La ola del cambio

La experiencia de los diálogos fallidos del pasado será de gran utilidad para espantar las estafas.

El brutal ajuste económico que Maduro está aplicando, plantea el fin del Estado robinhoodiano y, con ello, el comienzo formal del trabajo de parto del poschavismo. A este punto hemos llegado un año después de la muerte del comandante, cuyos herederos intentan abortar por estos días el inicio de una prudente transición democrática, a la que se resisten salvajemente.

Hoy, de hecho, ni el país chavista abriga grandes expectativas en torno al desempeño de "la sucesión". Los respaldos ya residuales que hoy posee la revolución están basados en la evocación de la última voluntad de Chávez, aunque éste se haya equivocado en la escogencia. Maduro trata de sostenerse sobre ese insuficiente soporte, apalancado por las bayonetas de la FANB y las balas de sus sicarios: con ellos intenta imponerse "por las malas", en medio de un clamor extendido -que ahora abarca poco más de dos tercios de la población, incluido un 20% del chavismo- a favor de su salida anticipada del poder, siempre que ella sea procesada por los conductos electorales establecidos en la Constitución.

El dramático viraje que está ocurriendo en la opinión pública revela que Venezuela está envuelta en una transición, en la que, por ahora, solo destaca el progreso de la brutalidad militarista. Por eso, hoy no queda sino combinar la calle con el diálogo, la única opción a la mano para contener el incremento de las restricciones a las libertades y derechos civiles, cuya evolución terminará suprimiendo por completo los estrechísimos resquicios que le van quedando al país democrático.

Así como la protesta ha servido para volver a evidenciar el talante de los sucesores -y para acentuar la frustración de sus bases de apoyo social-, el diálogo también puede servir para continuar prestigiando la protesta justa y honesta de los muchachos y para evidenciar la total desnaturalización de esos herederos que ni le sirvieron a Chávez en vida -como siempre lo hacía saber al acusarlos de incompetentes- ni mucho menos le sirven a la Venezuela empobrecida y oprimida de hoy.

Son los estudiantes -con su 80% de reconocimiento positivo- quienes, exigiendo un diálogo genuino, podrían imponerle al poder una transición inequívocamente democrática. Nadie como ellos para intentar viabilizar una solución política-electoral que silencie los tambores de la guerra. Solo los jóvenes, con la tremenda autoridad moral obtenida en la calle, están en condiciones de evitar que se pierda el terreno ganado en estos últimos sesenta días. No es poca cosa que una abrumadora mayoría favorezca hoy la necesidad de un cambio pacífico: hay que montarse en esa ola lo más pronto posible. La experiencia de los diálogos fallidos del pasado será de gran utilidad para espantar las estafas.

Argelia.rios@gmail.com / @Argeliarios

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