La paz de los sepulcros

El presidente Santos, ha dicho que “si ustedes las FARC continúan con eso, están jugando con candela, y este proceso puede terminar”. En advertencia seguramente se refiere a los atentados a la infraestructura cometidos por los terroristas, al haber derribado torres de energía dejando sin luz a Buenaventura, de 400.000 habitantes, destruir un acueducto que surte con agua al Meta. No se refirió a la voladura de torres de comunicaciones y el derrame de petróleo – 23 camiones con 5000 barriles, contaminado los ríos en el Putumayo, privar a los ribereños de agua, la pesca artesanal, y envenenar cultivos de pan coger. En la emotiva alocución el Presidente, no mencionó la muerte de Isa Ruiz, hija del patrullero de la estación de policía en Arauca, ni de Yurani Muse de 2 años, indígena del Cauca, al lanzar explosivos contra su vivienda, ni de los civiles, soldados y policías asesinados por las Farc durante los diálogos en La Habana. Seguramente estas muertes no representan importancia que pongan en vilo la continuidad del diálogo. Importa para los dolientes que a diario en silencio, acompañan sus muertos, con lirios blancos y cirios encendidos, en busca del sepulcro donde descansar en paz.

“La paciencia del gobierno como de la comunidad internacional, no es infinita” ha dicho en su discurso de la nueva posesión. La razón para que el proceso de diálogo termine es “porque no podemos seguir indefinidamente en esta situación, porque el pueblo colombiano se confunde y no entiende”, ha reiterado el Presidente. De esta declaración se infiere que no son los terroristas de las Farc los que conducirían a la culminación del diálogo, sino la desazón que despierta entre los colombianos. Es curioso por decir lo menos, que a la final no se responsabilice a los criminales sino al pueblo que, según Santos, entiende poco y cada vez se “confunde” más. Los más optimistas aplauden al Presidente por lo dicho, convencidos que por fin se amarró los calzones, poniéndole límites a las Farc, obligándolos a mermar su frenesí terrorista. Pocos le creen al Presidente al ponerse duro con las Farc. Porque ha dado muestras de reversar sin rubor alguno, cediendo frente a las presiones. Las Farc, le han medido el aceite en reiteradas oportunidades, lo conocen de sobra, y saben que a la menor presión “recula”, por ello las atrocidades contra la población civil de Tumaco que llamó la atención de la OEA.

Amenazar a las Farc en público es llamativo para el mercado. El costo político de levantarse de la mesa sería enorme. No solo porque su apuesta política, está en la paz con las Farc y el ELN, sino porque su reelección se la debe a la suma de muchas fuerzas que respaldaron el lenguaje de la paz, escrita en múltiples manos. Las que contribuyeron a su triunfo lo saben con razón, que por su vanidad de construir una imagen para el “Nobel”, y por los costos políticos que traería, Santos no se levantará de la mesa. Las Farc saben que pueden seguir con los atentados, contra la población civil y la estructura petrolera. Lo saben porque frente a tamañas barbaridades tanto el Presidente como el sistema judicial son laxos y tolerantes, prueba de ello, la decisión de la Corte Suprema de ignorar el contenido sobre la Farc política de los computadores de Raúl Reyes, sumado a la posición del Fiscal de sancionar sus fechorías con “trabajo social”.¿Es posible pedir un cese al fuego unilateral y seguir negociando sin tolerar que las Farc continúen con los crímenes de guerra y de lesa humanidad, reclutando niños, extorsionando, y atentando contra la infraestructura petrolera?

El Presidente sabe en su interior que el que juega con candela es él, y no las Farc, así se lo hizo saber Marcos Calarcá, en el periódico The Guardián, al decir que: “pero el que juega con candela es el gobierno que intenta eliminar a sus líderes con bombardeos”. No es cierto que Timochenko, tenga miedo como sugiere Mauricio Vargas en su columna de El Tiempo, el temor es mutuo. Se muestran los dientes en público, mientras la población civil, soldados y policías entierran a sus muertos en silencio en espera de la paz, que hasta ahora es solo de los sepulcros.

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