LA GUERRA FRÍA DE SANTOS CON LA OPINIÓN Y LAS FARC

“Para cada problema complejo, hay una respuesta clara, simple y errónea”.

H.L. Mencken

Cuando leí el titular en El Tiempo del 16 de agosto de 2014 “La política antidrogas no ha servido para nada”, me dije: “Más de lo mismo” y me preparaba para descartar la lectura cuando, por esas cosas de la intuición, leí la conclusión de la entrevista al Dr. Carl Hart, neurocientífico, psiquiatra, psicólogo,  Profesor de la Universidad de Columbia, Director de los Laboratorios de Investigación de Metanfetaminas en el Instituto Psiquiátrico Estatal de Nueva York. Concluía el Dr. Hart: “Llegamos a la conclusión de que la adicción, independientemente de la droga, no afecta el componente cognitivo ni la capacidad para tomar decisiones. Esa es una buena herramienta para iniciar tratamientos.”

Paré, rebobiné el cerebro, cerré la boca. Volví a leer, pues había quedado en la lona. Leí entonces la introducción de la entrevista: “A la hora de abordar el debate sobre cómo enfrentar las adicciones desde el plano social y político, el estadounidense Carl Hart…” Ah, me dije, entonces en nombre de la política y con la bandera de la ciencia contradigamos el sentido común y la experiencia. Si la droga no afecta el componente cognitivo ¿Por qué los soldados norteamericanos en Vietnam se drogaban para afrontar el riesgo de la guerra? ¿Por qué los generales no la fumaban? ¿Aceptarían unos cachitos en un consejo de seguridad? ¿Nos emplearían si decimos que nos gusta la marihuana? ¿Con esa concepción de la relación entre drogas psicotrópicas y procesos cognitivos, aceptarían al Dr. Hart en el Consejo Directivo de  un colegio? Y digo que en este caso El Tiempo ha sido irresponsable al plegarse a una política gubernamental y publicar una entrevista con semejante conclusión, cuando sobre el  mismo tema publicó La tercera vía en la guerra contra las drogas Por MARK A. R. KLEIMAN, JONATHAN P. CAULKINS y ANGELA HAWKEN, un artículo lleno de sabiduría y estrategias pragmáticas ( 29 de abril de 2012), publicado originalmente por el Wall Street Journal y que asume la lucha policiva, pero con imaginación y resultados innegables. El Dr. Hart sabe mucho de drogas, pero poco de políticas públicas efectivas. Concluí que esa entrevista hacía parte de una operación de ablandamiento sicológico de la opinión para la aprobación de la legalización de la droga, comenzando con la marihuana medicinal.

Estamos siendo manipulados y no nos damos cuenta. ‘Política antidrogas,’ como su nombre lo dice, es una política policiva, no de salud. Sus resultados deben medirse en términos comparativos con otras políticas que combaten diferentes aspectos de la criminalidad: contrabando, trata de personas, robo, corrupción, etc., no en términos de resultados en prevención, tratamiento recuperación y mantenimiento, porque no está diseñada para ese propósito. Si se legaliza la droga, como cualquier actividad legal, va a ser objeto de actividades criminales. El alcohol legal, es objeto de adulteración de contenido, venta indebida a menores, contrabando, falsificación de etiquetas, cuenta con muchos más adictos y mata más gente que las drogas ilegales. ¿Acaso alguien considera la inexistente política contra el alcohol un éxito o un fracaso, sobre todo si del alcohol depende el pago de los maestros? ¿Le endilga alguien a la policía el que los alcohólicos aumenten? De hecho, es la actividad privada y desinteresada de AA y NA, considerada por el Papa Juan Pablo II el ‘milagro del Siglo 20,” la que ha sustituido el papel ineficiente del estado en tratamiento y mantenimiento de una conducta limpia de recuperación y mantenimiento preventivo de esa población. Así que la actividad policiva siempre será necesaria en el ámbito de las hoy drogas ilegales, así se vuelvan legales, debido a los siguientes registros suministrados por el Consejo Nacional de Alcoholismo y Drogodependencia de Estados Unidos. Veamos. Hay tres tipos de delitos relacionados con el alcohol o las drogas ilegales.

1. Violaciones de las leyes que prohíben o regulan la posesión, uso, distribución o fabricación de drogas ilegales o alcohol, su uso, cultivo, producción, distribución o venta. Proporcionar alcohol a personas menores de edad legal.

2. Violaciones de leyes al estar bajo la influencia del alcohol o drogas, al tratar  de engañar y obtener dinero para pagar el vicio, lo que lleva a comportamientos criminales: peleas, robos, vandalismo, violencia contra amigos y familiares; robar para comprar alcohol o drogas; violencia contra los traficantes de bandas rivales.

3. Mantener un estilo de vida que solo es posible mediante grandes cantidades de dinero que solo se pueden obtener con el crimen.

Los anteriores escenarios criminales de Estados Unidos no son diferentes a los colombianos. Allá se han medido los siguientes resultados. ¿Existe esa medición epidemiológica en Colombia? Sin esa base, cómo se toman decisiones? Veamos los resultados de Norteamérica:

Por el abuso de drogas se arrestaron 1.7 millones de personas; 37% de los 2 millones condenadas y actualmente en la cárcel, informan que estaban bebiendo en el momento de su detención.  Más de 1,4 millones de conductores fueron detenidos por conducir bajo la influencia del alcohol o de las drogas, que representa menos del 1% de los 159 millones de incidentes que ocurren.

¿Y qué pasa con las víctimas? Cada año, más de 600.000 estudiantes entre los18 y 24 años son agredidas por otro estudiante que ha estado bebiendo. El 95% de los crímenes violentos en los campus universitarios implica el uso del alcohol por parte del agresor, víctima, o ambos; al igual que el 90% de las  violaciones y asaltos sexuales por un conocido. Cada día, 36 personas mueren, y aproximadamente 700 son heridos en accidentes de tránsito que involucran a un conductor alicorado. Beber y conducir drogado es la causa número uno de muerte, lesiones y discapacidad de los jóvenes menores de 21 años. ¿Sabemos con certeza qué pasa en Colombia?

Tenemos entonces que la PRUEBA, no el CONOCIMIENTO, de la conexión entre el alcohol, las drogas y el delito es clara, por lo que tenemos que romper la cadena que une la adicción a las drogas y el crimen. Sin embargo, y como era de esperarse, solo la cárcel ha tenido poco efecto en la reducción de la adicción a las drogas o en la promoción de la recuperación. Tener a alguien preso, sin acceso a tratamientos contra la adicción al alcohol y las drogas, sin planes específicos para el tratamiento y apoyo a su recuperación después de la liberación, no sólo es caro, sino ineficaz. Para muchos en el sistema de justicia penal, la prevención del delito futuro y nueva detención después de la liberación es imposible sin un tratamiento y recuperación de la drogodependencia y el alcohol. Tampoco es solución mandarlos a casa porque supuestamente no son un peligro para la sociedad, como es la moda judicial actual.

En Colombia, como en muchas partes del mundo, se ha invertido en el problema, no en la solución, porque la solución no está bien estudiada. Una que otra universidad ofrece especializaciones en drogodependencia; poco se sabe de la sociología de la droga. ¿Pero qué tanto de ese conocimiento se traslada a los colegios y la sociedad en general? En la TV vemos propaganda para prevención de la gripa, el cáncer de seno, pero ¿qué tanto sabemos de  la prevención de la drogodependencia que es un flagelo? ¿Cumplen las EPS y los colegios con lo que les obliga la ley sobre el tema?

Santos habla de erradicar el narcotráfico cuando, por otro lado, se dan pasos para mantener el mercado. Quitarle el negocio a la mafia para que el estado sea el receptor de utilidades, creando una oferta de precios más bajos que aumenta el volumen de consumidores, que a su vez alimentan los objetivos financieros de los verdaderos dueños del negocio, no soluciona nada, pues el riesgo social se incrementa con una clase diferente de criminalidad. Santos le quitaría, aparentemente, la gasolina a la guerrilla para sus actividades antisociales, pero las ZRC en manos de las Farc, con cultivos legalizados, armas escondidas, y una tradición de intimidación les dará el suficiente juego financiero para comprar estructuras del estado, desde la legalidad política, tal como lo hacen hoy los barones electorales. Los costos de la lucha policiva se trasladarían, supuestamente, a la prevención, recuperación y mantenimiento de la conducta limpia que evita el caer en el crimen, dejándonos totalmente desprotegidos del cáncer legal que representan las Farc. La verdadera solución está en entender que la personalidad adictiva en potencia no debe encontrar aquellos escenarios sociales que, al confrontarlos o huir de ellos, disparan la adicción. Es decir, requiere una revolución hacia la recuperación de las buenas costumbres, principios y valores, equidad social, responsabilidad del consumidor enfermo, (no necesariamente cárcel), y verdadera formación política que no se deje intimidar.

Por otra parte, durante la guerra fría, Fidel Castro defendió la estrategia de contaminar las sociedades capitalistas inundándolas de drogas, algo que está bien documentado y parece que sigue siendo una razón ideológica, además de económica, el envío de drogas hacia Europa y Estados Unidos. El uso de drogas legales e ilegales es una manera efectiva de desestabilizar la sociedad, ya que provoca diariamente la pérdida de vidas, de valores humanos y morales de quienes las consumen. Siendo generadora, además de contradicciones en el ámbito social, institucional, interpersonal y personal.

En Cuba existe una doble moral al respeto, por un lado el régimen, está consciente de los efectos enajenantes del alcohol y las drogas, que anestesian e inhabilitan del sistema nervioso central y se aprovecha de sus efectos para desviar la atención de los consumidores en relación con los graves problemas sociales, económicos y políticos que los rodean y afectan, sacando o teniendo fuera del juego a un número considerable de cubanos, que potencialmente podrían protestar o/y luchar por mejorar el estado mísero en que viven. Además, ha limitado su capacidad de discernir, respecto a cuáles son las causales y los causantes de estos males.

Pero en la negociación de La Habana, la libertad de opinión de los negociadores gubernamentales en la que, a pesar de los objetivos claros, sufre la variabilidad de la opinión libre, ésta se convierte desventaja pues da la posibilidad de resquicios por los que se cuelan concesiones; en cambio los negociadores de las Farc se están jugando la vida; tienen  que proteger los números de las cuentas secretas de los que depende su supervivencia; la traición de uno significa la persecución y la cancelación de la seguridad financiera para el resto de sus días; es decir, la vida de cada uno está en manos de los otros; su actitud tiene que ser monolítica. Eso no pasa con los negociadores gubernamentales; son empleados y pueden cambiar de jefe. Las Farc, no. Son sus propios dueños. Por ese motivo no hay arrepentimiento; el rechazo del pueblo, les tiene sin cuidado. En caso de que llegaran a mandar, tienen bastantes empleados con pinta de doctores y sin antecedentes penales; además de la anterior, también gozan de la opción de escabullirse a Venezuela, esconderse en Europa y morir de viejos; la opción política en el Congreso no sería cómoda, en cambio administrar las ZRC les ofrecería las opciones de mandar, sin ser perseguidos, administrando un poder sin responsabilidades que es lo único que saben hacer los dictadores del monte. Ese es el reto que Santos no sabe ver; no negocia con terroristas; negocia con el muro de las lamentaciones que recoge sus lágrimas,  culpas y mensajes; y no le dice, ni le da nada. Es el juicio de Dios promovido por el hombre. Por ese motivo él mismo se enreda, se condena, para sí, o para la historia. ¿Por qué las Farc representan el Muro? Porque no están frente a un juez; no están amenazados; pueden escoger entre negociar o ser insensibles, siempre pensando en ellos; son libres, no tienen compromisos  con nadie. La conciencia es un mal consejero, pero ellos no tienen ese problema porque está convenientemente  bloqueada; es parte del entrenamiento profesional de un guerrillero frente al enemigo. Ellos lo llaman: convicción por la causa.

Y ahora viene la pregunta para dilucidar con claridad un posible futuro con las Farc. ¿Estamos seguros de que una guerra fría a la colombiana no se desencadenará con las Farc incorporadas a la actividad política legal, como un permanente desafío entre contrapuestos sistemas sociales y de pensamiento que, bajo el acuerdo de coexistencia política, se recuerdan mutuamente la capacidad de destruirse? ¿Es esa guerra fría, permeada además con los efectos sociales nocivos de la droga aumentados mediante la legalización, compatible con la paz? Recordemos que la guerra fría es entre dos enemigos irreconciliables, no entre dos contendores en un sistema democrático.

Este es un punto de vista políticamente incorrecto pero necesario, una referencia crítica, para que la realidad no se convierta en un sapo que hay que tragar sin pataleo.

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