Impresión de la cumbre

Llora como una tonta lo que no supiste construir con inteligencia, se podría decir a nuestra izquierda latinoamericana, parodiando a la mamá del moro.

Las izquierdas latinoamericanas son expertas en gimotear como Jeremías, que lloró tan poco a poco que lloró cuarenta días, según dice el chiste, y en organizar marchas y foros. Marchas marchitas y foros hueros, llevados con cómica gravedad por los caminos de los lugares comunes, y que se organizan en mesas y submesas y comisiones y subcomisiones, para producir eso que llaman documentos de trabajo, unos documentos de trabajo que nadie lee, o a lo sumo sus oligarquías, Piedad Córdoba, o su carnal Cepeda, y que comienzan de este modo: nosotros y nosotras, trabajadores y trabajadoras de la paz, comprometidos y comprometidas con las luchas populares del pueblo colombiano y conscientes de esto y de lo otro y de lo de más allá, hacemos un llamamiento a las partes en conflicto. Etc.

La cosa sigue igual, en un tono archiconocido, que no pasa de ser un manoseo estéril de eso mismo que pretenden instaurar: la paz, y que no es otra cosa que una velada justificación de la violencia, encubierta entre algodonosos deseos de mejorar la calidad de vida de los pobres. Como se sabe, la izquierda tiende a halagar a los pobres para convertirlos en sus títeres, y aprovecharse de su triste ignorancia.

La cumbre de Panamá fue un ejemplo de esa tendencia fatal al lloriqueo. Mientras el presidente Varela dijo un discurso cargado de emociones auténticas; Santos propuso sacar a Latinoamérica, por la educación, de la miseria y el atraso, y Obama dijo unas palabras discretas, llenas de sensatez y pragmatismo, Raúl Castro, rompiendo el reglamento, hizo una extensa regresión de la historia de Cuba que se remontó hasta José Martí, si bien recuerdo: fracasos y castigos impuestos por el imperialismo, y la heroica resistencia de los cubanos. Obama se debió aburrir a muerte con la reprimenda, matizada por un gesto de cortesía: Castro reconoció que la bala que mató a Martí no fue financiada por él, que ni siquiera había nacido, y lo sacó generosamente de la baraja de rufianes que fueron los otros presidentes yanquis desde no sé cuándo, porque me quedé dormido al arrullo del goteo de sus lagrimones.

La arrogancia de Correa, la chorrera de pendejadas de la cínica señora Kirchner, el viejo refrito contra los bancos, mientras hedía el cadáver de un fiscal en su cartera y sus inversiones familiares en la Patagonia y la maleta de Antonelli y la proclama de Maduro, exigiendo a los gringos una indemnización a una barriada panameña, halagando a los pobres siempre, resultaron sin embargo incomparables con la patética intervención de Evo. Fue el discurso de un primíparo de la U. N. militante de la Marcha Patriótica.

Habló contra la pena de muerte e hizo un repaso de la historia latinoamericana, por donde explícita o implícitamente, pues todo lo oí desde la somnolencia de un catarro de última generación, debieron pasar Allende, y Arbenz y la guerra que privó a Bolivia del mar, porque la perdió, supongo, y así son las cosas de la vida. No sé si volvió a referirse a los pollos con hormonas. Pero me hizo pensar que si bien tiene un hábil escritor de discursos, debería contratar un asesor que le ayude a pronunciarlos. El pobre se pega unas enredadas de padre y señor mío con esas dialécticas que lo ponen a leer… que da pena.

Llora como una tonta lo que no supiste construir con inteligencia, se podría decir a nuestra izquierda latinoamericana, parodiando a la mamá del moro. Ya que solo puede contar fracasos. Y gimotear. Gimotear.

Coda. Y a qué vino el patán de Maradona. Semejante personaje impresentable y tramposo. Qué hacía en un foro de intelectuales uno que argumenta con los pies, según dicen sus novias. Y cuánto cobró. Me gustaría compartir con el lector lo que entendí en sus declaraciones. Pero aún no aprendí a traducir el rebuzno al lenguaje articulado.

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