La osada aventura de Santos

La decisión que tomaremos los colombianos el próximo 2 de octubre tendrá repercusiones trascendentales en el presente y el futuro del país.

A lo largo de este proceso de conversaciones hemos tenido ocasión de ver, escuchar y analizar variada información y quizás, ya muchos tenemos una posición.

El momento justifica que intentemos comprender por qué el amplio espectro de los amigos del sí, consideran que por la Paz se justifica todo, aceptar, por ejemplo, que el Acuerdo tenga condición de tratado internacional, que se cree un monstruo jurídico por encima del sistema judicial colombiano, que se otorguen 26 curules sin imponer restricciones a responsables de delitos atroces, que se repartan tres millones de hectáreas en la modalidad anacrónica de pequeñas parcelas, que se creen 16 jurisdicciones especiales, que se acepte la reforma de la doctrina militar, que se creen 22 comisiones, organismos y veedurías que realizarán labores propias de organismos del Estado, que se acepte el secuestro y el narcotráfico como conexos con el delito político, que los responsables de delitos de lesa humanidad no paguen un solo día de cárcel, y un largo etc.

No vamos a meter a todos los que aceptan estas condiciones ominosas en un mismo saco. Teniendo en cuenta sus visiones de país, sus intereses y su posición ideológica, los dividiré en dos grupos: las izquierdas y los que deben defender el Estado.

Que las izquierdas manifiesten su satisfacción con el Acuerdo y estén aplaudiendo a Santos, uno de los personajes más representativos de la oligarquía tradicional no parece muy razonable. Toda la vida, con diferencias de matiz, este conjunto ha denigrado de las instituciones, ha negado que Colombia sea un país democrático, que es uno de los países más desiguales del mundo donde se cometen grandes injusticias. Sostiene que no hay oportunidades para fuerzas políticas diferentes a las tradicionales. Una de sus tesis más estimada es la que atribuye “el levantamiento armado” a las injusticias sociales, al problema de la propiedad de la tierra y a la exclusión política. Para ellos la paz implica reformas profundas de tipo social, económico y político. Son radicalmente antimilitaristas pero solo con respecto de las Fuerzas Militares institucionales, el Estado es el principal violador de los derechos humanos y no falta el humanista que dice que este es un “país de asesinos” y que “todos somos culpables”.

De manera que, como el Acuerdo entre el Gobierno Nacional y las FARC contiene opíparas concesiones a su visión, las izquierdas andan felices pregonando el SÍ.

¿Cómo no les va a gustar el Acuerdo si ellos nunca han tenido en buen concepto la legalidad, la institucionalidad, la democracia y las libertades vigentes que deben ser demolidas o reformadas para ensayar otras políticas como las pregonadas por el Foro de Sao Paulo y el socialismo bolivariano del siglo XXI?

En el campo de los que representan el “Establecimiento” encontramos un auténtico archipiélago de grupos, partidos, intelectuales y columnistas con ideas no necesariamente comunes. Algunas sufren de conciencia de culpa, otros del síndrome de Estocolmo, hay ingenuidad entre quienes creen que las guerrillas están inspiradas en ideales altruistas, como el acceso a la tierra y la “ampliación” de la democracia. Piensan que vale la pena correr el riego de hacer todas esas concesiones a las FARC porque suponen que terminarán siendo absorbidas por el sistema como ha ocurrido con otras experiencias de paz en el pasado. Un elemento común en los líderes de la negociación es el exceso de confianza en sí mismos y de subestimación del rival.

Creen, además, que hay que entregarles amplios poderes y representación en el campo, aspirando a que allí se queden y no se expandan a la vida urbana. Hay advenedizos que no saben nada de lo que es un Estado de Derecho, que carecen de visión, incapaces de ver más allá de veinte metros, bastante ingenuos, pues, no tienen idea de con quien están tratando.

Algunos de ellos tienen una visión banal del poder y de la política, otros depositan excesiva confianza en su elocuencia y retórica, los hay a los que les parece normal que Timochenko llegue a la presidencia, otros aspiran a ocupar un lugar de la Historia ganándose el Nobel o la presidencia del país.

En un tercer grupo, en el que hay partidarios de las dos opciones, tendríamos a empresarios, iglesias, Medios, Fuerzas Militares, gremios. Difícil trazar un perfil de todos ellos. Tal vez nos sea factible reconocer algunas evidencias: miedo de los empresarios respecto de la reforma rural, del futuro de la economía y el poder incontrolable de Jurisdicción Especial de Paz, por el costo fiscal inconmensurable de la implementación de los acuerdos. Divisiones notables en la jerarquía católica, desdibujamiento del rol de los Medios que han sacrificado su independencia ante la jugosa pauta publicitaria oficial. Las Fuerzas Militares han sufrido un enorme debilitamiento operacional con la salida de sus mejores oficiales, por el cambio de doctrina militar negociado a sus espaldas, y la asignación al alto mando de oficiales obsecuentes y acríticos con la política oficial. En los gremios se aprecia mucho temor a las represalias y una que otra voz crítica.

Ese es el vivo retrato de la osadía de Juan Manuel Santos que deja por el suelo lo dicho al comienzo de las negociaciones: “si no firmamos la paz nada habremos perdido”. ¿Cómo no recordar la anécdota que se le atribuye al presidente Marroquín al entregar el poder en 1904, habiendo perdido a Panamá: “De qué os quejáis, me entregaste un país, os devuelvo dos”.

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