La Cumbre de la Celac y el turismo político

Los líderes de la Alianza del Pacífico -el ambicioso bloque comercial constituido por México, Colombia, Perú y Chile- mantuvieron reuniones bilaterales paralelamente a la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) celebrada en Cuba y conversaron largamente sobre el futuro de su bloque comercial.

Esas reuniones fueron especialmente importantes porque asistió a ellas Michelle Bachelet, la presidenta electa de Chile, cuyo apoyo a la Alianza del Pacífico estaba en dudas. Bachelet, que asumirá el 11 de marzo, voló a Cuba por invitación del presidente saliente de Chile, Sebastián Piñera.

Antes del viaje, se especulaba que Chile podría dejar de ser uno de los pilares de la Alianza del Pacífico. Había dudas de que Bachelet apoyara con entusiasmo a un grupo regional fundado por Piñera, su predecesor y rival político. Y, además, la plataforma de campaña de Bachelet sugería que su gobierno disminuiría su activismo en la Alianza del Pacífico y fortalecería sus lazos con Brasil y otros países de la costa del Atlántico. Pero las reuniones bilaterales realizadas al margen de la Cumbre de la Celac permitieron que los presidentes de México, Colombia y Perú pudieran darle seguridad a Bachelet de que muchos de sus temores acerca de la Alianza del Pacífico eran infundados, según me dijeron funcionarios que participaron en las reuniones. Los presidentes le dijeron a Bachelet que, contrariamente a lo que dicen algunos países de la Celac, la Alianza del Pacífico no es un bloque proestadounidense que quiere dividir a América latina en dos, sino un mecanismo de integración económica que no excluye a nadie. A diferencia de otros grupos regionales, la Alianza del Pacífico se concentra en medidas comerciales concretas. Entre otras cosas, está creando un área de libre comercio entre los países miembros, estableciendo oficinas comerciales conjuntas en Asia y África, y creando un mercado común de valores para los cuatro países.

La Cumbre de la Celac, en cambio, fue un conjunto de declaraciones vagas y contradictorias, por no decir hipócritas. La declaración final pide que "fortalezcamos nuestras democracias y todos los derechos humanos para todos". No es una broma: los presidentes, incluyendo el general Raúl Castro, juraron fortalecer la democracia y los derechos humanos en una cumbre presidida por Castro, un gobernante militar cuya dictadura familiar no ha permitido una elección libre, partidos políticos ni medios independientes durante 55 años, y que hace poco fue acusada de haber asesinado al principal líder opositor de la isla, Oswaldo Payá, en un misterioso accidente automovilístico.

Y, lo que es peor, los presidentes firmaron esa declaración en momentos en que, según Amnistía Internacional, el régimen arrestaba a líderes disidentes para impedir que organizaran una cumbre paralela.

El presidente chileno Piñera se reunió en La Habana con una de las líderes del grupo opositor las Damas de Blanco, Berta Soler, y la presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, envió una delegación gubernamental a reunirse con líderes de la Comisión Cubana de Derechos Humanos.

Por lo demás, la declaración de 70 puntos de la Celac es una colección de promesas vacías de "seguir avanzando" hacia la integración económica latinoamericana, pero sin ofrecer ningún proyecto concreto.

Existen ya casi tantas siglas de organizaciones de integración latinoamericana como países en el continente. Y, al mismo tiempo, América latina sigue siendo una de las regiones menos integradas del mundo: sólo el 18% del comercio total de América latina se realiza dentro de la región, comparado con el 52% del comercio total de Asia y el 65% de la Unión Europea.

¿Por qué los presidentes latinoamericanos participaron de semejante farsa? Los países grandes, México y Brasil, quieren posicionarse y colocar a sus empresas en la isla para beneficiarse de la inevitable transición de Cuba. Y los demás países creen que, a la luz de medidas recientes del régimen cubano como la de autorizar los viajes al exterior, será más eficaz "acompañar" al régimen hacia cambios mayores que hostilizarlo.

Mi opinión: fue patético ver a presidentes democráticamente elegidos hacer fila para fotografiarse sonrientes con Raúl y Fidel Castro. Muchos de ellos van a querer comerse esas fotos cuando mueran los hermanos Castro y salgan a la luz todos los detalles de sus abusos a los derechos humanos.

Al margen del turismo político, probablemente las pocas cosas buenas que ocurrieron en la Cumbre de la Celac se dieron en las reuniones paralelas, como las que quizás lograron convencer a Bachelet de que no le dé la espalda a la Alianza del Pacífico.

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