La debacle

“¡Que no quiero verla!”, decía García Lorca sobre la sangre de Ignacio Sánchez Mejías en una famosa elegía dedicada a este torero que murió corneado en la plaza de Manzanares.

El sentido común dice que cualquier Gobierno que hace las cosas bien es cuidadoso a la hora de medirlas e informar sobre ellas para poderse colocar las respectivas medallas en la solapa. En cambio, los que hacen trampa y van camino al abismo ocultan información, cierran medios y chillan ante la crítica.

Lo malo de ocultar desastres es que, por lo mismo que están ocultos, se agravan. Circula por estos días un texto del International Crisis Group sobre Venezuela, llamado “Venezuela: un desastre evitable”, que desnuda en forma meticulosa y fría la debacle que vive este martirizado país. Recomiendo su lectura, pues es imposible sintetizar aquí la extensa colección de males que relata*. Baste con decir que todos los indicadores importantes van en picada y que Venezuela podría estar ad portas de una grave crisis humanitaria.

El gobierno de Maduro, conviene recordarlo, no tiene una salida en el tiempo. Si por algún milagro el precio del petróleo repuntara, compraría algunos meses, pero el daño producido es tan grande que solo un viraje drástico serviría para enderezar la situación y eso muy a la larga. Ya no hay salidas a corto y mediano plazo.

Una conclusión es inevitable: si el 6 de diciembre no triunfa la oposición, el país se hunde. Aunque este desenlace electoral parece hoy remoto, está lejos de ser imposible. La primera y más obvia posibilidad es que el Gobierno haga fraude, tentación que crecería si los resultados son apretados. La segunda es que la droga del populismo de veras haya enloquecido colectivamente a los venezolanos. Bien decía Paul Simon que “la gente cree lo que quiere creer y descarta el resto”. Eso de “nos repartimos lo que hay y al que no le guste, a la cárcel” es un vicio. “Nos repartimos”, claro, significa nos robamos un buen pedazo y lo que sobre se lo damos a nuestros amigos. Los demás que se jodan. ¿Instituciones? ¿Qué broma es esa, mi pana?

El chavismo ha tenido cualquier cantidad de amigos, dentro y fuera de Venezuela. Todos pensaban con el deseo: ojalá este socialismo del siglo XXI funcione, ojalá les tape la boca a esos neoliberales, paramilitares escuálidos de mierda. Y cruzaban los dedos. Pero no funcionó, porque se basaba en una larga ristra de quimeras y porque su costo económico era exorbitante. Ahora, los amigos extranjeros de mi comandante Chávez, tipo Chantal Mouffe o William Ospina, hablan de Sarajevo o se lavan las pulcras manos, mientras que a los locales no les queda tiempo para la ideología: tienen que rebuscarse la comida y los medicamentos de mañana, incluido uno para la úlcera. ¿Y los de pasado mañana? Dios proveerá.

Un eventual triunfo de la oposición tampoco es ninguna panacea, pues cuando un país se va por el despeñadero, las opciones dejan de ser obvias. En este caso vendría la casi inevitable tentación de terminar de hundir a Maduro, sin pensar que con él habría muchos miles de ahogados más, pocos de ellos inocentes, eso sí. ¿Qué se hunda entonces lentamente? Nadie garantiza que algo así sea posible.

¿Hay otros aburridos con la situación? Sí, los chinos. Toda esa plata que le prestaron a Venezuela está más perdida que el hijo de Lindbergh. Merecido lo tienen.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar