La limusina presidencial y los dormidos hijos de papi

"Usted no se da cuenta de su propia situación. Usted está en una prisión. Todo lo que puede desear, si es sensato, es escapar. Pero ¿cómo escapar? Es necesario atravesar las murallas, cavando un túnel. Un hombre solo no puede hacer nada. Pero supongamos que sean diez o veinte que trabajen por turno; ayudándose los unos a los otros, pueden acabar el túnel y escapar.

Más aún, nadie puede escapar de la prisión sin la ayuda de aquellos que ya han escapado. Sólo ellos pueden decir cómo es posible la evasión y hacer llegar a los cautivos las herramientas, las limas, todo lo que necesitan. Pero un prisionero aislado no puede encontrar a dichos hombres libres ni entrar en contacto con ellos. Una organización es necesaria. Nada se puede lograr sin una organización. G.I. Gurdjieff

Según el pensador armenio el mundo es una prisión y “El Efecto Lucifer” es un libro que estudia la capacidad infinita de la mente humana para convertirnos, a cualquiera de nosotros, en amable o cruel, compasivo o egoísta, creativo o destructivo, y de hacer que algunos lleguemos a ser villanos y otros a ser héroes. Fue escrito por Phillip Zimbardo a partir de un experimento sobre la sicología del encarcelamiento que se llevó a cabo en 1971 en la Universidad de Stanford. Por otra parte, los maestros sufíes dicen que el mundo es como una cárcel de gente dormida de la que las personas inteligentes tratan de escapar con la ayuda de agentes despiertos.

Uno de ellos fue Jesús, otro Buda; los islamistas tienen a Mahoma. Hay muchas metodologías, pero una sola verdad: la liberación individual y colectiva mediante la aspiración a un Bien Mayor: salir del sueño, o la cárcel. Cada quien que lo bautice con el nombre que quiera. Por ejemplo, cienciología, yoga, zen. Sin embargo, en el siglo 21 el despertar ha sido dirigido pragmáticamente hacia la explotación de la razón mediante una ciencia que ignora la realidad del espíritu. Por eso nuestra avanzada civilización es la más cruel de la historia.

Por todo lo anterior yo recomendaría una vuelta al pasado con la lectura del ‘Tratado sobre los grados de humildad y soberbia’ de San Bernardo de Claraval, pues nos recomienda: “El que sinceramente desee conocer la verdad propia de sí mismo, debe sacarse la viga de su soberbia, porque le impide que sus ojos conecten con la luz. E inmediatamente tendrá que disponerse a ascender dentro de su corazón, observándose a sí mismo en sí mismo, (lo que recomendaba Gurdieff) hasta alcanzar con el duodécimo grado de humildad el primero de la verdad.” ¿Y cuál es esa viga de la soberbia que encontró San Bernardo?

1. La curiosidad, que lanza los ojos y demás sentidos a cosas que no le interesan.

2. La ligereza de espíritu, que se manifiesta en la indiscreción de las palabras, ahora tristes, ahora alegres.

3. La alegría tonta, que estalla en risa ligera.

4. La jactancia que se hace patente en el mucho hablar.

5. La singularidad, que en todo lo suyo busca su propia gloria.

6. La arrogancia, por la que uno se cree más santo que los demás.

7. La presunción que se entromete en todo.

8. La excusa de los pecados.

9. La confesión fingida, que se descubre cuando a uno le mandan cosas ásperas y duras.

10. La rebelión contra el maestro y los hermanos.

11. La libertad de pecar.

12. La costumbre de pecar.

Eso sucedía en los conventos de la edad media, peros si a lo anterior le añadimos las manifestaciones de la soberbia en el siglo 21, tendríamos que esas personas:

13. Disfrutan cuando otros, sobretodo competidores, fracasan o pasan por momentos difíciles.

14. No reconocen sus errores, ni acepta las críticas. Se defiende atacando. “Y tú…”

15. Tienen problemas para decir lo siento o pedir perdón.

16. Tienen una necesidad patológica de recibir valoración y halagos. Necesita que los que le rodean alaben sus cualidades o sus logros.

17. Necesitan tener el control de la situación en la que está.

18. Les molesta el éxito ajeno.

19. Son emocionalmente distantes y marcas las diferencias con las que sienten superioridad.

20. Son de las que consideran ser “fuerte con los débiles y débil con los fuertes”.

21. Frente a la autoridad suelen tener una actitud activa o pasiva de rebeldía.

22. Tienden al autoritarismo como una forma de superioridad.

23. Envidian las cualidades y valores de otras personas. Yo soy el importante, por eso tiende a negarlos, descalificarlos, despreciarlos o ignorarlos.

24. Siempre se creen en posesión de la razón.

25. Suelen tener mal humor en la convivencia, tienden a ser quejosos, criticones y no soportan que les contradigan o que prevalezcan otras opiniones.

26. Sienten la necesidad de protagonismo y de ser el centro de la atención.

Un psiquiatra nos diría a San Bernardo y a nosotros que lo anterior es la consecuencia de una evaluación distorsionada desde la perspectiva del personaje, de forma que el ego se nutre exagerando las propias capacidades y minimizando las carencias, evaluando a los demás de forma inversa, es decir, exagerando sus carencias y minimizando sus cualidades positivas. De esta forma se consigue una percepción subjetiva de superioridad, que es en realidad el camuflaje de un profundo sentimiento de inferioridad y baja autoestima. En otros círculos de conocimiento a eso se le llama estar ‘dormido’

¿Cómo enfrentamos a esos personajes? Los que saben nos recomiendan seguir las siguientes recomendaciones: No nos comparemos con los demás, sino con nosotros mismos; comportémonos con sencillez y humildad; expresemos emociones positivas; cooperemos; facilitemos el crecimiento y el flujo; juguemos al yo estoy bien tú estás bien; busquemos relaciones de igualdad; no nos miremos el ombligo, sino que busquemos el autoconocimiento; seamos empáticos, autor regulados y coherentes; busquemos relaciones auténticas y seamos del mismo talante; busquemos en las personas referentes profundos; seamos objetivos y adultos; busquemos el amor que nos alimenta y no el odio que destruye.

Asumamos seriamente lo anterior porque nuestra cultura está enferma de soberbia disfrazada con diferentes nombres y modalidades; es decir, está sicológicamente dormida. Por eso no entendemos cuando un presidente como Duque la enfrenta con actitudes proactivas. La cuestión es tan difícil que si usted va a buscar las conductas humildes y positivas en el siglo 21, va a tener una gran dificultad. Quizá las encuentre en las culturas empresariales sanas. Y las que encuentre van a estar en el ‘catálogo’ de lo pasado de moda.

Entonces, si la razón nos dice que la polarización no es buena, y hay un difícil medio de evitarla mediante una política de entendimiento ¿será que la humildad de la comprensión podrá triunfar sobre la arrogancia de la fuerza? Nos gusta que seamos asociados con la humildad política, pero evitamos que la humildad se asocie con la cobardía. De ahí que la política ‘normal’ tenga que ser un monumento a la soberbia: quién tiene el mejor misil, el que habla mejor, viste mejor; el éxito, el rating de popularidad, la seducción política, etc. El problema con todo lo anterior es que la soberbia daña al cerebro y la sociedad porque la mentira ha sido puesta en el trono moral de la virtud, bajo el disfraz de ‘razón de estado’, circunscripción especial, respeto incondicional a la ley, y muchas otras contradicciones.

Si usted lee “Así cambia tu cerebro cuando dices una mentira” descubrirá que las conductas malsanas ejecutadas, aceptadas, conocidas, nos dañan el cerebro. ¿Por qué cuidamos que los niños no vean ‘cosas malas’ y nosotros sí podemos verlas? Las ‘cosas malas’ impactan a los niños, pero cuando se repiten y las aceptamos estropean nuestro cerebro y esencia moral porque la mente se desensibiliza en relación con las conductas malsanas. Por eso las grandes estafas y procesos de corrupción comienzan con mentiras ‘pequeñas’ a las que no les damos importancia. Sin embargo usted sabe que una pequeña fuga de agua, si no se arregla a tiempo, puede corroer y destruir una estructura.

Considerando lo dicho, también puede ocurrir que en un momento dado, y debido a ciertas circunstancias mentales, sociales o estructurales alguien sienta la necesidad u obligación de cruzar la línea hacia la vileza o la crueldad. Sin embargo, por encima de todo esto debe estar la moral. Esa dimensión incorruptible que actúa como un señuelo para el recuerdo de nuestra dignidad esencial y que debe sobreponerse a la presión del entorno o la desesperación; para ello está la lógica, la integridad y un llamado superior de nosotros mismos. Olvidarlo se paga con la salud y la vida.

Por lo que esta parábola política busca ilustrar una peculiar situación mundial del hombre masa o dormido, como si fuera una historia para niños, pero basada en una tradición muy antigua, la Parábola del coche, el cochero y el caballo, aplicada al individuo, introducida en occidente por G. I. Gurdieff. En este caso la limusina de este cuento representa al país; los dormidos hijos de papi, o revoltosos mediáticos y callejeros, son los que quieren ir de pasajeros, dar órdenes de cualquier manera porque nada les cuesta; el motor y la gasolina representan las emociones; el chofer es el pensamiento consciente y dirigido a objetivos específicos.

La condición humana hace que en la limusina quieren pasear multitud de personajes, algunos bastante peculiares, pues representan los millones de máscaras de nuestro querido ego. Una persona puede utilizar varias al día. Pero entonces llega el verdadero dueño del carro, baja a los intrusos mediante la presentación de su carta de propiedad, se sienta en el lugar que le corresponde y le da órdenes claras al chofer porque sabe para dónde quiere ir, ya que los pretenciosos no tienen ni la más perra idea. El dueño es el presidente, la carta de propiedad es la constitución y la razón, el chofer es el gobierno y la limusina es el país; sin embargo, deben estar coordinados si quieren llegar a alguna parte. Para ser el dueño del carro solo se necesita una experiencia inteligente, pero no es fácil manejar a unos pretenciosos que pueden estar sicológicamente dormidos. Los despiertos son muy pocos y, además no quieren ser presidentes, porque no les gusta que les tiren piedras. Estar ‘dormido’ o ‘despierto’ se refiere a una especial condición de la psiquis humana en su estado de vigilia. Otros llaman a los dormidos zombis y a los despiertos, iluminados, o personas esclarecidas interiormente.

La multitud de los que están dormidos no saben quiénes son porque no se conocen a ellos mismos, ni como personas, ni como colectividad porque son máquinas, como decía Gurdjieff y pretenden dirigir a los despiertos. Hoy pueden ser chalecos amarillos, mañana pueden ser narco guerrilla, otros días demócratas, pasado mañana intelectuales mediáticos. En su casa son personas que hacen cosas y son independientes pensantes; pueden amar a su mascota como Hitler; pero hay una malévola magia que los cambia y cuando se creen importantes, entonces son las cosas las que los hacen a ellos y no se dan cuenta que no son los dueños del circo; pretenden serlo, porque están seducidos por su propia imaginación sobre las cosas buenas y malas del show. La vaina es tan jodida en Colombia que alguna vez algún candidato presidencial pretendía pavimentar al río Magdalena; otros no han sido capaces de construir un pinche metro en Bogotá, y los que no saben opinan.

¿Quién es una persona dormida? Alguien que ‘sueña’ que produce pensamientos, libros, política, sermones, vive de hábitos, prestigio, se alimenta de emociones buenas y malas; se cree libre, humano, un santo, animal, ángel, etc., pero no sabe que es una máquina, un ser de hábitos que no puede cambiar, que lo manejan y que no tiene control, ni conoce su vehículo físico y sin embargo se siente ‘creador.’ Al soñar, el durmiente lleva consigo el material de este mundo global, pero como no sabe que sicológicamente ‘sueña’; es decir, que puede estar equivocado, él mismo destroza ese mundo; vende armas para asegurar la paz; construye el caos, lo resuelve, y sueña con ser esto o lo otro, según su propia brillantez o malicia intelectual, luz u oscuridad espiritual. Inclusive esa persona se puede creer un santo, actuar como un demonio y le parecerá normal; por eso no se preocupa por cambiar. Y, para no cambiar, a esa contradicción le da un nombre de prestigio: política, liderazgo, malicia indígena, cualquier estupidez que lo haga sentir cómodo.

Esa persona se ‘identifica’ con cada una de esas posibilidades y no se da cuenta de sus contradicciones. Si una mesa tuviera conciencia, sabría que es una mesa y no un elefante. Pero el ser humano, desafortunadamente, ha aprendido a identificarse tanto con sus roles personales y ajenos que al fin no sabe quién es en su identidad esencial, o espíritu. A esas personas así, una sabia tradición las llama dormidas, Jesús los llamó muertos, Gurdieff los comparó con máquinas.

La gente dormida físicamente, bajo hipnosis por ejemplo, puede caminar sobre fuego, no quemarse y nos maravilla el poder de la mente, bajo una sugestión implantada en el subconsciente que puede hacer que el cuerpo confronte una ley natural sin dañarse. Pero no rechazamos una forma de hipnosis que se llama ‘entrenamiento’ para matar profesionalmente, sin sentir nada y pensar que no somos psicópatas y nos den premios. No nos escandalizamos porque lo permite la constitución. Y no nos sentimos responsables porque no somos el creador de la mente que puede ser destruida por la pinche coca y nos parece normal porque no nos toca. Es decir, nuestra comprensión y reacción contra la maldad es estadística. A esa actitud de la sicología dormida la llamamos egoísmo. Y si no podemos ver nuestra propia hipnosis, menos podremos percibir la ‘hipnosis’ colectiva producida por influencias externas de prestigio como palabras, convicciones, pensamientos, sentimientos, hábitos, ideologías que influyen sobre la mente para quemar aldeas, personas; nos enfurecemos, pero sigue ocurriendo lo mismo mediante alguna justificación. ¿Por qué no podemos cambiar?

Porque el hombre está atrapado, esclavizado por todo aquello que cree ser y saber. Pero todo eso no es su verdadero saber, es el saber social que ya encontró hecho al nacer y del que no se siente responsable; es el único saber que conoce y con el que no tiene más remedio que identificarse, lo quiera o no; en cierto sentido él ES ese saber impuesto, pero no lo sabe. Por eso no puede ni quiere cuestionarlo porque los ‘dormidos’ que están acostumbrados a esa condición y creen que es la ‘verdad’ le darán en la cabeza; él puede querer ser lo que auténticamente siente que debe ser, pero que no sabe cómo lograrlo. Eso lo perturba y no sabe por qué. Entonces, marcha, marcha, marcha, pensando en llegar a alguna parte que sabe que no resuelve nada de su angustia interior. Le darán lo que pide y volverá a marchar. ¿Por qué?

Si esas influencias sociales entran en su caletre y no hay alguien o algo despierto que las sopese, vea, sienta y piense, SIN IDENTIFICARSE CON ELLAS, uno puede dormirse sicológicamente influido por algo extraño a su naturaleza esencial, sin saberlo; así aprenderá a dormirse con el enemigo, al que le daremos diversos nombres. Ese ‘alguien’ que observa y no se identifica, no juzga porque no le interesa, es la esencia, alma, espíritu, yo superior, etc. Así cuando un bípedo humano mata, lo llamamos ‘desalmado’, creemos saber que ‘alma’ es algo misterioso que no tiene, pero en realidad está sicológicamente dormido. No nos damos cuenta de esa hipnosis porque no estamos conectados con nuestra esencia; además, disponemos de muchos tranquilizantes como cierta ciencia dormida que lo explica todo y nos hace sentir cómodos. Además, la parte moral de la máquina está dañada debido al engaño, confundida, dormida; por eso no reaccionamos; no nos sentimos bien, a pesar de ser ‘buenos’ y no sabemos por qué. Como este proceso es difícil de explicar, dejamos que las cosas sigan así. ¿Qué podemos hacer para despertar colectivamente? Empezar a entender los diferentes métodos de uso perverso para ‘dormir sicológicamente’ a una persona o una comunidad. Son métodos aparentemente buenos, inocuos, baladíes, etc. que son utilizados para múltiples propósitos, pero duermen. La publicidad es uno de ellos. El mal uso de las redes sociales es otro. Los medios de comunicación son los más efectivos para el sueño colectivo.

Y el apoyo permanente de la manipulación anterior se realiza mediante: ataques a la autoestima, abuso mental y físico amenazas, repeticiones de consignas, limitación del contacto humano, enfrentando al individuo con el grupo y otras formas de esclavitud mental. Hace dos mil años crucificaron a un despierto porque los dormidos no entendieron su vida, la demostración de lo que un despierto podría hacer y el mensaje para aspirar y llegar a esa condición.

Pero aquí no termina la tragedia. Se tiene el ‘libreto’ del bien, pero hay una desconexión sicológica que les impide actuar a las personas que desean despertar, pero no saben cómo hacerlo. ¿Quién será el guía, Dios o Satanás? Ahora bien, si entendemos por Dios en cada persona ese insustituible espacio interior lleno de paz, libertad, conocimiento y poder de quiénes somos en nuestra esencia que se manifiesta en un poder inmanente y trascendente; y nos olvidamos del Satanás del medio evo con cachos y cola, y empezamos a entenderlo como todo aquello que impide la comunión con nuestra esencia verdadera, es decir, escapar de la prisión, entonces podrá usted entender que si se ocupa de lo que verdaderamente es el negocio más importante de su vida, le parecerá que ‘tirarle piedras’ al Presidente desde la radio, la televisión o los periódicos, o querer darse un paseo de soberbia popularidad en la limusina presidencial es una solemne tontería de borrachos o gente dormida. Por eso yo no le paro bolas a muchas estupideces, practicando el mandato de Jesús: “Deja que los ‘muertos’ entierren a los muertos.”

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