¡Hostilidades!

La premisa es la protección de la población civil. En este sentido, un paso fundamental sería que la guerrilla suspendiera desde ya sus hostilidades. Ellas tienen la última palabra.

Prorrumpe un tema en la agenda nacional: crear confianza en el proceso de paz. El fin de este loable propósito amerita una discusión objetiva y no la intolerancia de costumbre. La dificultad que debe superarse es ¿cómo hacerlo? Para tal fin, es necesario explorar posibilidades que sean producto de una reflexión estratégica que permita generar un ambiente de distensión que acompañe la mesa de diálogos. Tremendo reto que requiere solidaridad y participación de todos. Además, hay que atender con seriedad y oportunidad la demanda de la sociedad, que exige una mayor dinámica en el proceso de paz. Entonces, ¿qué hacer? ¿Qué alternativas se podrían explorar? Una de ellas, el armisticio que propone la guerrilla, es un instrumento del derecho internacional para detener las hostilidades entre Estados, pero no implica el final del conflicto y no es aplicable a nuestro caso. A esto se suma la “perlita” muy bien “camuflada” de la vieja aspiración guerrillera del reconocimiento de su estatus de beligerancia, sueño irrenunciable que hace parte de su imaginario revolucionario en desuso.

Otra posibilidad es el cese del fuego o acuerdo bilateral entre las partes, que implica suspender las acciones bélicas e interrumpir el empleo de los medios de combate. Es lo que se ha llamado un “silenciamiento de fusiles”, que puede obedecer a diversas razones: distensionar, generar un ambiente propicio y otras más, pactadas en la mesa de conversaciones. Existe un firme pronunciamiento del Gobierno, de que no habrá un cese del fuego bilateral temporal, sino un cese definitivo cuando las condiciones estén dadas. La prolongación inoficiosa del conflicto armado sólo es terquedad y soberbia; una actitud de la guerrilla nefasta para el bienestar general del pueblo colombiano.

La tercera alternativa es un cese de hostilidades con un alcance superior a un cese del fuego, en el entendido de que el Estado no hace hostilidades predispuestas contra el pueblo. Un cese del fuego sin estar acompañado de un cese de acciones armadas y no armadas contra la población civil ya tipificadas en los códigos penales sería improductivo e inestable. Es la guerrilla la que, en forma unilateral y con expresa voluntad, declara un cese de las dinámicas bélicas o vejámenes que afectan a la población civil. No faltan los incautos que les hacen eco a sus conocidas elucubraciones utópicas.

Las hostilidades que la guerrilla debería suspender son: los secuestros, retenes ilegales y los bloqueos de vías. El reclutamiento voluntario o forzado de menores, las extorsiones y chantajes, el proselitismo político armado, la intimidación y el terror, la imposición de normas de convivencia y el cobro ilegal de impuestos. La justicia revolucionaria o popular, las desapariciones forzadas, la siembra de minas y el uso de artefactos explosivos improvisados. El asedio económico a zonas campesinas, el desplazamiento forzado, el confinamiento de poblaciones, el uso de armas no convencionales (‘tatucos’) en cascos urbanos, el constreñimiento electoral y muchas más de un listado interminable de enumerar.

Ante este panorama desolador de acciones y hostilidades contra la indefensa población, ¿qué se debe hacer? Seguir empeñados en pedir un cese del fuego bilateral transitorio o, más bien, exigir que la guerrilla pare sus hostilidades. La premisa es la protección de la población civil. En este sentido, un paso fundamental sería que la guerrilla suspendiera desde ya sus hostilidades. Ellas tienen la última palabra.

Nota: El estado no puede renunciar al empleo de su fuerza legítima para defender y preservar el orden y la institucionalidad. ¿Habrá desescalamiento? ¡Ver para creer!

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