La necesidad de la oposición

El mayor éxito del actual Gobierno, menos ponderado que otros, radica en haber aniquilado la idea de que en toda democracia es necesaria una oposición política. Incluso en la última campaña electoral, el propio oficialismo fue víctima de aquello, cuando algunos de sus principales candidatos fueron derrotados por contendores que, con inteligencia y gran sentido táctico, se presentaron con discursos y propuestas que no buscaban oposición directa, que evitaban contrastes severos con el liderazgo dominante, que, incluso, ofrecieron continuidad y únicamente cambios de estilo. Siendo esta una estrategia ganadora, aún más, se ha consolidado en el país la noción de que la oposición en sí misma es una opción equivocada, que las posibilidades futuras dependen de abandonar discursos radicales, que es preciso erradicar el enfrentamiento político, y que todos deben allanarse al consenso dominante y recitar, con mayores o menores matices, los salmos del buen vivir y otros mantras de la revolución. Si se gana, solo entonces las posiciones podrán transparentarse. Será el momento en que los leones disfrazados de corderos se quiten la careta.

Refuto esta postura por varias razones. La primera es que una democracia requiere disenso, pero no un disenso mentiroso, sino un disenso real. El pensamiento único, la homogenización del discurso, trae consigo el peor de los empobrecimientos que es el de un clima político y cultural vacío de contenidos, con lo cual toda sociedad cae en el abismo de la modorra y la mediocridad. Si solo habla la voz del poder, y todos a conveniencia la repiten, un país renuncia a pensar en su futuro y se entrega al status quo. La segunda razón es que los ciudadanos requieren opciones, modelos alternativos, críticas radicales a lo que existe, cuestionamientos de fondo, perspectivas en debate, no solo para vislumbrar y, eventualmente, permitirse elegir entre caminos diversos, sino porque aquello es un elemento esencial de la política, que es, a su vez, el enfrentamiento entre grupos y sectores con intereses y visiones contrapuestas como vía para cambiar la realidad.

Por ello, un régimen político ausente de oposición perpetúa un país atrapado en las redes del presente y una sociedad sin política ni sentido de futuro. La oposición agrega a la vida democrática la lucha vibrante por transformar lo que existe entre opciones en disputa. Sin este ingrediente es imposible la democracia, siendo lo contrario el reino perfecto del caudillismo, la intolerancia, la reducción de la política a lo electoral. Abogo, en consecuencia, por la necesidad de una oposición sólida, propositiva, radical, honesta y transparente. Discrepo con las voces que recomiendan su fusión conceptual con el discurso dominante. Aquello significa renunciar al futuro y sus posibilidades; abolir la política. Y una sociedad con tantos problemas como la nuestra, no puede darse lujo tan oneroso como es conformarse con un presente de autoritarismo, novelería y el despilfarro.

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