Juego limpio, señores

"No se desgaste presidente en demostrar las malas intenciones de Zuluaga. Eso no le funcionó".

Las elecciones en la primera vuelta presidencial evidencian que Juan Manuel Santos está en el lugar equivocado. El presidente candidato, con todo el poder del Estado, la maquinaria política y los medios, que sutilmente se le alinderaron, perdió. Se necesita ser muy mal candidato, tener muy poca credibilidad o simplemente haber gobernado muy mal para perder con todas las de ganar. Se podría caer en el facilismo de responsabilizar factores exógenos, culpar a la oposición o incluso atribuirle los resultados a la guerra sucia. Se darían contentillo, pero sí no se quiere tapar el sol con un dedo hay que repensar lo que se transmite a los electores. Aprender de la cruda realidad y rectificar, incluso para perder dignamente. Si ponen polo a tierra llegarán a que hay que hacer el cambio de mensaje, que no es seguro pero podría ser tabla de salvación el 15 de junio. Si se desgastan en estrategias publicitarias que hoy no pegan porque nadie come cuento, se van a estrellar. Para empezar hay que superar las falacias porque esas no venden. La primera falacia es que Álvaro Uribe quiere la guerra. Eso no se lo creen sino los mamertos que necesitan de ellas para justificar su existencia. Uribe quiere la paz pero no cree en las FARC y eso para los electores es legítimo.

Por eso los votos en el falso dilema de la guerra o la paz no le van a sumar a Santos. No inventen, nadie está en contravía de una iniciativa que evite la muerte, que detenga la violencia o que abra un camino para la superación del conflicto armado, como principal factor de estancamiento del país en materia democrática, en desarrollo social y económico. Lo que reclama la excandidata Marta Lucía Ramírez es un déficit en el proceso de Santos. No se puede avanzar hacia la paz si no se ponen condiciones a las FARC, en asuntos de reclutamiento de menores, suspensión de acciones armadas y desminado. La gente siente que no se le ha puesto tatequieto a la guerrilla en el tema de la dejación de armas y que se ha caído en el juego de la dilación guerrillera, que sabe muy bien sacar réditos a su postulado de utilizar todas las formas de lucha. Se equivoca Santos si cree que a los colombianos les interesa una paz en la que la guerrilla no acepta nada. Los electores quieren la paz pero no que las FARC pongan las condiciones. Los votos de Marta Lucia Ramírez y la mitad de los de Enrique Peñalosa quieren la paz pero con una guerrilla que reconozca que la impunidad no puede ser total, que los crímenes de lesa humanidad se pagan y que tendrán gabelas en participación política pero no todas, ni todos.

Hoy lo fundamental es la línea. La postura frente a los problemas que sienten los colombianos. Los indicadores macroeconómicos y los índices de mejoramiento del país, más allá de tener lecturas diferentes, no son los que guían a la opinión a la hora de ir a las urnas. Las casas gratis y las políticas asistencialistas de Familias en Acción dan algunos votos de agradecimiento y muy pocos de opinión pero en general son percibidas como medidas populistas y electoreras. Eso a lo sumo evita un desprestigio total, pero no suma para ganarse 4 millones de votos que son los que se mueven entre la alternatividad y la abstención. Esa tercera parte de la votación se gana con liderazgo, compromiso social y capacidad reformadora. Pero si las reformas que promete Santos son las que no pudo sacar adelante en 4 años en salud, justicia y educación, no van a ser muchas las simpatías que consiga entre los damnificados de las EPS y los Sisben, las víctimas de la rama judicial y los estudiantes frustrados con el colapso del sistema educativo y la rajada de Colombia en esta materia. Santos tiene buenos programas en estos puntos álgidos pero a estas alturas nadie le cree. Ya es tarde para las promesas. Eso se le pasa al contendor, por aquello de que escoba nueva barre bien.

Tal vez lo que la gente reconoce del presidente Santos es que tiene un estilo diferente al del expresidente Uribe. Es más diplomático y si se quiere con mejores maneras. Y es probable que con cierto rigor inglés sea más elegante, caballeroso y mejor puesto, como dirían las damas bogotanas. Pero eso no necesariamente es bueno. Porque Santos se consume en la imagen, que él mismo ha alimentado, de traidor, vacilante e indeciso más que en la de líder, coherente, o buen componedor. No fue solo haber nombrado a los enemigos de Uribe para deslindarse, ni reinventarse de las cenizas clientelistas al Partido Liberal; es que si para luchar contra el manzanillismo y la corrupción sus aliados son Germán Vargas y los Noños, no es mucha la transformación que pueda exhibir. Vargas LLeras es mediático pero no es precisamente la mata de la antipolitiquería. Si para distinguirse de la yidispolítica prefiere con cinismo hacer apología a la mermelada, no será mucho lo que pueda convencer como transparente. Y si para sumar votos vale hasta la reconciliación con el alcalde Gustavo Petro, pues no son muchos los aplausos que pueda levantar entre quienes lo eligieron hace cuatro años.

Hay equivocaciones en el gobierno Santos y deben ponerse en evidencia. Y sí no las reconocen van a perder la elecciones. Hay que revisar los antecedentes y mirar lo que ha sido la política frente a Venezuela, que pasó de ser manejada por dos temperamentos camorreros, el de Uribe y el de Hugo Chávez, a ser conducida sin criterio, sin sentido de beneficios para el país y en donde se terminó por reconocer el liderazgo al dictador venezolano sin contraprestación diferente a que nos viera como sus nuevos mejores amigos. Se sacrificaron los principios democráticos y la defensa de la libertad en aras de la fraternidad. Se despilfarraron las posibilidades de cooperación en la lucha contra los dos flagelos más importantes que azotan a Colombia y que Venezuela cohonesta, el narcotráfico y la guerrilla. Y aún hoy en medio de la represión que sufre el pueblo venzolano bajo el régimen de Nicolás Maduro, las posturas del gobierno han quedado cuando mucho tibias frente a lo que esperan los demócratas, que le temen a que lo que ocurre en el vecino país suceda en Colombia.

No se desgaste presidente Santos en demostrar las malas intenciones de su contendor Oscar Ivan Zuluaga. Eso ya no le funcionó y se notó con los reultados de la primera vuelta. Ya dijo Oscar Iván que no suspenderá las negociaciones de La Habana como resultado de las concesiones a su nueva aliada Marta Lucía Ramirez. A eso no le busque pelos. Incluso si lo capitaliza sería una ganancia suya. Pero sí se dedica a explotar lo malo de sus aliados, o sea a remover la mermelada, a que los Petristas vayan a hacer vulgar politiquería y a que los Ñoños y los Musas se ajuicien y pongan a trabajar sus aparatos electorales como saben hacerlo, pues le va a ir como a los perros en misa. No haga más de lo mismo en clientelismo, ni se empecine en que la paz va a cualquier precio. Eso no vende. Hay que hacer el cambio pero en lo que inclina la balanza de los electores. No seguir con el juego sucio de los tales hackers y sus supuestas infiltraciones, ni insistir en que los que ponen las condiciones en La Habana son las FARC. Tome las riendas de la paz y de la lucha política limpia, o si no prepárese para entregar la posta que le recibió a Uribe. La democracia es el nombre del juego. Y en juego limpio puede haber desquite.

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