KERRY Y EL TERRORISMO

En declaraciones recientes, formuladas luego de sostener un encuentro con su homólogo en el Vaticano, el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, aseveró que la pobreza “es en muchos casos la raíz que genera el terrorismo”.

Interesa comentar dicha afirmación, pues el tema de la pobreza es con frecuencia sometido a distorsiones y empleado como un comodín para explicarlo todo y nada, o para justificar cualquier cosa.

En ese orden de ideas, hay que cuestionar la tendencia al reduccionismo, es decir, a convertir un tema en la única explicación de problemas complejos que exigen tratamiento menos simplista. La pobreza puede ser utilizada para explicar las enfermedades físicas y psíquicas, la inestabilidad política, las subidas o caídas en la producción de alimentos, el flujo internacional de emigrantes, y hasta el cambio climático. Presumo que también, en alguna medida y determinados casos, la pobreza puede ser un factor condicionante de intenciones y acciones terroristas.

Ahora bien, por ejemplo, Osama bin Laden era millonario y sin embargo ha sido uno de los más crueles y eficientes terroristas de que se tenga memoria. Lo recuerdo para resaltar lo siguiente: Las frases de Kerry ponen de manifiesto una errada y perjudicial tendencia contemporánea, que lleva a muchos políticos democráticos a pensar que los seres humanos nos movemos casi exclusivamente por aspiraciones y objetivos materiales y pecuniarios.

Tal visión de las cosas constituye una distorsión de la realidad. Los seres humanos comúnmente actuamos en función de motivos y metas diversos, y en el caso del terrorismo, en particular del radicalismo islámico –entre otros extremismos— están presentes impulsos que tienen que ver con convicciones religiosas, disputas políticas y odios ancestrales.

La pobreza es negativa y conduce seguramente a múltiples males; a la vez, no obstante, sostengo que aún si la pobreza desapareciese de la faz de la tierra, probablemente seguirían existiendo unos cuantos, quizás muchos individuos dispuestos a sacrificarse y matar a sus semejantes para cumplir propósitos políticos, religiosos, etc.

A nuestras mentes entrenadas en el racionalismo y el materialismo de las actuales sociedades de consumo, les cuesta trabajo entender que numerosas personas no sólo de pan viven, y que los valores espirituales –dicho en términos generales—juegan y seguirán jugando un papel mientras los humanos seamos lo que somos.

La profundización global de la demagogia es en parte producto de la ya mencionada tendencia. En Venezuela, por ejemplo, es muy obvio que los políticos democráticos están convencidos que la mayoría de los ciudadanos no están dispuestos a asumir valores como el rescate de la independencia nacional frente al dominio cubano, de la soberanía y de la libertad. De allí que se limiten a los asuntos concretos de gestión administrativa y políticas públicas, dándoles prioridad como “los que en verdad importan al pueblo”.

¿Quién sabe? Quizás tengan razón. Tal vez el pueblo venezolano se interesa exclusivamente por su supervivencia cotidiana, y le tienen sin cuidado la subordinación nacional al despotismo castrista, la destrucción de nuestras instituciones, industria y agricultura, el alineamiento del actual régimen con los forajidos y terroristas del planeta, la penetración del narcotráfico en el país y toda la letanía de desgracias que bien conocemos. Lo que sí es claro es que los dirigentes democráticos, con honrosas excepciones, parecen pensar como Kerry: el problema es la pobreza; la libertad es un lujo de ricos.

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