La eficiencia y dignidad de la corona y el samurái

La dignidad de un ser se mide por la impresión exterior que da. Hay dignidad en el esfuerzo y la asiduidad; en la serenidad y la discreción. Hay dignidad en la observación de las reglas y en la rectitud. También hay dignidad para apretar los dientes y mantener los ojos abiertos: todas estas actitudes son visibles desde el exterior. Lo que es capital es actuar siempre con dignidad y sinceridad.

La crítica sólo debe intervenir después de haber discernido si la persona la aceptará o no, después que uno se ha hecho amigo de ella, de haber compartido sus intereses y de haberse comportado de manera tal que nos concede su entera confianza para que tenga fe en nuestras palabras. Yamamoto Tsunetomo

Un guerrero samurái altamente respetado.

Aunque espero que Iván Duque sea el ganador definitivo el 27 de mayo, la intención pedagógica de este escrito va dirigida a todos los candidatos para dilucidar uno de los problemas más graves de la democracia: la representación de la dignidad de una nación en combinación con la eficiencia del desempeño gubernamental de parte del candidato elegido. Para ello creo que la mejor ilustración es uno de los capítulos de la serie de Netflix, The Crown (La Corona), sobre la monarquía inglesa, de moda en estos días.

En la primera temporada, vemos a la joven Isabel II como Reina debido a la prematura muerte de su padre, Jorge VI, quien murió de un cáncer de pulmón por el ‘bendito’ cigarrillo. Pero no está lista para su nuevo papel, y mucho menos para «gobernar». Su padre lo sabía muy bien, así como sabía que se estaba muriendo. Llamó a su amigo, Winston Churchilly lo convenció de que la nueva Reina y el Imperio lo necesitarían en ese momento más que nunca, como consejero y confidente cercano para ayudarla en la madurez de sus primeros años. Churchill acepta, reafirma su lugar de liderazgo, tiene la plena confianza de la nueva reina, y comienza a moldearla para ayudarla a través de sus primeros años de reinado.

La Reina Isabel II, al igual que sus predecesoras, no recibió una educación formal. En cambio, tuvo un tutor privado llegando a dominar el derecho constitucional y la historia, así como el francés. Por supuesto, también se le enseñaba muchísimo sobre la cortesía y la etiqueta real. Por eso es tan difícil no embarrarla cuando se toma té con la Reina. En la serie uno de los episodios de formación más interesantes, siendo niña la reina, se ilustra con el siguiente diálogo en una clase con su tutor.

– “Hay dos elementos de la Constitución: escribió Walter Bagehot en 1867. La eficiencia y la dignidad.” Pregunta entonces el tutor:
– «¿Cuál es el elemento del monarca Su Alteza Real?
– “La dignidad.
– “Muy bien. La eficiencia tiene el poder para formular y ejecutar las políticas y es responsable ante el electorado. Lo que concierne a todos debe ser aprobado por todos. Sin embargo, la dignidad le da significado y legitimidad a lo eficiente y solo responde a Dios. Por ese motivo, dos instituciones, corona y gobierno, dignas y eficientes, solo funcionan cuando se apoyan mutuamente; cuando confían el uno en el otro. Puede subrayar eso.
– “¿Les enseñas esto a tus otros alumnos?
– “No, sólo a usted. Esto es lo que les enseño. (Y le muestra los exámenes de geometría y matemáticas.)
– “¿No debería saber eso también?
– ”No señora.”

La escena anterior es muy significativa para nuestro momento actual. El consejo de los tutores profundo por ser aplicable a nuestros candidatos presidenciales. Los hemos visto proponiendo la eficiencia de los diferentes elementos y propuestas de cada campaña. ¿Pero cómo podemos discernir en cada uno de ellos, la dignidad para el cargo (no la experiencia presidencial que en este momento nadie tiene); esa cualidad inexpugnable, indiscutible de la presencia y naturaleza ética y moral de la persona que da estabilidad y confianza; el pegamento que mantiene todo unido? Eso es lo que quiere decir: “Duque es el que es.” Eficiencia probada en los cargos desempeñados y dignidad en su comportamiento personal. Así que lo suyo no es solamente la juventud con su aporte de alegría, música y deporte, sino la capacidad que le hemos visto de responder con dignidad a un deber superior ante sí mismo reflejado en el trato con las personas, su compromiso de familia, su esfuerzo político en la lucha por la presidencia ante tantos obstáculos y juego sucio.

Y estos conceptos de eficiencia y dignidad ?que no quiero llamar liderazgo? en un presidente son profundamente significativos para la gobernabilidad del estado y un país porque tienen que ver con el llamado trabajo, lo externo, la capacidad de juicio que lleva a la eficiencia en las actividades del mundo que Duque ha probado siendo elegido como el mejor senador. Además, la dignidad nos relaciona con el Ser, la interioridad, la capacidad de juicios éticos y morales, la médula estoica y valiente del samurái, aspectos generalmente olvidados en las decisiones de estado, que son los que promueven el fuerte impacto político y el compromiso de los ciudadanos. Esa ‘maquinaria ética’ que es la que trasforma un país por medio de instituciones renovadas solo se puede manejar con el carácter, la presencia y dignidad personal que es lo que motiva realmente a los seguidores. Ese es el verdadero heroísmo político del que Maquiavelo nada sabe.

La parafernalia monárquica de los británicos que convive con el mundo moderno nos recuerda el mensaje que solo a través del sentido común y la honestidad dos sistemas antagónicos, monarquía y democracia, pueden ser armonizados cuando se tiene en cuenta el bien mayor y utilitario puestos al mejor servicio de la patria. Aparentemente la reina es superflua ¿pero por qué tiene el poder de convocar a un país y convencer a personas de mayor rango intelectual? El secreto está en la ‘dignidad’ que ella se esfuerza en encarnar como institución, en la serenidad que le permite decir y hacer lo justo en el momento adecuado.

Pero también debemos tener en cuenta que ‘la dignidad humana’ es la base de las constituciones modernas expresada como un principio abstracto que, como tal, puede ser interpretado y cambiado a conveniencia hasta para justificar una ilegítima revolución sanguinaria; pero cuando esa dignidad se encarna en una persona, no hay engaño posible; se es o no se es, lo que dice ser. Ese es el esfuerzo británico de mantener a la reina como un símbolo vivo de dignidad ¿O acaso no nos hacemos matar por una bandera que representa lo mejor de la patria?

Ahora bien, cuando le rendimos pleitesía a uno de los máximos instrumentos de evolución social, tecnológica y de comunicación con los teléfonos inteligentes y otros medios ¿vemos acaso ese mismo progreso en la vivencia de dignidad en las redes y la sociedad en general? No. Parece que ese concepto se despreciara. Sin embargo, la dignidad es el tejido conectivo de cualquier relación. Sirve para inculcar igualdad y unidad en la sociedad. La falta de dignidad es la clave para entender el meollo de los muchos conflictos en el mundo. ¿Por qué? Porque todos tienen derecho a ser escuchados, reconocidos y respetados; y por lo tanto, debemos tratar de ser lo más justos posible con todos los que nos rodean.

El coscorrón de Vargas Lleras a su guardaespaldas, el considerar chimbas las preguntas que le hace una periodista; la incitación a la violencia y las mentiras de Petro, la indefinición de Fajardo, el rol de Humberto De la Calle en La Habana que resultó en la entrega del país a las Farc, las mentiras de Santos, son golpes letales a la dignidad de la patria. Esa falta de dignidad, reflejada en esas acciones y muchas otras, se refleja en las encuestas.

Y así como esos actos pueden dañar a alguien hasta demeritar la carrera política de muchos; o avergonzar a una comunidad o un país, un gesto de aprecio, reconocimiento o respeto, de admisión de equivocaciones, errores o culpas, en los que vemos la más alta expresión de dignidad, puede mejorar las relaciones e incluso reparar los vínculos rotos. La vida, como la política, realmente es una calle de doble vía: la amabilidad y el trato justo siempre tendrán un buen resultado en la vida diaria y en la política.

Por otra parte, comparando con lo que pasa en Hidroituango, en octubre de 2011, los “Héroes de Fukushima”, apelativo con el que se denomina a los que hicieron frente al accidente de la central nuclear de Fukushima tras el terremoto y posterior tsunami de marzo de ese año, fueron galardonados con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Según el jurado que lo falló, “El comportamiento de estas personas ha encarnado también los valores más arraigados en la sociedad japonesa, como son el sentido del deber, el sacrificio personal y familiar en aras del bien común, la dignidad ante la adversidad, la humildad, la generosidad y la valentía” ante una crisis sin precedentes. Ese mismo espíritu es el que veo en los obreros que arriesgan su vida tratando de arreglar la represa de Hidroituango y en los directivos de EPM que le han puesto la cara a la tragedia. Ese es el espíritu del samurái que se necesita para hacer patria.

De la misma forma, la nobleza del político que se considere un guerrero samurái da todo por su patria, pero también espera el momento más adecuado para dar la mejor estocada de comunicación, o usar el empleo a fondo con la justicia. En un estado de calma absoluta, no empujado por la vocinglería de la plaza o la venganza, ese político, con la verdadera experiencia interior de fortaleza y calma porque actúa correctamente para dirigir una nación, toma las decisiones más acertadas, en el momento justo y el lugar más adecuado, con el estado de ánimo sereno, sin ningún tipo de exaltación ni distracción. Es decir, manteniendo la mente impávida, como un samurái ante el peligro. Por lo que en la elección del próximo presidente escoja a alguien eficiente con la dignidad incuestionable de un samurái: Duque; es decir, el que sirve sin miedo, comprometido con un ideal, a pesar de las amenazas de muerte en su contra.

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