La estela del M-19

Quince años de estrépito energúmeno…

Y veinticinco de reconciliación cumplida

Hace 25 años se firmó la reintegración a la vida civil del M-19. Las generaciones nuevas, o los que entonces estaban en la niñez, poco recuerdan lo que ese movimiento significó entre mediados de los años setenta y finales de los ochenta. En efecto, al principio fundado como una disidencia de las Farc, el propósito del M-19 era sacar la rebelión del monte y volverla urbana, con base en lo que habían pretendido Tupamaros y Montoneros, en Argentina y Uruguay, y bajo la justificación del supuesto fraude al general Gustavo Rojas Pinilla en las elecciones de 1970. Se trataba, por ende, de acelerar los tiempos “históricos” y darse, máximo, una o dos décadas en ello, un lapso en el que jóvenes y universitarios deberían acceder al poder por las armas.

El caldo de cultivo estaba, por lo tanto, en las universidades. Desligado de cualquier estructuración comunista, a diferencia de las Farc y otras organizaciones subversivas, el M-19 era a su vez una mezcla de la Anaposocialista -con arraigo parlamentario-, grupos izquierdistas de base, dirigentes sindicalistas y algunos sectores periodísticos hechizados con la revolución cubana. Como se trataba de la aceleración revolucionaria planteada sobre la base de la autonomía frente a las Farc, hicieron gala, primero, de simbolismos como el robo de la espada del Libertador Simón Bolívar, copiando lo que habían hecho con los símbolos de Artigas en el sur del continente. Luego pasaron a otros actos, además de secuestrando, dándole un carácter aún más dramático y terrorífico a los hechos, como en el caso del fusilamiento de José Raquel Mercado, el más alto directivo de los sindicatos nacionales cuando estos pesaban más que hoy. Parte del país, incluso, todavía debe recordar cómo el M-19 iba señalando, día a día, cuántas horas le quedaban de vida a Mercado si no se cumplían las exigencias a cambio de la libertad del plagiado. Hasta que lo ejecutaron, cronómetro en mano. Era lo que llamaban “juicios populares”, con los civiles cautivos en las denominadas “cárceles del pueblo”, volviendo el secuestro una práctica sistemática sobre líderes empresariales, extranjeros y mujeres.

Más adelante, mientras trataban de fundar guerrillas campesinas en el Cauca, Huila y Putumayo, robaron 5.000 armas al Ejército, nada menos que del Cantón Norte de Bogotá, burlando a las Fuerzas Armadas que en adelante e implícitamente los señalaron de principales enemigos. Si bien andando el tiempo la Fuerza Pública las recuperó, el pleito se había casado irremisiblemente. Entonces, con miras a liberar los presos que habían quedado de ello, el M-19 escaló en sus propósitos. Secuestraron a la mayoría de embajadores acreditados ante el Gobierno colombiano, en la legación de República Dominicana, caso que de milagro terminó incruentamente y con el cobro de una suma considerable, tras dos meses de espectáculo terrorista en plena carrera 30 capitalina. El M-19 llevaba, de este modo, años copando las primeras planas con todo tipo de actos publicitarios armados, muy lejos de las Farc, el Eln y el Epl y con ello, pese a ser el más pequeño de los grupos, parecía llevar la voz cantante de  la “revolución”.

Fue entonces cuando Belisario Betancur abrió, por primera vez, una salida política negociada, otorgándoles amnistía previa al igual que a los otros grupos. Pero al llegar los traspiés el M-19 decidió cobrarle a Betancur y, bajo el ejemplo de lo que habían hecho en la embajada de República Dominicana, elevaron la apuesta, asaltando el Palacio de Justicia en pleno corazón bogotano y secuestrando a 400 personas, entre ellas la mayoría de magistrados de la Corte Suprema y del Consejo de Estado, en esta ocasión con uno de los peores saldos de sangre, incendio y muerte del terrorismo universal. Tres años después, secuestraron al doctor Álvaro Gómez Hurtado, asesinando a su escolta, cuando la movilización ciudadana impidió un resultado más catastrófico y el M-19, a pesar de haber proclamado la “guerra a la oligarquía”, optó, diezmado y desaparecida la mayoría de fundadores, por el diálogo nacional y la desmovilización.

Fueron 15 años de estrépito energúmeno, cuando el M-19 fue el centro de la acción. Frente a ello hay que decir que, en la reconciliación, han cumplido su palabra a cabalidad. Pero también que la toma del Palacio de Justicia, no sólo acabó el entonces diálogo con el M-19, sino con el proceso de paz general, perdiendo toda credibilidad y generando nuevas formas de violencia. No hubiera sido por ello, seguramente no estaríamos aún hoy, tantos años después, en busca de la tan esquiva paz.

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