La madre de las batallas

Tras mi última columna he recibido algunos comentarios de lectores apesadumbrados, que se preguntan sobre el futuro y no ven sobre Colombia sino negros nubarrones. Dicen algunos empresarios han decidido frenar sus inversiones en un panorama lleno de incertidumbre por la sumatoria del contenido del acuerdo final con las Farc, el resultado del plebiscito, un muy desalentador panorama económico, la reforma tributaria en ciernes y la posibilidad de que se agudice la conflictividad política y social. Y algunos ciudadanos de a pie empiezan a estudiar la posibilidad de emigrar al extranjero, previendo que el país se acerca a un régimen como el de Venezuela.

Es verdad que hay zozobra y que la guerrilla se anotó una victoria ante la vergonzosa claudicación de Santos. Pero el espíritu derrotista en nada ayuda a la construcción de la patria que queremos.

Los pactos de La Habana son solo una batalla y en ella nada podíamos hacer los de a pie. Todo dependía del Gobierno y del Congreso. Y ahora de lo que diga la Corte Constitucional que tienen como nunca la oportunidad de demostrar su independencia y su coraje para defender la Constitución.

La guerra, sin embargo, no está perdida. Queda aun la batalla del plebiscito, cuyo valor depende de que la Corte sea capaz de nivelar la cancha y asegurar condiciones de igualdad para quienes quieran votar no y quienes deseen abstenerse, y de que aclare si tolera que sea un referendo escondido que tiene efectos jurídicamente vinculantes.

Y después del plebiscito vendrá el combate fundamental de las elecciones del 2018. Si llega al poder una coalición de partidos del actual gobierno y la izquierda, como la que ganó con más de alguna triquiñuela en el 2014, a la que se sumarán otra vez las Farc, lo que viene será negro para el futuro de la democracia, para las instituciones republicanas, y para el derecho a la propiedad privada y la libertad de empresa.

Por eso hay que enfocarse desde ya en prepararse para triunfar en ese gran combate. Ahí es donde está la clave del futuro. Ahí nos jugamos todo.

Para esa, la madre de todas las batallas, hay mucho por hacer. Para empezar, hay que superar la polarización entre uribismo y santismo. No me demoro ni me desgasto acá sobre lo nefasto que ha sido el presidente ni en sus múltiples defectos. No vale la pena. Resalto en cambio que la división profunda no está ahí. Muchos que hoy apoyan a Santos están siendo manipulados para hacerles creer que la paz solo era posible arrodillándose frente a las Farc y que debía hacerse, como se está haciendo, a cualquier costo. Ellos, sin embargo, en el fondo están del lado de la democracia, del estado de derecho, de las libertades y de un sistema económico que reconozca y premie el trabajo y el esfuerzo individual. Para el 2018 hay que evitar la división emocional, falsa y maniquea que ha vendido el Gobierno entre amigos y enemigos de la paz y plantear en cambio la que sí hay entre los socialistas radicales y los demócratas, entre los asesinos y sus aliados y quienes no tenemos untadas de sangre las manos, entre victimarios y víctimas.

También es necesario “desconstitucionalizar” la discusión. El grueso de la gente no entiende de poderes constituyentes, sustitución de la Constitución, y similares. Hay que buscar un lenguaje llano y simple, de fácil comprensión. Y sobre todo hay que buscar la conexión emocional con el ciudadano de a pie, con sus necesidades y expectativas.

Con ese propósito es indispensable construir un relato positivo de país. No podemos dejarnos atrapar por el negativismo, por el “no” a esto y aquello y a lo demás. Hay que tomarse la bandera de la esperanza, del futuro mejor, y definir políticas y programas que satisfagan las necesidades profundas de los colombianos y defiendan la democracia republicana y el capitalismo incluyente.

Sí, Santos ha sometido al país a una gran derrota. Pero las batallas definitivas están por librarse y estamos obligados a ganarlas. ¡Vamos a ganarlas!.

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