¡LA DICTADURA, IDIOTA!

En 2002, inmediatamente después de vivir las estremecedoras escenas de la rebelión popular del 11 de abril y comprender en toda su magnitud la crisis de excepción a la que la permanencia en el Poder del teniente coronel golpista Chávez  Frías y sus evidentes y declarados afanes totalitarios nos empujaba inexorablemente, escribí mi primer libro dedicado al fenómeno chavista. Lo titulé Dictadura o democracia, Venezuela en la encrucijada (Altazor, Caracas, 2003). Si bien ya por entonces tenía suficientemente claro que en las circunstancias y dada la profunda crisis social y política que antecediera la aplastante victoria electoral del militar faccioso, la dictadura llevaba las de imponerse. Fracasado el intento golpista que pretendió el asalto al Poder por medios violentos y agudizadas las contradicciones internas del sistema por efecto de esa misma asonada, supuse ya entonces que el caudillo, auxiliado por el golpismo cívico militar y el extravío de las élites venezolanas, seguiría el consejo de Hitler en su misma circunstancia: a un Estado moderno no se le asalta desde fuera, con la violencia, sino desde dentro, con el perverso uso de sus mismas armas: constitucional, electoral, pacífica, plebiscitariamente.

Dicho y hecho. Formado además en la Alemania de la post guerra y conocedor de las taras, vicios y rencores en que incurrieran los comunistas, socialdemócratas, centristas y católicos alemanes que no quisieron, no supieron o no pudieron impedir el ascenso de lo que Brecht, sarcástico y perspicaz, titulara en una de sus comedias sobre Adolfo Hitler Der aufhaltsame Aufstieg des Arturo Ui, en español: El resistible ascenso de Arturo UI, tuve perfecta conciencia de que el resistible ascenso del loco Chávez, más que deberse al chavismo bolivariano de las masas populares se debía a la superficialidad, la vanidad, la pusilanimidad, la cobardía y la estulticia de socialcristianos, socialdemócratas e independientes carentes de grandeza política e intelectual. Y la insólita veleidad política de nuestras clases medias.

La mesa estaba servida por notables de prosapia y excelsa cultura, pero políticamente tan traidores como los militares que se prometían el cumplimiento de sus más ancestrales deseos: enriquecerse. Una tradición instaurada, por cierto, por el Libertador, que a cambio de tierras compró lealtades. Como en efecto. Pues el asalto al Poder del Estado tuvo, tiene y posiblemente seguirá teniendo en la Venezuela petrolera exactamente la misma función que un asalto al abordaje de los bucaneros del pasado: hacerse con el botín. Dice Consalvi: “éste no es un Gobierno constitucional, ni siquiera un Gobierno de facto. Esta gente asaltó el Estado y lo maneja como los asaltantes su botín, al capricho, como los piratas del siglo XVII y XVIII.” (Contra el olvido, Conversaciones con Simón Alberto Consalvi, Ramón Hernández, Caracas, 2011.) Lo dice refiriéndose a las huestes de Chávez en el 2011, pero sus palabras se han vuelto mucho más validas e incontrovertibles bajo el gobierno de su sucesor, un administrador puesto por los Castro para garantizar el trasvase de nuestras riquezas a las faltriqueras de la tiranía cubana.

En el libro mencionado tuve particular cuidado en darle fundamento historiográfico a mi presunción de que Venezuela se encaminaba a revivir sus peores taras ancestrales y a escenificar no una dictadura de corte marxista leninista, socialista o como quiera llamarse a las dictaduras proletarias o de partido único clásicas inauguradas por los bolcheviques con la Revolución de Octubre de 1917, puesto que no se daban ninguna de las condiciones socioeconómicas necesarias para tales sucesos, sino a sufrir una brutal regresión reciclando las clásicas dictaduras caudillescas del siglo XIX y XX. Que marcaran a sangre y fuego la triste historia de expolios, persecuciones, asesinatos y desvaríos que signan nuestra bicentenaria historia republicana, sólo superada tras la derrota de la dictadura Pérezjimenista y la construcción de la Democracia de Punto Fijo.

De modo que partí del supuesto de que la bolivariana no se apartaría un ápice de la tradición revolucionaria venezolana: caudillesca, autocrática, corruptora, inmoral y militarista. Con la notable excepción de la entrega de nuestra soberanía a una nación extranjera, fenómeno único en nuestra historia desde el descubrimiento. Cito algunos epígrafes de Dictadura o Democracia, Venezuela en la encrucijada para despejar cualquier duda: “Las revoluciones no le han hecho bien alguno a Venezuela, por el contrario, y casi siempre, después del triunfo de alguna revolución que ha proclamado, como todas, el orden, la moralidad, todo género de libertades y los más avanzados y hermoso principios políticos, éstos, las libertades, la moralidad y el orden han perdido más que ganado, no obstante que aquellos principios y dogmas se hayan consignado luego en diferentes constituciones y en las leyes; pero no sólo no se han practicado sino que han sido la burla y el escarnio de los gobernantes. ¿Hemos de hacer responsables por ello a dichos gobernantes o a los gobernados, a los venezolanos todos que han dejado hacer y que han contribuido en todas las situaciones a semejante burla?” Es Luis Level de Goda en su Historia Contemporánea de Venezuela, publicada en París en 1893. Y para abundar en sus propósitos nos hace el recuento de dichas revoluciones: “Las revoluciones no han producido en Venezuela sino el caudillaje más vulgar, gobiernos personales y de caciques, grandes desórdenes y desafueros, corrupción y una larga y horrenda tiranía, la ruina moral del país y la degradación de un gran número de venezolanos. Por último, y como resultado de esa tremenda serie de errores y de ignominias, surge en Venezuela la siniestra dictadura militar…”

Imposible pensar que venezolanos ilustrados como Arturo Uslar Pietri, Juan Liscano, Ramón Escobar Salom, Ernesto Mayz Vallenilla, Rafael Caldera y tantos y tantos intelectuales, académicos e historiadores venezolanos desconocieran este texto. Y sin embargo le otorgaron la santificación de la comprensión al golpe militar (Golpe y Estado, Arturo Uslar Pietri; Discurso en el Senado, Rafael Caldera) abriéndole los portones al asalto neofascista al Poder encabezado por Hugo Chávez contribuyendo de una u otra forma al régimen imperante, que nuestros más destacados dirigentes aún dudan en calificar de dictatorial. Es la brutal, la aterradora constatación de los hechos.

Ha costado un mundo hacerle comprender a nuestra clase política la naturaleza intrínsecamente dictatorial y tendencialmente totalitaria del régimen militarista y caudillesco estatuido por Hugo Chávez, en connivencia con las Fuerzas Armadas, sectores de la ultra izquierda venezolana y el auxilio, respaldo e injerencia directa – ya convertidas en imposición colonialista de iure y de facto – del Estado cubano. Si ello fue comprensible cuando intenté demostrarlo en Dictadura o Democracia, hace 12 años, pues se vivía en medio de la borrasca de la rabiosa antipolítica y el enconado rencor antidemocrático de una Venezuela extraviada, hoy, luego de 14 años de brutal despliegue de formas de engaño, manipulación, fraude, represión, persecución y dominio incuestionablemente dictatoriales es sencillamente inadmisible. Pretender que ésta no es una dictadura, sino “una democracia incompleta”, como lo señala la máxima, querida y respetada figura de nuestra oposición democrática, el gobernador del Estado Miranda y ex candidato presidencial Henrique Capriles Radonski, no puede menos que causar estupor. Y acrecentar las dudas sobre la solvencia intelectual de nuestros principales líderes políticos. Que acrecientan, asimismo, la sospecha de que actualmente y salvo contadísimas excepciones vivimos bajo la trágica conjunción de lo que el historiador inglés Max Hasting señalara como una de las más graves fallas que condujese a la sociedad europea a la tragedia de la Primera Guerra Mundial: la de grandes crisis malamente enfrentadas con pequeños liderazgos.

Obviamente: no se trata de un problema categorial, epistemológico. A quienes están condenados a moverse en el más estrecho círculo de la sobrevivencia y apenas les alcanza el tiempo y el dinero para bregar por una torreja de pan o un vaso de leche, convertidos por maña de la dictadura reinante en clientela de las dádivas del gobernante, puede que les traiga sin cuidado si éste de Chávez-Castro-Maduro es una dictadura o la más perfecta y floreciente de las democracias. O, en su defecto, una dictadura minusválida, coja, manca, tuerta, incompleta. Como creen algunos de nuestros lideres. Salvo que caigamos bajo el nefasto influjo del más craso, miope e inmoral oportunismo político y creamos que debemos actuar con ese nivel y no ir un pasó más allá de ese horizonte de conciencia – lo que también es posible – , sólo la exacta definición del sistema que nos aherroja puede contribuir a definir la estrategia y táctica correctas para enfrentarlo exitosamente y erradicar sus perversas raíces del cuerpo enfermo de la Patria.

Sebastian Haffner, uno de los más lúcidos, profundos y perspicaces analistas del horror hitleriano no tuvo empacho en confesar que a su parecer y el de millones de alemanes de su generación, más responsables por la entronización de la barbarie n

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar