La paradoja de la democracia

Este lunes en Colombia nos levantamos con los resultados de las elecciones legislativas mas importantes de los últimos años.

Los elegidos este fin de semana serán los encargados de sacar adelante las reformas que se necesiten en caso de que se concrete un acuerdo de paz. Los cambios seguramente no serán pocos, ya que tal y como ocurrió en vísperas de la constitución de 91, el ambiente una vez se cierre el proceso será uno de cambio. Uno que nos llevará a hacer ajustes a nuestros modelos económicos y sociales. No es una tarea menor y sus protagonistas son de gran calado.

Incluso, este senado tiene más representación política que la propia lucha a la Presidencia de la república. Entre las cabezas de lista de los partidos se ubicaron algunos de los nombres más fuertes de la escena en nuestra nación. Definitivamente una nómina parcialmente de lujo conformada por Alvaro Uribe, Horacio Serpa, Rodrígo Lara, Jorge Robledo y los hermanos Galán.

Sin embargo, la enorme abstención y la gran popularidad del voto en blanco nos deja claro que algo malo está pasando con la política colombiana. El ciudadano urbano de a pie siente gran apatía frente a los comicios, incluso se trata de un fenómeno que se hace evidente en los resultados de audiencia de los noticieros de Colombia, que cuando informan sobre política ven  como su audiencia cambia de canal.

Hay un rechazo casi total, según la más reciente encuesta de Gallup en el país 70% de la población repele a la clase política. Un resultado bastante preocupante teniendo en cuenta la cantidad de dinero que se destina en la elección y manutención  de nuestros representantes y al mismo tiempo la gran tarea que tienen en frente.

Entonces, ¿si la gente no quiere a los políticos, ni tampoco está interesada en elegirlos, de qué nos quejamos?.

Se trata sin embargo, de un fenómeno global. En el planeta el descontento con la democracia y sus representantes es gigantesco. Según la revista The Economist, la presencia de autócratas, gobernantes que aprendieron el juego de las elecciones para perpetuarse en el poder o sobrevivir mediante testaferros, los políticos con cantos de sirena que vendieron un modelo y terminaron estableciendo otro que infle sus egos, y la facilidad con que el pueblo vota irresponsablemente tras vender su sufragio o sin hacer la tarea, tiene a la democracia contra las cuerdas y a muchos pensando si en realidad este es el mejor modelo.

Miremos el caso de China. Un modelo manejado por el partido comunista, criticado por su manera de controlar a la opinión pública y por establecer una serie de normas que restringen la libre expresión y el desarrollo de la personalidad. Según un estudio de la escuela de gobierno de la Universidad de Harvard, mientras que EE.UU. en su mejor momento solo logró doblar el tamaño de su economía en un espacio de 30 años, en China se viene duplicando cada diez.

Y que tal este dato de percepción. Según el centro PEW, 85% de los chinos está de acuerdo con la dirección en la que va su nación, mientras que tan solo el 31% de los estadounidenses ve con buenos ojos el camino por el que va su país.

Así las cosas el mal es de muchos y este fin de semana en Colombia fuímos testigos de esto. Frente a unas elecciones legislativas de gran significado, gran apatía, escándalos de corrupción y la aplicación de las malas mañas de siempre.

Ya conocemos el problema. Entonces como nación debemos actuar. Es mejor elegir bien que luego tener que salir a la calle a marchar para pedir la salida del mandatario. Si no pregúntele a los venezolanos. Tenemos entonces una tarea que hacer en las presidenciales y eventualmente en las atípicas que se presentarán en Bogotá si se confirma la sanción al alcalde Petro.

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