La fragilidad de la mesa

El proceso de paz se fue al desbarrancadero el miércoles 15 de abril. Asfixiados por la presión del Ejército, los miembros de un comando narcotraficante de las Farc decidieron atacar el lugar en el que se encontraban los soldados que los perseguían. Masacraron a 11, a pesar de un cacareado cese al fuego unilateral que cumplían a medias. Al otro día, Santos reanudó los bombardeos contra la guerrilla, orden que tenía suspendida en una especie de disminución bilateral del conflicto.

Las horas que han corrido desde entonces dejaron al proceso de La Habana en su peor momento y quitaron, al mismo tiempo, un velo sobre asuntos fundamentales de la realidad nacional. Nos revelaron, sin ambigüedades, la enorme torpeza de una guerrilla aislada de la realidad, podrida en prepotencia, que aún cree en acorralar a una sociedad mediante el terror. Como en las noches más oscuras del narcoterrorismo de Escobar, las Farc insisten en que mediante asesinatos, petardos y voladura de oleoductos, los ciudadanos vamos a insistir en un cese bilateral.

En estos casi tres meses también nos hemos enterado, o hemos reforzado la idea, de la incapacidad del presidente Santos. Es un gobernante ausente al que las dificultades le explotan en la cara mientras trata de comunicar una tranquilidad que nadie cree. Pide no hacer eco de los acontecimientos negativos -“sobre todo cuando no existen”-, mientras volvemos a las historias de buses quemados a mitad de carretera, petardos en las capitales e incremento sustancial de los cultivos de coca.

Y aunque es evidente que el terrorismo necesita de muy poco para arropar con pavor a una sociedad, resulta aún más catastrófico para Colombia enterarse de la falsedad que vendió Santos cuando reveló una paz irreversible. La retórica de un postconflicto inminente es vacua, mientras desde La Habana los guerrilleros anuncian un futuro de más soldados asesinados y nuevos derrames de petróleo, que dicen, con la cara bien dura, “representan su prioridad”.

Parece difícil exigirle cualquier cosa a un grupo que desangra a Colombia y mantiene una óptica anacrónica. Sin embargo, es urgente pedirle al gobierno Santos que no mienta más. Que acepte que lo presumido en tres años de negociaciones, con festejos prematuros, es una falsedad tras la que escondió su deseo de un segundo mandato y que resultó tan catastrófica como la guerra misma.

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