La identidad nacional

“We know what we are, but not what we may be.”

William Shakespeare

Los costos de las utopías se cuantifican por medio de las preguntas condenatorias. Estas preguntas son aquellas que obligan a los hombres a tomar la decisión de enfrentarlas o evitarlas, siempre bajo el peso cierto de la responsabilidad que ello implica. Son aquellas preguntas que van dirigidas a nuestra existencia misma, cuestionándola, condicionándola a dar respuestas, pero inevitablemente nunca susceptible de discernimiento absoluto debido a su naturaleza misma de fronteras inquebrantables entre lo humano y lo divino, entre lo absoluto y lo mortal. Son las cadenas de estas preguntas las que nos mantienen con su peso muerto en tierra y nos inventan y nos destruyen, nos elevan y nos hunden. Isaiah Berlin, en su ensayo The Hedgehog and the Fox sobre la teoría de la historia de Tolstoi, las enumera como las clásicas interrogantes de: ¿Qué se debe hacer? ¿Cómo debemos vivir? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué debemos ser y hacer? Es a través de los intentos de dar respuesta a estas preguntas que se crean las utopías políticas. Cometemos los errores de querer estrechar la humanidad para adaptarla a la dictadura de la lógica y el razonamiento puro y sin límites de los planificadores sociales y los científicos, empeñados en explicar lo inexplicable con sus actitudes programáticas e imposiciones de un “deber ser”.

El venezolano se encuentra en constante relación con las preguntas condenatorias ya que este es aplastado constantemente por el realismo de su existencia. El venezolano está enfermo de realismo porque su vida bajo el régimen así se lo impone. Ahora bien, resulta difícil definir qué debe ser y hacer el venezolano, ya que su identidad es un concepto complejo que, debido a la coyuntura histórica presente, se encuentra en redefinición constante y dividido en cuanto a vértices políticos. El drama de la identidad venezolana está basado en el hecho de que el concepto de identidad no es independiente para su definición, ya que está condicionado y necesita de la identidad política. Es decir, el individuo y su definición no existen por sí mismo, sino por medio de conceptos políticos absolutamente contradictorios entre sí.

No obstante, el concepto de ser venezolano es históricamente un concepto eminentemente político. John Lynch, profesor de historia latinoamericana en la Universidad de Londres, enuncia en su obra The Spanish American Revolutions 1808-1826 que la independencia fue la culminación de un largo proceso por parte de los criollos de tomar conciencia de sí mismos, de su cultura, de su poder económico, y de su propia identidad. No en vano cita a Alexander von Humboldt: “Los criollos prefieren ser llamados americanos. Desde la paz de Versalles, y en particular desde 1789, frecuentemente se les escucha declarar con orgullo, ‘Yo no soy español, yo soy americano’, palabras que revelan los síntomas de un largo resentimiento”.

Por ello, Bolívar remata y para siempre declara que el venezolano es eminentemente republicano y liberal. No obstante, fue y siempre ha sido un concepto frágil, en definición, y esto se corrobora en el temor más profundo de Bolívar en el Discurso de Angostura. Bolívar no confiaba en el venezolano recién liberado porque no era suficientemente consciente de sí mismo, y pide que este sea creado por medio de las correctas leyes e incentivos:

La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia, de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad; la traición por el patriotismo; la venganza por la justicia. […] Un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla […] Así, legisladores, vuestra empresa es tanto más ímproba cuanto que tenéis que constituir a hombres pervertidos por las ilusiones del error, y por incentivos nocivos.

Pero la identidad nacional no es un concepto que se decreta por medio de leyes ni por la voluntad misma de una Asamblea Nacional; siempre será un proceso político-social que debe evolucionar a través del tiempo.

Chávez hizo esfuerzos por redefinir el concepto de ser venezolano con su revolución. Por ello habló tanto del hombre nuevo, de aquel hombre socialista que debía surgir del mentado socialismo del siglo XXI. No obstante, el régimen ha destruido y transformado tanto al país que existen actualmente dos conceptos de identidad nacional irreconciliables. Ahora bien, uno es el que proviene de la larga evolución histórica del concepto bolivariano del venezolano como hombre republicano y liberal. El otro concepto es el artificialmente creado por la revolución chavista del venezolano como hombre socialista en servidumbre al Estado.

Quizás por ello hoy en día ser venezolano es un acto individualísimo que incluso demanda un acto de rebelión contra el presente y contra el régimen que busca imponer una versión miserable del concepto. Hoy por hoy, ser venezolano es ser rebelde, aferrándose a los principios liberales y republicanos que otrora nos distinguieran de aquellos que se arrastraban bajo el peso de los que llevaban coronas, y que hoy nos distinguen de los que hoy se arrastran bajo el peso del Estado.

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