LA DIPLOMACIA CÓMPLICE

Joe Biden, vicepresidente de los Estados Unidos, nos ha entregado una perla de la diplomacia cómplice. La de “los buenos modales” que critica nuestro buen amigo Oscar Arias. Por una parte, la Sra. Jacobson, subsecretaria del Departamento de Estados para asuntos del hemisferio, asegura que no existen razones que justifiquen la aplicación de sanciones a altos funcionarios del gobierno de Nicolás Maduro, toda vez que hay conversaciones en curso entre la llamada “oposición” y el gobierno que podrían verse perjudicadas por la acción unilateral de su gobierno. Razones que llevan al Departamento de Estado y al gobierno de Obama, del cual el Sr. Biden es vicepresidente, a cerrarse a las recomendaciones de sus propios senadores, que han votado a favor de la aplicación de dichas sanciones. Sus razones son tan palmarias, que el pretexto no puede ser más impropio, falso y engañoso: ciudadanos venezolanos responsables de la represión saldada con 43 asesinatos, cientos de heridos y miles de prisioneros disfrutan de las exquisiteces de la democracia norteamericana, poseen ingentes bienes de fortuna en inversiones, depósitos bancarios y propiedades inmobiliarias “en el Imperio” y se pasean en sus carros, aviones y yates de lujo como ejemplares turistas por las playas americanas.

MisterBiden acaba de reunirse con la Sra. Rousseff, presidenta del Brasil, segunda figura del PT brasileño que encabeza su compañero Lula da Silva, fundador y guía, junto a Fidel Castro, del Foro de Sao Paulo y factor decisorio de UNASUR, un parapeto del injerencismocastrocomunista en América Latina, que en un acto absolutamente unilateral decidió, por cierto a pedido del canciller venezolano Elías Jaua y la venia de Raúl Castro la urgente intervención extranjera en los asuntos internos de Venezuela para boicotear las acciones de protesta pacífica y democrática de la juventud y el pueblo venezolanos con la dictadura de Nicolás Maduro. Respaldándose en la aceptación a dicha injerencia por parte de un sector de la oposición que nada tenía que ver con la gigantesca ola de protestas que sacudían al país poniendo en jaque la estabilidad del gobierno.

Vale decir: el vicepresidente de los Estados Unidos, que no ve razones para aplicar sanciones perfectamente cónsonas con el espíritu y la letra de las determinaciones constitucionales y las tradiciones democráticas norteamericanas – sanciones que puede aplicar con efectos inmediatos con un simple ejecútese del Salón Oval -, cuyo peso decisorio en el hemisferio supera el de cualquier otra potencia mundial y cuya voluntad podría inducir cambios dramáticos en la situación de nuestro país, atribulado por una dictadura, se ve en la necesidad de reunirse con la presidenta de la principal potencia de la región y solicitarle humildemente que haga algo para que en Venezuela “haya un poco más de democracia”.

Si Mister Biden no sabe que Dilma Rousseff participó en un comando terrorista que secuestró en septiembre de 1969 a Charles Elbrick, embajador de los Estados Unidos en Brasilia, asaltó bancos y cometió otros graves delitos contra la cosa pública, constituye una de las fichas criadas por Fidel Castro para llevar a cabo una estrategia diseñada por el Foro de Sao Paulo para el cual la sobrevivencia de la dictadura venezolana es de crucial, de vital importancia, no merecería ser el vicepresidente de los Estados Unidos. Está obligado a saber, al margen de las informaciones que el Departamento de Estado pueda recabar de parte de sectores interesados y anónimos de la llamada oposición venezolana, que Brasil jugó un papel fundamental en impedir que el llamado Referéndum Revocatorio cumpliera el cometido para el que fuera convocado, pusiera toda su influencia en juego en la OEA para boicotear su ejecutoria y toda acción opositora, hasta culminar su juego a favor de la dictadura impidiendo que la diputada María Corina Machado hiciera uso de la palabra en el seno de la OEA y empujara a las cancillerías amigas – todas, sin siquiera la excepción de la del presidente Santos, de Colombia – a intervenir en los asuntos internos de Venezuela a favor del régimen y en contra de la Resistencia.

¿Qué pretende la infeliz e hipócrita iniciativa de la Casa Blanca conjuntamente con el Brasil frente a nuestra tragedia? ¿Cuál es el fin de esta democracia cómplice? Desde luego: su objetivo real no es intervenir en nuestros asuntos a favor de la defensa de los DDHH y la democracia. Es seguir dándole cuerda al estropeado reloj del diálogo, a ver si aparenta poder darnos la hora del tiempo de Dios, que para Biden, la Rousseff, Raúl Castro y Nicolás Maduro pareciera perfecto.

@sangarccs

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