La dimensión pedagógica de la empanada o libertad y orden

Dedicado a Julio Acevedo Jaramillo, el chef de la familia.

El dinero no compra la felicidad, pero compra empanadas. Y la verdad es que no he visto a alguien triste o llorando cuando come empanadas. Así que las recomiendo para la depresión que te pueda causar cuando te claven una multa por comerlas en la calle. Eso me dijo mi psiquiatra de cabecera, mi esposa, de algo que leyó en internet. Por eso cuando salgo de casa en busca de una aventura callejera, como tengo corazón de policía, regreso con seis empanadas y, a veces, me sigue un perro hambriento encantado con su olor.

De ahí que el título de este artículo sea mamagallista y serio a la vez porque dimensión puede significar, como en geometría, algo trascendental, refiriéndose al área de una superficie, el volumen de un cuerpo o la longitud o largo de una línea para precisar las características matemáticas de un objeto; pero no quiero aludir a una empanada gigantesca que pretenda enseñarnos algo, sino que metiéndonos en el reino de los significados deseo indicar una circunstancia, fase o modo de ser de la vida contradictoria que a veces no entienden nuestros hermanos policías. Por ejemplo, que el rigor de la ley debe ser atemperado con la comprensión de circunstancias que pueden ser engañosas, como defender a los vendedores ambulantes mediante una supuesta ley de las empanadas.

Y como existe la dimensión invisible del significado, de donde surgen muchas cosas, esa posibilidad puede llevarnos también al misterio, la creatividad, la destrucción o el ridículo. Es decir, que esta especial empanada podría ser multivalente, un extraño ser encarnado para hacernos pensar, sentir y trascender la dimensión de la costumbre, como es el interpretarlo todo desde la frágil legalidad y con ello pretender resolverlo que se puede aclarar con un simple relato.

Porque con lo que le pasó a Stiven Claros, María Fernanda López, Fredy Gonzalo Becerra, José Luis Méndez y Herlin Rubí Solís, la dueña del puesto de comidas que ha llevado a algunos creativos a proponer una marcha para ‘la legalización de las empanadas,’ como se legaliza la dosis personal de droga y nada pasa, no nos extrañe que algún día nos multen por mirarle el trasero a una hormiga culona santandereana que es un manjar. No exagero. Ya que si bien la violación es un crimen y el acoso sexual en el transporte público un delito, el flirteo insistente o torpe no lo son; ni la galantería una agresión machista. Al dejarlo claro muchos intelectuales franceses con su ‘derecho a importunar’ como parte de una recreación sana para la sexualidad, nos están diciendo que de no aceptarse ese concepto de molestar, con la empanada podríamos sufrir la desproporción de la fuerza cultural o legal de cualquier idiotez; es decir, la exageración estúpida de multar por comer en la calle sería el abrebocashasta llegar a cualquier absurdo. De eso nos da cuenta Daniel Balmaceda que nos deleita con “La historia de la multa a los piropeadores.”

“A partir del siglo XX, nuestros bisabuelos empezaron a entusiasmarse con tener figuras más lánguidas. Las mujeres salían en grupo a dar caminatas de ejercicio, actividad que copiaron de las parisinas, donde se popularizó la frase: "Hacer footing.”

“En la primavera de 1906, dos señoritas de importantes familias porteñas habían salido a hacer footing, vestidas con el clásico blanco deportivo, más la sombrilla, los abanicos y los sombreros. Quemaban calorías por la calle Florida y en sus caras se percibía el esfuerzo, ya que sus cachetes se pusieron bastante colorados. En sentido contrario venía un grupo de señoritos de buena posición. En cuanto las tuvieron en las narices, les dijeron de todo. Incluso, algunas barbaridades ofensivas. Una de las chicas se lanzó furiosa contra el más maleducado y le dio una paliza con el abanico. El escándalo fue conocido por todos al día siguiente y algunos influyentes padres de señoritas en edad de recibir cumplidos, elevaron sus quejas a las autoridades.

“Por instrucción del ministro del Interior Joaquín V. González, el 28 de diciembre de 1906, el jefe de la Policía Ramón Lorenzo Falcón difundió un comunicado interno en el cual solicitaba de sus subordinados extrema atención para detectar atentados contra la moral. No sólo buscaba combatir la pornografía, sino también proteger a las señoras y señoritas de los comentarios callejeros.

“A partir del comunicado, quien fuera atrapado in fraganti diciendo un piropo -cuyo nivel de ofensa lo mediría la piropeada o el agente policial-, debería pagar una multa de cincuenta pesos o pasar una noche detenido. Falcón, según explicaba una nota periodística, dio "severas instrucciones a los agentes policiales en general y particular". Y aclaraba que los policías "deben reprimir los excesos del lenguaje en la vía pública, los insultos, las palabrotas tan comunes en discusiones e incidentes callejeros, como también impedir la exhibición en vidrieras, o la venta en público, de estampas o tarjetas pornográficas, libros o revistas con cubiertas obscenas".

“El primer día de la prohibición, cuatro caballeros debieron pagar la multa: Miguel Maccio, Aniceto H. Ojeda, Antonio Periello y Manuel Suárez, mencionados en estricto orden de sanción.

“La censura al piropo callejero inspiró el tango "¡Cuidao con los cincuenta!", cuyo ocurrente creador fue Ángel Villoldo. Comenzaba diciendo:
“Una ordenanza sobre la moral / decretó la dirección policial / y por la que el hombre se debe abstener / decir palabras dulces a una mujer. / Cuando una hermosa veamos venir / ni un piropo le podemos decir / y no habrá más que mirarla y callar / si apreciamos la libertad. / ¡Caray! ¡No sé / por qué prohibir al hombre / que le diga un piropo a una mujer! / ¡Chitón! No hablar, / porque al que se propase, / ¡cincuenta le harán pagar!

“Al guapo, por supuesto, estas disposiciones no lo amilanaban: para ellos, un piropo merecido bien valía cualquier multa.” (Fuente: La Nación, 27 de marzo de 2018)

Con lo de la multa por consumir una empanada en la calle, me fui al Código Nacional de Policía y Convivencia vigente a partir del 30 de enero de 2017. Y si bien el artículo 140 sanciona los comportamientos contrarios al cuidado e integridad del espacio púbico, por lo que se generan multas al, por ejemplo, “omitir el cuidado y mejoramiento de las áreas públicas mediante el MANTENIMIENTO, aseo y enlucimiento de…”, me pregunto: ¿Qué sucede con las calles llenas de huecos que son área pública? ¿Sancionaremos al alcalde por no darles mantenimiento? Y si omitimos el cuidado, mejoramiento y enlucimiento de “fachadas, jardines y antejardines de las viviendas y edificaciones de uso privado” ¿Multarán a los dueños que no han pintado las fachadas por muchos años porque no tienen plata? ¿O nos rebajarán ese gasto imprevisto del impuesto predial, ya que se le ocurrió al policía de la esquina? ¿No creen ustedes que ‘enlucimiento’ sería un parámetro muy subjetivo como lo podrían considerar los grafiteros con sus mamarrachos en las paredes? Además ¿acaso comer una empanada en la calle promueve el uso u ocupación del espacio público como reza el comparendo de marras?

¿Y qué sucedería si se asociara a la empanada y su vendedora como malévolas promotoras de un problema de salud pública como es la obesidad? ¿Y qué ocurriría con los flacos consumidores especiales, pillados en la calle, que debido a su especial metabolismo pueden ingerir sacos de empanadas y no engordan? ¿Cómo probarían su inocencia in situ? ¿Con un certificado de inmunidad metabólica?

Ahora bien, usted puede pensar que estoy mamando gallo con lo de la empanada. No es así. Sencillamente ejerzo el derecho de despertar preocupaciones. Échele ojo a las siguientes leyes o situaciones de antología de nuestra parroquia colombiana y considere que en algún momento, un grupo de pensadores, las consideraron ‘normales’. Eso es así porque cuando se tiene el poder de legislar, no necesariamente se debe ser inteligente. Igual nos puede estar pasando ahora; que lo normal en el 2019, sea ridículo dentro de poco. Por todo lo anterior, creo que quienes redactaron el Código de Policía, sin desconocerles su buena intención de ‘convivencia ciudadana’ deberían someter su iniciativa a un examen crítico y creo que esta es la oportunidad para hacerlo recordando la empanada de la discordia y los siguientes ejemplos de falta de sindéresis, no solo de los policías, sino de muchos ciudadanos.

1. LA FRASE FUNDACIONAL DE COLOMBIA QUEHA ENGENDRADO MUCHAS CONTRADICCIONES. “Colombianos, las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad”. Francisco de Paula Santander. Resume la cultura legal del país, donde al parecer, una orden o una ley lo arregla todo, incluido el caos social, o realizar el sueño de la paz.

2. LOS CHINOS NO PUEDEN TRABAJAR EN COLOMBIA. La ley 62 de 1887 impide la “importación” de ciudadanos chinos a Colombia para cualquier trabajo en el territorio nacional sin perjuicio de lo que haya sido estipulado con determinadas compañías o empresas antes de la expedición de la presente ley. ¿Entonces no pueden trabajar ciudadanos chinos en Colombia? ¿Y los restaurantes chinos que hay prácticamente en cada barrio?

3. NO SE PUEDE VENDER LICOR A LOS ALCOHÓLICOS. La ley 88 de 1923 prohíbe la venta de las bebidas alcohólicas a los menores de edad e impone sanciones a quienes comercialicen todo tipo de trago a los enajenados, ebrios o a personas que usualmente abusan del alcohol y que se afectan notoriamente con su consumo. Si se cumpliera esta ley, bajaría sustancialmente el nivel de alcoholismo entre los adolescentes.

4. PROHIBIDA LA VENTA DE CIGARRILLOS AL MENUDEO. La ley 1335 de 2009 prohíbe la venta de cigarrillos al menudeo, pero actualmente en cualquier esquina de las principales ciudades del país se consigue quién venda uno o dos cigarrillos sueltos. Es decir, no hay nada más laxo que esta norma.

5. LOS DECRETOS DEBEN SER COMUNICADOS CON UN VOCEADOR. El Código de Régimen Político y Municipal de 1914 sostiene que los decretos o actos que expida el alcalde de turno deberán ser comunicados a bando, es decir, a través de un trompetero y un timbalero. Nada más arcaico y ridículo pero que aún está vigente y obvio no se cumple.

6. PROHIBIDA LA VENTA DE JERINGAS SIN FÓRMULA. La ley 11 de 1920 prohíbe la venta de jeringas y agujas sin formula médica. Actualmente, y especialmente en los barrios de estrato medio o bajos, se consigue en droguerías este tipo de materiales sin ninguna prescripción médica. Al día, una farmacia vende entre 50 y 100 jeringas sin fórmula.

7. PROHIBIDA LA SAL DE LA GUAJIRA. La ley 32 de 1980 prohíbe la comercialización de sal de La Guajira en la Costa Atlántica, salvo que se tenga un permiso de la aduana de Riohacha. Esta norma luego trascendió a la venta de licores, cigarrillos, gasolina, electrodomésticos, en fin, todo el comercio que hoy se vende a través del contrabando.

8. LOS MENDIGOS SON ILEGALES. Desde 1918, por medio de un decreto, fue prohibida la mendicidad en Bogotá, pero hoy en día hay más de 9.614 personas que viven en las calles de la capital colombiana. Entonces ¿Son ilegales?

9. LAS ABEJAS QUE HUYAN NO TIENEN DUEÑO. El Código Civil de 1887, en su artículo 696, señala lo siguiente: “Las abejas que huyen de la colmena y posan en árbol que no sea del dueño de ésta, vuelven a su libertad natural y cualquiera puede apoderarse de ellas y de los panales fabricados por ellas”. Y si usted no sabe por qué la gente no cree en la justicia de nuestro país échele un ojito a las siguientes perlas:

10. PROHIBIDO MORIR: en 2013, Roberto Carlos Celedón, alcalde del municipio de Baranoa, Atlántico, apareció en los noticieros y periódicos diciendo que firmaría un decreto para prohibir que la gente se muriera en el pueblo.

11. PROHIBIDO USAR MINIFALDAS: el gerente del Hospital Rosario Pumarejo de López, de Valledupar, Johnny Flórez, solo quiso “proteger” a las mujeres de las enfermedades, virus y alergias.

12. PROHIBIDAS LAS RUANAS, ALPARGATAS Y PEDIR LIMOSNA: la única intención de Jorge Eliécer Gaitán era “modernizar” las costumbres. Mientras fue alcalde de Bogotá –por un período de ocho meses– batió récord en la firma de decretos. Fueron cerca de 400.

13. LA NOCHE DE LAS MUJERES: fue una medida urgente para frenar la violencia en contra de las mujeres. El ex alcalde Antanas Mockus creó el decreto “La noche de las mujeres”, por medio del cual se prohibía, de manera simbólica, la presencia de hombres en las calles un viernes en la noche.

14. PROHIBIDOS LOS BURROS: en Montería la culpa es del burro. El animal fue señalado como responsable de los accidentes de tránsito protagonizados por motociclistas borrachos durante los partidos de la Selección Colombia en el Mundial de Brasil 2014.

15. PROHIBIDO ADORAR AL NIÑO JESÚS: en Colombia, la Iglesia católica se da el lujo de prohibir en pleno siglo XXI. Monseñor Fidel León Cadavid Marín, obispo de la Diócesis Sonsón- Rionegro en La Ceja, Antioquia, prohibió rendirle culto a una imagen del Niño Jesús conocido en la región como Emanuelito.

16. LA MUJER EN EL MATRIMONIO:“La mujer que abandone la casa de su marido, rehúse a vivir con él o cometa grandes excesos contra el orden doméstico y que las amigables amonestaciones de su marido no funcionen, será apercibida [prevenida] por un juez”.

17. EL COLMO MAYOR DE LA ESTUPIDEZ. Considere el siguiente despropósito que se discute en relación con la JEP: Que los guerrilleros sean castigados por el delito de rebelión, pero que puedan reincidir en el secuestro, asesinato, terrorismo, etc. Por considerar inconvenientes cuatro artículos de los que aprobó la Corte Constitucional el Fiscal General le pide al Presidente Iván Duque objetar ley estatutaria de la JEP, pues pareciera que lo que decide la corte es dogma de fe, según algunos mamertos.

18. EL COLMO SUPREMO DE TODO LO ANTERIOR. No lo constituye ninguna ley absurda, sino los tecnicismos jurídicos de leyes muy racionales y bien pensadas, por los que los delincuentes queden libres, al país se le pueden meter goles con el proceso de paz, se puede instaurar una dictadura constitucional, etc. Eso, o el desconocimiento de las normas del Código de Tránsito, por ejemplo, que, pensadas para nuestra protección, las ignoramos, y al no multarnos jamás aprendemos.

¿Pero es el castigo una condición sine qua non para aprender? Sí lo es, pero también puede ser una opción, si pensamos en lo que queremos hacer o no asumir. Por lo que consideremos por un momento el lema de nuestro escudo: Libertad y Orden.

La libertad no puede existir si no hay orden. Porque la libertad es la facultad o capacidad del ser humano de actuar según sus valores, criterios, razón y voluntad. Y el orden para cuidar el espacio público surge del acuerdo de valores, criterios, razones, la armonía de voluntades y no se alcanza solo mediante la imposición de la ley. Ese orden que así surge es el resultado de la civilidad y no del miedo y obediencia que imponen las armas o la autoridad abusiva. Porque si interpreto como libertad el hacer lo que me da la gana, seguramente iré a clase cuando me gustey estaré en conflicto con el profesor; o si decido cumplir solamente las leyes que me agraden, seguramente me costará un carcelazo. Las decisiones anteriores crean desorden, anarquía. Uno puede verlo en el tráfico en el que cada quien conduce por donde quiere y como quiere. Pero si todos pensamos en los demás, seremos educados, considerados; y de esa vigilancia interna de nuestro comportamiento y el de los demás; y de la aplicación del sentido común de lo que es bueno para todos,surge el orden y con ese orden se cimenta la libertad. Por eso un policía, representante de la ley, soldado, funcionario público deben ser los primeros vigilantes de esa libertad y orden, pensando sobre las leyes y cuál es el bien común que buscan que debería ser la intención racional de cualquier legislador.

Si bien el entrenamiento militar es necesario para el combate, en el cual la obediencia y precisión son necesarias para cumplir órdenes, la mente se embota para interpretar sabiamente la aplicación de la ley a la contradictoria realidad que enfrenta. Por lo que si al policía TAMBIÉN se le disciplina para observar, escuchar, siendo considerado, muy reflexivo en esa vigilancia de la ciudadanía, de esa escucha o consideración hacia los demás, viene el orden en la sociedad y el aprecio por la institución y cada policía. Y ese orden así alcanzado es la mejor defensa de la democracia. Porque donde hay orden, siempre hay libertad, ya que sabremos valorar el esfuerzo y sacrifico de contar con esos dos poderes reales que no son solamente principios y valores abstractos. Si el policía está discutiendo, gritando, hablando, o pensando en los objetivos del comparendo, no puede escuchar lo que otros tienen que decir. Solo puede escuchar claramente cuando se escucha en silencio, cuando se presta atención y se reflexiona. Eso es difícil porque implica responsabilidad; por eso obedecer lo que no se tiene que pensar, es lo más fácil; de ahí que tengamos dictadores brutos en el vecindario que no necesariamente son presidentes; pues muchas veces son ‘líderes’ que solo escuchan la ideología o el interés egoísta.

Si la libertad no es necesariamente hacer lo que uno quiere porque somos seres sociales, incluso el monje, el anacoreta, no es libre de hacer lo que desea porque tiene que luchar por la virtud que busca cultivar, pelear dentro de sí mismo por el ideal que complementa su realización. Y si eso requiere una enorme inteligencia, sensibilidad y comprensión de las propias debilidades, mucho más difícil será convivir decentemente con los otros cualquiera sea la cultura y las leyes que nos rijan.

Por todo lo anterior, para que no se sienta mal como colombiano, al recordar la empanada más cara de Bogotá, usted puede estar seguro que en cada rincón del globo terráqueo hay leyes absurdas sobre las que no se piensa. No es sino que se meta a internet y escriba: “Las leyes más estúpidas de…” Y a reír. ¿Será por eso que Duque está pensando en objetar la ley estatutaria de la JEP? ¿Y si no admitimos la posibilidad de que podemos equivocarnos, o que estamos haciendo el ridículo, para qué carajos existe la buena y noble razón que le da sentido a nuestras decisiones?

Piénselo cuando se coma una empanada; que cada mordisco del pedacito de huevo, guiso, papa; cada grano de arroz, el poco de carne, y el color del trigo maduro de esa piel crocante , le recuerden esta ‘empanada’ que, se lo aseguro, tendrá un sabor trascendental. Esa es la ‘iluminación’ del buen comer que fue lo que me dijo un chef, mi mejor amigo, cuando me enseñó a disfrutar, filosóficamente, lo que como. Porque como decía el dramaturgo Bernard Shaw: “No hay amor más sincero que el que se le tiene a la comida.” Eso es cultura. Y hay que comer la empanada con cultura, no atragantados con una multa y el cargo de conciencia de que no la podemos pagar. Por eso digo que de ahora en adelante nuestro lema bogotano debe ser: ¡Vivan las empanadas de la Atenas suramericana!

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