La fosa del plebiscito

El tratado de Múnich se conserva en la historia con el rótulo de una fracasada política de paz de la cual hoy en día se extraen ejemplos para negociar y erradicar nacientes dictaduras.

Entre el 29 y 30 de septiembre de 1938 –un año antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial-, Europa celebraba la firma del tratado de Múnich. La guerra parecía alejarse y Hitler, quien también habló del “amor por la paz”, posaba para el mundo como un honorable estadista. Francia, Inglaterra e Italia–sin ningún representante del gobierno checo– habían cedido Checoslovaquia a las pretensiones nazis para una supuesta paz y el primer ministro británico Chamberlain regresó a Inglaterra como héroe para convertirse después en una trágica figura por haber sido tan consecuente con las peticiones de Hitler.

Mientras el mundo continuaba festejando, Checoslovaquia se despertó el 30 de septiembre con la noticia del tratado que ellos denominaron “la Traición de Múnich”, allí nadie celebró y Milena Jesenská escribió dos semanas después: “Se dice que Checoslovaquia ha realizado un sacrificio a favor de la paz mundial, eso es un error. Nosotros no realizamos ningún sacrificio, eso es algo que se realiza voluntariamente. La realidad es bien diferente: ¡nosotros fuimos sacrificados!”. Un mes después más de trescientos mil desplazados checos pagaban el precio de la “paz” firmada con los nazis y para 1940 Hitler hacía su entrada triunfal en París. El resto es la historia de una larga guerra que –por decirlo de alguna forma– comenzó en 1938 con una pintoresca bajada de calzones por parte de los franceses, británicos e italianos; además, que el mundo entero aplaudió y el Vaticano también apoyó.

El tratado de Múnich se conserva en la historia con el rótulo de una fracasada política de paz de la cual hoy en día se extraen ejemplos para negociar y erradicar nacientes dictaduras; incluso, para evitar atropellos de maquiavélicos pactos que no favorezcan para nada a una sociedad. Es un espejo histórico para evitar que con títulos de “tratados, pactos, acuerdos, diálogos…” lo acordado no sea más que brochazos de ilegalidad que favorezcan a quienes menos lo merecen. Es también un patrón estudiado que sirve para discernir entre lo que un pueblo quiere escuchar, lo que verdaderamente se puede cumplir, acordar y también para vigilar cambios o bandazos de las partes involucradas; es decir, ya para hacer las comparaciones concretas a esta altura: primero “referendo”, luego “plebiscito”. ¿Les suena, estimados lectores?

Ahora bien, cualquier parecido con infinidad de ejemplos históricos y la realidad del oneroso proceso de “paz” en Colombia es, para mí, ¡plebiscito! Y pasará muy sobradamente el margen de los 4’396.625 de votos por el sí, porque es un irrisorio umbral que sin ningún problema puede aportar la ‘mermelada’ de la Unidad Nacional; no obstante, lo que debemos tener muy presente es que esa fosa de arbitrariedades sin fondo denominada “el plebiscito para la paz” no tiene ningún sustento jurídico.

Según el artículo 7 de la Ley 134 de 1994, “el plebiscito es el pronunciamiento del pueblo convocado por el Presidente de la República, mediante el cual apoya o rechaza una determinada decisión del Ejecutivo”, sin embargo, no sirve para hacer reformas legales o constitucionales que son indispensables para los acuerdos. Las Farc lo saben y por eso le apuestan más a la constituyente. Luego, con el tiempo, nos daremos cuenta de que no era más que una costosísima encuesta amañada con diferente nombre y una ridícula pregunta. Hasta en Twitter se podría hacer también lo mismo.

Se estima que cualquiera puede hacer campaña por el sí o por el no, para tan vaticinado resultado que tendrá el plebiscito y como los buenos vendedores de humo que son los pacifistas de nómina del Gobierno saldrán a los cuatro vientos internacionales a proclamar que Colombia quiere la “paz”. ¡Claro que sí! No hay que tener unas neuronas tan obtusas como para pedir lo contrario. La lectura por entre costuras es claramente otra: Esto no es Uribe vs. Santos, ¡es el país en juego! Luego, ¿por qué el Gobierno insiste tanto en este mecanismo que no tendrá ningún peso jurídico?, ¿por qué las Farc apuestan más por la constituyente que por el mamarracho publicitario del sí y el no, y de eso nadie dice nada?

Sin ninguna duda la comunidad internacional –incluido el Vaticano– hará una lectura rápida de todo esto con los mejores calificativos, mientras que –Dios no lo quiera y nos agarre confesados– Colombia se despierte dentro de la tumba del plebiscito o como se despertaron los checos en 1938 para tener que concluir: “firmaron algo acerca de nosotros, sin nosotros y contra nosotros”.

P. S.: Escribió Milena Jesenská sobre su fugaz encuentro con Kafka: “Tímido, retraído, suave y amable, visionario, demasiado sabio para vivir, demasiado débil para luchar, de los que se someten al vencedor y acaban por avergonzarlo”.

¡Les deseo un buen y próspero 2016!

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