La fiesta del narco

El país está inundado de dólares del narco: las Farc y las Bacrim andan popochas.

Hace algunos días, las autoridades divulgaron el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos –diferencia entre los dólares que entran y los que salen del país en comercio de bienes y servicios–, y este resultó muy alto: 5,2 por ciento del PIB, casi el doble que el de años anteriores. Hablé con varios expertos y todos coincidieron en que el dólar seguiría subiendo y podría llegar a 2.800 pesos. Otros analistas dijeron que la escasez de billetes verdes lo treparía a 3.000. Fallaron.

En mayo, la moneda colombiana se revaluó: después de rozar los 2.700, ahora anda por los 2.360. ¿Cómo pudo ocurrir eso si todos los factores objetivos apuntaban a lo contrario? Las exportaciones llevan año y medio cayendo –no solo por la baja de precios del petróleo– y la inversión extranjera dejó atrás el boom de los últimos diez años.

Aparte del descenso en las exportaciones, la incertidumbre jurídica en áreas como la minería y la incertidumbre política que despierta entre algunos inversionistas extranjeros el proceso de paz han incidido en el freno del flujo de fondos del exterior. (Ojo: la venta de Pacific Rubiales a compañías de Canadá y México no se da por la situación de la petrolera en Colombia, que no es la mejor, sino por la perspectiva positiva de Pacific en zonas como la costa atlántica mexicana y Brasil).

El dólar ha vuelto a bajar, pues el país está inundado de billetes verdes. Parte de la explicación es el narcotráfico, gran fuente de divisas de la economía criolla. Los cultivos de coca crecieron una barbaridad el año pasado: 39 por ciento, según el Gobierno de los Estados Unidos. Si crecieron los cultivos es porque hubo quien comprara esa hoja para convertirla en cocaína y porque hubo canales seguros para exportarla y recibir millones de dólares a cambio.

Tanto las Farc como las bandas criminales andan popochas. Tras el paro agrario del 2013, las fumigaciones cesaron en un enclave fundamental, el Catatumbo, donde mandan las Farc y los cultivos se dispararon. De ahí la coca sale al mundo vía Venezuela, pues allí los controles son nulos: varios jerarcas del chavismo están a cargo del negocio. También se ha reducido la lucha en el suroccidente del país, de donde las Farc exportan a los carteles mexicanos por el mar Pacífico.

Entiendo que muchos piensen que eso del narcotráfico no es nuestro lío, sino el de los países consumidores. Pero es que con la ola legalizadora del consumo (que no de toda la cadena), la demanda mundial está en alza. La única legalización que sirve es la absoluta, que incluye todas las etapas, desde el cultivo hasta las narices del adicto: solamente esa acaba con las mafias. La legalización a medias, la que solo cobija el consumo, es lo peor para Colombia: los países ricos dejan de hacer su parte y aquí las mafias se fortalecen.

Por eso el narco anda de fiesta. Con este nuevo boom, las bandas criminales serán más poderosas y los frentes de las Farc dedicados a este negocio, mucho más renuentes al avance de la mesa de La Habana. El Gobierno se equivoca al ceder en esta lucha: si bien se trata de una guerra con muchos interrogantes, dejar de librarla enriquece a las mafias y puede, a la larga, devolver a Colombia a los tiempos de terror de Pablo Escobar. Mirar para otro lado, como hizo el país en los años 80, es la antesala de una nueva pesadilla.

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Secuestrado. A los 83 años, el gran escritor, pensador y periodista venezolano Teodoro Petkoff, una de las mentes más brillantes de la región, está secuestrado por la dictadura de Nicolás Maduro, que no solo le ahogó su periódico, Tal Cual, hasta obligarlo a suspender su edición impresa, sino que le impidió viajar a Madrid esta semana a recibir el premio Ortega y Gasset. Petkoff es amigo de Colombia desde hace décadas, pero el Gobierno de Colombia no dice ni mu.

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