La balanza de la justicia

Amable lector. Al terminar la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945), se reunieron en Yalta los vencedores de esta contienda: J. Stalin, W. Churchill y F. D. Roosevelt. Hay miles de fotos en que los tres aparecen sonrientes. Si el señor fiscal observara con detenimiento estas fotos y además tuviera información acerca de la enorme ayuda que prestaron los dos últimos a J. Stalin, quien fue uno de los seres más crueles y siniestros de la humanidad, sin la menor duda, ordenaría abrir un proceso.

Adolfo Hitler, un demente que quiso dominar el mundo y que con sus palabras y gestos subyugó a su pueblo que lo siguió hasta el final en esta aventura, tuvo un costo en vidas humanas de 55 millones. Además de los miles y miles de lisiados y buena parte de Europa destruida. De no haber sido por la ayuda que recibió Stalin de Churchill y Roosevelt, el sueño de Hitler se habría hecho realidad.

En nuestro país, hace unas pocas décadas, muchas personas de bien se vieron obligadas a reunirse con grupos paramilitares, inclusive a pagar dinero para conservar la vida y sus bienes. No es difícil verificar que en gran parte del territorio nacional la presencia del Estado, en particular de la fuerza pública no existía.

No pocos amigos y conocidos contribuyeron con su dinero para tener la protección de estos grupos. Quienes actuaron así, igual que W. Churchill y Roosevelt, lo hicieron para evitar daños irreparables, que de ninguna otra manera habría sido posible impedir. Uno se pregunta, si en un país como el nuestro, en el que la justicia es exigua, no tiene sentido seguir investigando a estas, en lugar de ocuparse de tantos criminales y corruptos que abundan en nuestro medio.

El conductor de una tractomula o de un taxi, el tendero, el que trabaja en el campo, el que arriesga su vida en un socavón de una mina, el que labora en una plaza de mercado, el que toca una guitarra y millones de personas que tienen un empleo y los que no encuentran trabajo, no entienden, no pueden entender, qué es la justicia transicional. Sobre todo cuando quienes han torturado y asesinado a miles de colombianos, se pretende sancionarlos con una simple amonestación. En cambio, los que cometieron faltas que están lejos de tener la gravedad de los primeros, se les priva de la libertad por largos años.

A manera de ejemplo, el doctor José Miguel Narváez M., quien prestó por pocos meses sus servicios en el DAS, de quien las personas que lo conocen destacan sus cualidades éticas y morales, se encuentra privado de la libertad hace más de cinco años. Quienes no entienden la justicia transicional, se preguntan si la balanza de la justicia, es la misma con que se castiga a los criminales y a los que han cometido infracciones menores.

La respuesta a la inquietud anterior es que son muy diferentes. Para los primeros, en la práctica es inocua; para los segundos, con frecuencia es demasiado cruel.

 

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