias de la vida diaria. El país está anarquizándose. El irrespeto a las normas legales, a las instituciones de los tres poderes (que han acumulado enormes vicios, perversiones, corruptelas y deméritos para perder confiabilidad) muestra un escenario pavoroso. Espléndido, si se hace la paz. ¿Pero quién, cómo y cuándo va a frenar mientras llega el posconflicto la carrera desbocada hacia la meta apocalíptica de la anarquía?.

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