La máquina del tiempo

Cuando pequeño, apenas iniciando mis años de estudios primarios, mi papá, a pesar de su pobreza, me daba unas monedas para ir al cine. Me gustaban las películas de ficción de aquellas épocas que se limitaban a La Máquina del Tiempo. Esta era un pequeño cubículo donde se metía el protagonista, salía humo por todas partes y el artista principal aparecía en otra época de la historia de la humanidad.

Con esa máquina pudimos ver muchas de las historias de guerras en este mundo. Nos trasladaban, junto con el artista, a la época cruel de Nerón en la Roma Imperial. Veíamos a los cristianos sacrificados por los leones en el Coliseo Romano. Nerón disfrutaba de esa carnicería. Nos mostraban a los cristianos más fuertes peleando por sobrevivir en los enfrentamientos con armas blancas, para disfrute de aquellos bárbaros que vivían de pan y circo. El que lograba sobrevivir se sometía a la señal del pulgar del emperador.

También viajábamos con el protagonista de la película, a la Francia de Napoleón y la Revolución Francesa para estar dentro de las grandes batallas o en presencia de los pensadores de esa época de la historia.

En los Estados Unidos durante la guerra de secesión veíamos aquellas batallas con una infantería armada de fusiles largos y la bayoneta calada para las peleas cuerpo a cuerpo. O los soldados en sus caballos enfrentados a sus “enemigos” pero hermanos de la misma patria.

Hoy estamos en Colombia en esa infernal máquina del tiempo. Ya no se trata de un pequeñísimo cubículo. Vivimos en una máquina del tiempo de más de un millón de kilómetros cuadrados, sale humo cuando se trata de ocultar algo. Un humo endulzado con la mermelada distribuida a los amigos del régimen para tapar lo que hemos reversado en el tiempo. Estamos en los últimos años del siglo veinte y en los primeros de este siglo 21.

Quema de buses y camiones en el Chocó y secuestro de dos de los conductores. Quema de buses en la zona de Caucasia. Asesinato de militares y policías en todo el territorio colombiano. No podemos salir por las carreteras del país. Quema de tractocamiones en la salida de la autopista Medellín–Bogotá. Bloqueo en las vías de la capital. El país entero ha entrado en la máquina del tiempo. No como en las películas de ficción de las primeras épocas de mi vida, es una realidad que estamos sufriendo como sucedía antes del anterior gobierno.

No eran películas lo que recordamos cuando las caravanas de la paz transitaban por las carreteras vigiladas y seguidas por nuestro patriótico ejército. No era ficción para los espectadores. Era la autoridad legítima la que nos devolvía la confianza en Colombia. Ahora, esa autoridad que ha perdido toda legitimidad, nos ha reversado la película y estamos repitiendo lo que nunca debíamos haber vivido.

Vivimos de nuevo la peor de las violencias. Vivimos la entrega de las instituciones a unos narcotraficantes terroristas. Vivimos el arrodillamiento del Estado colombiano ante quienes han sembrado la muerte en los campos y ciudades de la patria. Vivimos en la máquina del tiempo de dimensiones gigantescas y de las peores realidades, no ficción.

¿Quién nos podrá salvar?

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