La guerra, estúpida e inútil

La guerra escribió otra página de horror la semana pasada con la masacre de once soldados, alimentó la desconfianza en los diálogos de Cuba y la posibilidad de la paz. Otra vez, la guerra demostró su inutilidad y estupidez.

A este horror se añade otro horror. En los primeros tres meses de este año, son ya 27 los líderes sociales, comunitarios y los defensores de derechos humanos que han sido asesinados —y a los que ningún expresidente o presidente acompañó en su entierro, simplemente porque en el país no se produce la misma conmoción por esas muertes, que no encuentran espacio en las primeras páginas de los periódicos—.

Escribo esto sin ánimo de causar polémica, sino más bien como una invitación a reflexionar. Hay muertes que indignan y duelen, y hay muertes que no incomodan nuestra indiferencia. Si de verdad buscamos la paz, hay que cuestionar qué nos hace valorar la vida de unos e ignorar la vida de otros. Por qué la guerra, antes de referirse a combates entre grupos armados que se declaran enemigos, es una actitud cultural que nos lleva a creer que es justo y necesario negar la vida del otro al que transformamos en un enemigo. Nuestra violencia es correcta y heroica, mientras la violencia del enemigo siempre es cobarde y terrorista.

Nos hemos comido el cuento de que el apoyo y la promoción de la guerra es una expresión de un patriotismo puro, cuando, en realidad, la guerra lo que trae es abuso, desigualad, e injusticia —o sea, lo contrario de lo que implica la construcción de una nación—.

En Colombia, la experiencia de la guerra es tan larga que a estas alturas debería ser evidente su inutilidad. Igino Giordani, un diputado de la constituyente en Italia, quien fue soldado durante la Primera Guerra Mundial, escribió que aun cuando la humanidad sobrevive a la guerra, se parece, en alguno sectores, a un cadáver moral, presa de las obsesiones ideológicas, políticas y sociales mas graves.

Radicada en el miedo y en el odio, la guerra hoy es una derrota de la razón. Es el fruto de la debilidad y no la manifestación de una fortaleza. El general Douglas MacArthur, quien en Corea lideró el ejército americano, decía que la guerra es una masacre inútil. “Como pocos entre los vivientes, yo conozco la guerra, y nada me procura mayor asco. Hace tiempo que espero su abolición dado que su terrible capacidad de destruir a sus amigos, así como a sus enemigos, la volvió inútil como instrumento para la resolución de conflictos”, escribió el general.

La firma de un acuerdo de paz, y el desarme de la guerrilla, aún si necesarios e importantes, en sí mismos no pondrán fin a la guerra inútil y estúpida. La abolición de la guerra requiere algo más profundo. Requiere un cambio cultural dado que, como lo expresó Virginia Woolf, “detrás de nosotros se encuentra el sistema patriarcal; la casa privada, con ella la nulidad, su inmoralidad, su hipocresía, su servilismo. Estamos ante el mundo público, el sistema profesional con su posesividad, sus celos, su agresividad, su codicia”. La paz todavía es un camino largo. Ojalá Colombia encuentre la perseverancia y el coraje para recorrerlo.

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