América Latina debe actuar con urgencia para recuperar la democracia en Venezuela

Es comprensible que algunos piensen hoy que la dictadura de Nicolás Maduro ha prevalecido sobre los demócratas venezolanos para entronizarse indefinidamente en el poder, pero no es así: la verdad es que Maduro está irremisiblemente perdido.

Venezuela, un país que llegó a ser ejemplo de democracia y desarrollo, hoy es un Estado fallido y, por lo tanto, el mayor peligro para toda la región.

Esta situación que obliga a toda América Latina a actuar con determinación y urgencia tal como lo hizo el Grupo de Lima el pasado 4 de enero.

Cuando decimos que Maduro esta irremisiblemente derrotado, viene a nuestra mente la ocasión, tras la caída de Francia en 1940, justo la hora más tenebrosa para aquella nación, en que Charles de Gaulle, dirigiéndose a sus desalentados compatriotas, afirmó que Alemania acababa de perder la guerra.

A muchos esto sonó a extraviada retórica, pero De Gaulle apuntaba a que las fuerzas internacionales, que Hitler desafiaba, eran muchas y que no tardarían en entrar en acción. A la larga, Hitler había asegurado un desenlace inevitablemente adverso a su delirio.

Guardando las proporciones, así juzgamos nosotros la situación actual de Nicolás Maduro: todo concurre a su desalojo del poder pues, al tiempo que pretende perpetuarse a costa de la vida de los venezolanos, el dictador enfrenta hoy día un panorama interno e internacional que precipitará su salida inexorablemente.

Ello es inevitable pues concurren circunstancias que no dependen de la voluntad de Maduro. ¿Cuáles son esos factores?

Primero, Maduro clausuró por completo toda salida electoral y democrática a la crisis, lo que lo convierte en un dictador en cuenta regresiva. En el fondo, para su mal, el pueblo venezolano seguirá resistiendo hasta su salida.

Luego, el petróleo ha dejado de ser relevante en la ecuación del poder chavista como consecuencia directa de la destrucción de nuestra principal industria. Con la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) destruida por la colosal corrupción del régimen, con la producción en caída libre y sus principales activos seriamente comprometidos. La devastación ha sido tan abrupta que la producción petrolera apenas roza el millón de barriles al día y el PIB se ha desplomado 56 por ciento desde que llegó Nicolás Maduro hace cinco años, lo que se traduce en la mayor depresión económica en Latinoamérica en los últimos 50 años. Además, la hiperinflación tocó 2,000,000 por ciento y la deuda del país es de 1.7 veces su PIB.

Por último, no podemos dejar de mencionar el ecocidio que ocurre en el Arco Minero, en donde 91 por ciento del oro se produce de manera ilegal y hay 20,000 mineros sin la reglamentación adecuada ejerciendo dicha actividad.

La persecución ya no solo afecta a los líderes opositores que siguen siendo acosados, inhabilitados políticamente, secuestrados como el diputado Juan Requesens, asesinados como nuestro líder de Primero Justicia, Fernando Albán, o condenados al exilio. Maduro también ha llenado las cárceles de centenares de oficiales altos y medios de la Fuerza Armada, pues existe una clara ruptura entre su régimen y los cuarteles por la destrucción de la democracia y el quebrantamiento del orden constitucional.

Como factor adicional, debemos destacar la crisis humanitaria que ha generado la migración de alrededor de 5 millones de venezolanos a todas partes del mundo. Expertos estiman que esta ola migratoria podría llegar a 9 millones de personas este 2019 si no logramos articular un cambio político que permita que la estabilidad económica y democrática regresen a nuestra nación.

Aunada a las aristas antes expuestas está la crisis de legitimidad que tiene la dictadura, la comunidad internacional desconoce la ilegitima Asamblea Constituyente y también las fraudulentas elecciones presidenciales que se hicieron el 20 de mayo, sin la participación de la oposición democrática del país. Este desconocimiento se consolidó luego de que en República Dominicana nos negáramos a firmar un acuerdo a todas luces contrario a los intereses de los venezolanos. Por eso hoy Maduro y la cúpula que lo acompaña son desconocidos, señalados, acusados y sancionados por Estados Unidos y el resto de las democracias del mundo.

Por todo esto le queremos reiterar a los presidentes de toda América que Venezuela es un Estado fallido y un gran peligro para toda la región. En segundo lugar, que los venezolanos no podemos desalojar solo con nuestra fuerza, una dictadura tutelada por Cuba y Rusia. En tercer lugar, es necesario articular, de manera inmediata, acciones que generen mayor presión: sanciones personales; investigaciones de corrupción, lavado, narcotráfico, contrabando, tráfico de armas, desestabilización democrática en los países; y especialmente ayudar a emplazar a la Fuerza Armada venezolana para que venza la represión y el chantaje y sea un factor decisivo para restaurar la Constitución y la democracia.

Las acciones para reconstruir nuestro sistema democrático y de libertades inequívocamente debe ser liderado por América Latina y estamos en el momento justo para materializarlas.

Dicho con palabras del ex presidente chileno Ricardo Lagos, la muerte de la democracia en Venezuela sería el fracaso de todo el sistema interamericano.

Hace pocos meses, el historiador mexicano Enrique Krauze, afirmó que, “un partido —un jefe de Estado, matizo yo— puede ser de derecha o de izquierda, pero la forma de medir si es demócrata es cotejando su postura ante Venezuela”.

Por eso reiteramos nuestro llamado al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y al Jefe del Gobierno español, Pedro Sánchez, a que no sean indiferentes o ingenuos con Venezuela y, por el contrario, sean factores que contribuyan a ensamblar una transición democrática en nuestro país.

La inhumana arrogancia de la dictadura encabezada por Nicolás Maduro desafía personalmente a los jefes de Estado de la región en quienes encarna una enorme responsabilidad para con el sistema interamericano.

Un hombre bien puede morir por su país, pero no es justo que todo un país deba morir para satisfacer el ansia de poder de un solo hombre.

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