Hay que tomar las riendas

Las buenas intenciones del Gobierno del presidente Iván Duque pueden ahogarse en una multiplicidad de voces contradictorias. Pese a nombramientos en su mayoría acertados y a promesas de proyectos para unir al país, este mes y medio de la presidencia ha sido opacado por declaraciones incendiarias, descoordinadas y que nos dejan una pregunta angustiosa: ¿va a decidirse el presidente a poner orden en la Casa de Nariño?

Que todos los sectores de la sociedad tengan diversos reclamos contra el nuevo gobierno, en vez de ser un síntoma de una administración que le está apostando al centro político, se debe a los mensajes contradictorios enviados por algunos de sus representantes. Queda en el aire la sensación de que no hay todavía una línea clara sobre cuál es la visión de país que va a defender la presidencia de Iván Duque.

Primero fue el ministro de Defensa, Guillermo Botero, con sus innecesarias y peligrosas declaraciones estigmatizando la protesta social. Aunque el presidente salió en su defensa, su discurso fue mucho más moderado y pertinente, demostrando que no comparte la visión miope empleada por el funcionario.

Después fue el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, quien soltó una serie de propuestas tributarias muy impopulares que prendieron las alarmas para luego salir, en una extraña declaración, a decir que sus palabras lo representaban solo a él y no al Gobierno (como si pudiese quitarse así de fácil la representatividad que tiene un ministro). El presidente Duque se vio en la necesidad de aclarar que era él quien iba a decir el tipo de reforma tributaria que se le va a presentar al país.

Finalmente, la semana pasada, el recién estrenado embajador ante la Casa Blanca, Francisco Santos, salió a decir que “todas las opciones deben ser consideradas”, a propósito de una posible intervención en Venezuela. Posición que contrasta con la postura oficial de la Cancillería y del mismo presidente Duque, que han reiterado, y hacen bien, el compromiso de nuestro país con la diplomacia.

Cada una de esas intervenciones públicas se ha encargado de aislar a sectores de la opinión. Mientras el presidente recorre el país de manera animada, en Bogotá se comienza a sentir una ausencia de liderazgo. Estos primeros meses, que debían definir el tono de la presidencia, se están perdiendo en corregir ideas confusas y dañinas.

Esto es especialmente frustrante porque, cuando el presidente ha hablado, es claro que la Colombia con la que sueña tiene el potencial de beneficiarnos a todos. Su reformismo y el cambio en la manera de hacer política, que ya se ha visto en puntos claves como la elección del contralor, pueden en verdad transformar al país. Es lo que todos esperamos.

Tal vez, entonces, sea el momento de dar un golpe de autoridad y ordenar las filas. Que los ministros dejen de dar tumbos sin dirección y le cedan al presidente la vocería del Gobierno; que al país solo se le presenten los planes que ya han sido pensados de manera suficiente, y que el partido del presidente deje de hacer reclamos ruidosos que solo le restan legitimidad.

Si el propósito de unir al país es genuino —y el presidente ha dado muchas pruebas de que así es—, es necesario un liderazgo claro y un mensaje coherente. Los colombianos no deben seguir preguntándose: ¿y el presidente está de acuerdo con esto?

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