Historias de frío y calor

Nunca he sentido más frío que en la mitad del verano. Los lugares más fríos están casi siempre en los sitios más calientes como Miami, el caribe o la India. Sufro en oficinas heladas, casas congeladas y trenes o aviones como cubos de hielo. Espero con ansias la llegada del otoño para que el frío se vaya.

Producir frío es tan caro que se ha convertido en una señal de estatus. Una tienda con el termostato muy bajo es un refugio ante el agobiante calor aunque, por supuesto, pagamos parte de la cuenta del aire acondicionado en los productos que compramos. Los que tienen dinero lo demuestran congelándonos. No conozco casas más frías que las de Puerto Rico y República Dominicana, localizadas en islas donde la electricidad es costosísima.

Nunca he pasado más frío que en un tren en la India camino al Taj Mahal. Afuera había una pobreza desgarradora, sequía y un calor achicharrador. Pero en el vagón de primera clase, bajaron tanto la temperatura que muchos pasajeros estábamos tiritando. Traté de abrir la ventana pero estaba sellada. No había, tampoco, ninguna manera de escaparse a los sudorosos y atascados vagones de segunda clase. Viajé en un hielo rodante y me bajé con las extremidades entumidas.

En los estudios de televisión donde he pasado la mitad de mi vida son legendarias las peleas que tenemos con los encargados de mantenimiento. Cada vez que nos quejamos de las corrientes siberianas que salen de las rejillas de los techos, alguien nos asegura que no se puede hacer nada porque las cámaras y computadoras no deben calentarse. Perdimos la lucha contra las máquinas y robots.

Nuestra impresionante capacidad de producir frío en la mitad del verano parece estar distorsionando las percepciones de los candidatos presidenciales en Estados Unidos sobre los peligros del calentamiento global. Muchos de los candidatos del Partido Republicano niegan que seamos responsables del aumento de la temperatura en el planeta y sugieren que se necesitan más estudios. Bueno, eso no es cierto.

Que el planeta se está calentando debido a la contaminación y la actividad humana no es cuestión de opiniones. Es un hecho. En el estudio más serio realizado al respecto el 97 % de los principales científicos ambientalistas consultados coincidió en que el calentamiento global sí es culpa de nosotros. Negarlo es una absurda resistencia ideológica para ganar votos con terribles consecuencias a largo plazo.

Dos alarmantes ejemplos. El pasado mes de julio fue el más caliente de la historia y este 2015 tendrá temperaturas más altas que cualquier otro año, según el National Oceanic and Atmospheric Administration. Esto es imposible de negar.

Si el orbe se sigue calentando, varias zonas costeras van a quedar bajo el agua. La playa a la que solía ir en Key Biscayne, Florida, se la ha comido el mar. Apenas queda una flaca franja llena de algas.

Lo mismo le está ocurriendo a la hermosísima Riviera Maya en México. En una reciente visita, el hotel donde me quedé había perdido varios metros de arena blanca contra un mar que se acerca, amenazante, a cuartos, restaurantes y piscinas. Y tras salir de un chapuzón en el mar uno queda vestido de los sargazos que invaden el área debido al cambio climático. Los hoteles se pasan el día limpiando sargazos, y al día siguiente aparecen más. Es como una película mala que no termina.

El problema no son solo huracanes más potentes e inundaciones más frecuentes. La sequía afecta lugares tan disímiles como California y Puerto Rico. Los incendios y tornados son más violentos. El clima es tan extremo y mal portado que los meteorólogos, que hace unos años eran figuras secundarias en los noticieros, ahora suelen ser sus protagonistas.

De lo que se trata es de hacer algo antes que el cambio climático sea irreversible. Desafortunadamente, las principales empresas y naciones contaminadoras han tomado la irresponsable actitud del que se pone traje de baño en la mitad del verano sin protector solar: Creen que un poquito de sol y unos grados más en los océanos no matan a nadie. Presente caliente, futuro incierto.

Y la gran ironía es que en este verano, el más caliente, me la he pasado muerto de frío.

Posdata: Gran lección le ha dado Guatemala a México. Efectivamente, el ahora expresidente, Otto Pérez Molina, metió las manos al fuego por la exvicepresidenta, Roxana Baldetti y se quemó. Ojalá que Iván Velásquez, el investigador de las Naciones Unidas, se dé una vueltecita por México cuando termine en Guatemala.

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