LA DESTRUCCIÓN DE VENEZUELA

Quince años han sido más que suficientes para imponer un régimen autoritario, totalitario en cuanto al control total del poder político y económico, aliado a las dictaduras criminales más conocidas del planeta y, como si lo anterior fuera poco, entregado en cuerpo y alma al gobierno castro-comunista de Cuba. Por supuesto, el proceso ha sido distinto al cubano. Estamos en el siglo XXI. La implantación del régimen no fue por ninguna acción heroica civil o militar. Llegó mediante el voto parcial de un sector mayoritario en 1998, gracias al desgaste y la entrega de los anteriores todopoderosos partidos políticos que sembraron la democracia durante más de cincuenta años de acción fecunda. Pero los objetivos han sido similares. El control total del poder y del dinero de la nación. Un proceso calculado que ha pasado por la destrucción del aparato productivo del país, es decir, de la industria privada, del comercio y del campo. La economía privada es hoy prácticamente inexistente.

Simultáneamente los efectos del control sobre las industrias básicas como las que se ocupan del petróleo, del hierro y sus derivados, así como la confiscación de empresas indispensables para los servicios básicos cierra el círculo que aprisiona a la nación entera. Por supuesto que esto no ha sido de la noche a la mañana. El trabajo está bien pensado y ejecutado sin desviarse del objetivo fundamental, a pesar de errores y de la ineficacia y altísima corrupción de los protagonistas. Para ocultar esta última parte ya tienen en sus manos la inmensa mayoría de medios de comunicación. Unos han sido eliminados radicalmente, otros adquiridos por ventas o asociaciones producto de amenazas y chantaje hasta para el otorgamiento de divisas indispensables para su funcionamiento. Hay censura y lo que es peor, autocensura hasta en muchos comunicadores independientes que cuidan hasta la última palabra de cuanto escriben o dicen.

Mientras tanto el costo de la vida, la escasez de productos básicos, los vulgares negociados con las importaciones y empresas de maletín y, lo que ha pasado a ser el principal y más importante de los problemas, la inseguridad de las personas y de los bienes, de las familias y vecinos, provoca una especie de parálisis donde se equilibran el miedo y la indignación. El drama es que cuando la rabia generada por la indignación supere al miedo, el mundo contemplará la confrontación más feroz de este siglo en esta parte del mundo. Nadie deberá sorprenderse. Para el ciudadano común, lo peor que puede pasar es que no pase nada. Murió el ordenamiento jurídico. Pasarán cosas.

Viernes, 10 de enero de 2014

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