La estrategia de las Farc

Las Farc no firmaron la paz cuando enfrentaron a un gobierno fuerte ni cuando tuvieron uno débil y acorralado como interlocutor.

No aprovecharon su momento de superioridad para lograr un acuerdo que los favoreciera y tampoco aceptaron un sometimiento por cuenta de su debilidad política y militar. A las Farc parece no servirles ningún tipo de proceso: No les gustó el Caguán y sus 42 mil kilómetros, ni Caracas, ni Tlaxcala ni parecen sentirse cómodos tampoco con los mojitos de La Habana. A la guerrilla nunca le alcanza el tiempo para culminar un proceso de negociación y siempre tienen a la mano el argumento de que 50 años de conflicto no se resuelven en apenas unos meses de conversaciones. Las Farc no firmaron la paz cuando todos sus crímenes eran indultables y amnistiables y podrían haber entrado al Congreso, apenas cambiándose el camuflado por un saco y una corbata. Y parece que tampoco lo firmarán ahora, cuando la justicia transicional permite perdonar la base combatiente y condenar solamente a los máximos responsables, incluso a penas mínimas por fuera de establecimiento carcelario.

Por las mesas de negociación han pasado presidentes, negociadores, comisionados de paz, liberales y conservadores, gentes de izquierda, de centro y de derecha. Llegará el papa Francisco y se repetirá la historia. Y es que la voluntad de paz de las Farc no es cuestión de Dios sino del Diablo y por eso les darán la misma medicina que han tomado todos los mediadores anteriores.

Las Farc nunca se han levantado de la mesa de negociación, pero sin falta en todos los procesos anteriores han creado las condiciones para que el gobierno deba hacerlo. Y ahora no han ahorrado esfuerzos para seguir con su libreto. Presumir que la tregua y los ataques posteriores son casualidad o acciones descontroladas y espontáneas es ingenuo. Por el contrario, no son malpensados quienes creen que todo cuanto hacen las Farc está dirigido a lograr aquello que ya saben resulta inevitable y es que el proceso no sobreviva impunemente a todos sus agravios. Y sin embargo persisten en hacerlo a través de sus atentados, sus dilaciones, sus perversas intervenciones mediáticas y sus distracciones alrededor del cese bilateral. Y saben además que tendrán quién los aplauda y los defienda; quién ataque al Gobierno y lo acuse de intolerante y guerrerista aunque el proceso no sirva para alcanzar la paz ni llegar a algún acuerdo.

Los que tienen mentalidad de burro no son las Farc, como sugiere el exministro de Defensa, sino el resto del pueblo colombiano, quien de buena fe persiste en inventar argumentos rebuscados que permitan explicar lo inexplicable del comportamiento guerrillero y las razones por las cuales las Farc sí tienen la voluntad de llegar a algún acuerdo a pesar de que con entusiasmo cada día nos demuestran precisamente lo contrario.

El problema con las Farc no es Santos, ni La Habana, ni la falta de límites al proceso, ni los actos terroristas ni tampoco la oposición de la oposición. Parece incluso a veces que aun firmando impunidad, participación política y dejación de armas no habría acuerdo. Y no lo habría porque simplemente las Farc no buscan la paz sino el poder, aquel que aún creen estar en capacidad de conseguir por otros medios.

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