La paz entre la realidad y la utopía

Seguir a otro, por más sabio que sea, nos impide descubrir las formas del "yo". La persecución de la promesa de una utopía preconcebida ciega totalmente la mente que no se da cuenta de su propia acción restrictiva nacida de su deseo de confort, de autoridad, de que otro le ayude. El sacerdote, el político, el abogado y el militar, todos están para "ayudarnos", pero esa ayuda destruye la inteligencia y la libertad. La ayuda que necesitamos no está fuera de nosotros; no debemos suplicar ayuda, la ayuda llega sin que la busquemos cuando somos humildes y entregados a nuestro trabajo, cuando estamos abiertos a comprender nuestro sufrimiento y nuestras dificultades cotidianas. Jiddu Krishnamurti

Decía Salomón, el prototipo universal del sabio, que todo tiene su tiempo y su forma bajo el sol. Esa visión es también recogida en La República en donde Platón presenta la sofocracia, o gobierno de los sabios, como remplazo de la aristocracia o la oligarquía actual que, supuestamente, es el gobierno de los mejores, como un ejemplo del cambio necesario de las formas políticas en busca de una solución mejor.

Ahora bien, utilizando el símil del pilotaje de un barco, si el sabio sabe distinguir entre la realidad y la utopía para conducirlo exitosamente a puerto seguro, que es de lo que se trata un gobierno, diría el filósofo que "En un barco no debería decidir el más fuerte, pues esto no daría un mejor resultado". La falta de lo que Platón proponía como gobierno efectivo, lo vemos en Venezuela o Cuba en donde la Ley del más fuerte (gobernante + ejército) ejemplifican los resultados de la tiranía.

Tampoco debería el barco ser gobernado por los más ricos, que al no necesitar plata, buscan el honor y la gloria a cualquier costo. Un ejemplo actual podría ser Trump. Y hay otros que se enriquecen en la presidencia para después exigir lo que se ganó Trump trabajando duro. Pero en Francia los burgueses les quitaron el poder a los reyes; sin embargo, estos, debido al prestigio de las formas, tratos e influencias cortesanas, siguieron manteniendo el foco del poder. Por eso muchos ‘demócratas’ se creen reyes o amigos de ellos. Así, con esos ejemplos, después de haberse instaurado la democracia que supuestamente representaba al pueblo, este sufre ayer como hoy, de un alto grado de corrupción, no por una inclinación natural, sino por la falta de educación que produce la ignorancia de auto gobernarse y supervisar a sus representantes, lo que los hace frágiles ante la manipulación del voto, las ideas y el soborno. (Para profundizar este aspecto recomendaría la lectura de “Cómo formar a un demócrata sin corromperlo” de Guillermo Carvajal, Editorial Panamericana) Esa es la puerta falsa por donde se introduce el populismo mentiroso; mucha gente lo desecha mediante la abstención al no entenderlo ni aprobarlo, o por el contrario, al conocerlo muy bien.

Por otra parte, en 1957, antes de la revolución cubana, cuando García Márquez era periodista y no tan político, escribió “De viaje por los países socialistas – 90 días en la “Cortina de Hierro.” El final del primer capítulo “La Cortina de Hierro es un palo pintado de rojo y blanco” lo cierra con estas premonitorias palabras sobre el régimen socialista: “Pobre gente.” La precariedad de recursos, no la falta de educación, también los habría llevado a la corrupción obligados por la supervivencia, como en Venezuela y Cuba. Sin embargo, a pesar de esa experiencia registrada por quien en ese momento se identificaba como izquierdista y posteriormente fue la fuente de información privilegiada de un régimen comunista gracias al prestigio que le otorgó el Nobel para convertirse en consejero presidencial, ese Nobel de entonces, y el de ahora, le siguen comiendo cuento al Socialismo del siglo XXI a pesar de su evidente fracaso. ¿Ceguera utópica o estupidez?

¿Diríamos entonces que el populismo como un accidente inesperado de la democracia, o una etapa transitoria hacia la pobreza del socialismo, es el mejor resultado de lo que buscaba Platón? Tampoco, porque el ‘capitán’ que se busca es el que sepa más sobre la conducción de un estado, es decir, lo que hoy llamaríamos tecnócratas, politólogos, que no necesariamente tendrían las habilidades éticas o morales del sabio o esa condición espiritual que genera confianza.

Se me hace que lo anterior podría ser un marco de referencia necesario para dilucidar lo del escándalo de Odebrecht, las enredaderas que lo adornan y su relación con las falencias de un gobierno. Se me ocurrió el asunto al oír en la W el 23 de marzo de 2017, al medio día, la entrevista de Vicky Dávila con Antanas Mockus quien también le coqueteó al socialismo verde según lo confesó ese día, llevado por la utopía de una sociedad sin dinero. La periodista buscaba ponerle el cabestro al profesor para llevarlo al escenario de la controversia política con Santos y producir noticia; pero el profe, debido a su formación filosófica y humanista, eludió todas las artimañas de Vicky. Al final, un amplio auditorio radial premió la sagacidad del sabio puesto a prueba. Esta podría ser una breve descripción de nuestra realidad con un marco de referencia al rol esperanzado de un estadista sabio en el gobierno que hace parte de nuestra utopía.

La utopía, que se considera como algo que no existe, originalmente hizo referencia a un lugar. En la obra de Tomás Moro Utopía es el nombre dado a una isla y a la comunidad ficticia que la habita, cuya organización política, económica y cultural contrastaba en numerosos aspectos con la sociedad inglesa de la época. Con esa obra Moro crea el género de las utopías políticas y por ello en términos más generales esa palabra se emplea para referirse a una sociedad política ideal, con un plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen muy difíciles de realizar; o desarrolla una representación imaginativa de una sociedad futura con características favorables para la salud, la educación, la cultura superior y el bienestar común de la sociedad, que por lo general contiene una crítica más o menos implícita de la sociedad política realmente existente en este momento.
Si trasladamos este paradigma de pensamiento a la paz o la trasparencia política que buscamos, podríamos preguntar ¿son la paz y esa trasparencia utopías o realidades posibles aunque lejanas teniendo en cuenta el paisaje que vemos, pero ignoramos; o convertiremos esa esperanza en una bestia feroz llena de engañosas promesas y expectativas con el sueño de un nuevo poder?

Sin embargo, muchas veces la ‘utopía’ es un asunto de bloqueo de la percepción mediada por el lenguaje que utilizamos. Los esquimales tienen infinidad de palabras para expresar la ‘realidad’ de la nieve, mientras que nosotros tenemos una, porque conocemos esa realidad solo referencialmente; no vivimos en ella. Lo mismo ocurre con la paz y sus comunicadores.

En su columna “Para qué se firmó la paz, “Álvaro Sierra Restrepo dice: “En esencia, hay dos aproximaciones frente a los acuerdos: una, punitiva; otra, de reconciliación.” Se me ocurre comentar: “Esa, señor periodista, es su respetable percepción política y periodística.” Porque al igual que los esquimales y el resto de la humanidad, el castigo y la reconciliación pertenecen a un universo más amplio que incluye las dimensiones de lo personal, espiritual, síquico, mental, emocional, social. La reconciliación real, es verdad, pertenece a una realidad que tiene el poder de transformar al ser humano, pero ni se compra, vende o manipula por la conveniencia política; el reino de la reconciliación viene definido por la autenticidad y trasparencia de cada quien para que esa trasformación pueda tener el poder de lo real. De no ser así, es pura habladuría. De igual forma sucede con el castigo.

Asumir la responsabilidad en la reconciliación política es pasar de enemigos a adversarios, según usted. Es un juego de sinónimos lo que nos revela el callejón sin salida conceptual que afronta. Pero en la paz real la responsabilidad sostenida en el tiempo es pasar de enemigo a la comprensión del otro, a la tolerancia, el respeto, la amistad, la confianza, el amor fraternal. ¿En qué eslabón de esa cadena queda el adversario? Además, ese compromiso, en razón de las debilidades humanas o imprevisibles circunstancias políticas, se puede diluir o perder al ver la conducta del ‘perdonado’. Es un camino, no es un acuerdo político. España lleva 77 años en eso. Por ese motivo, quienes no son capaces de ese difícil recorrido, los más, lo ven como una utopía. Pero no hay que considerarlos ‘inferiores’ a los campeones del perdón. Pero los áulicos del régimen ignorantemente creen que ese camino de evolución ética y moral se puede crear con la propaganda y las amenazas.

En ese escenario la ascética de la renuncia que opera en la religión en relación con los atractivos de la ‘carne’ también es factible en la política como renuncia al poder para ser alcaldes, gobernadores, presidentes, etc., como la muestra de autenticidad que da un converso arrepentido de sus fechorías políticas y humanas en nombre de la revolución. Eso, por miedo, no se le exige a las Farc, pero sí a los que defendieron al estado porque, en la civilidad, no tienen el respaldo de la amenaza. Los farianos amparados bajo el argumento del conflicto, favorable a ellos, van en coche. De esa forma la paz se convierte en una utopía porque su verdadero significado no se ve posible ante el mundo de la inteligencia y la realidad. Además, nosotros no les pedimos a los terroristas de las Farc que nos liberaran para que los consideremos ‘representantes’ de un ideal que no compartimos.

Al no diferenciar utopía de realidad se ha engendrado la falacia prevalente de una legitimidad porque hubo algo que se llama negociación; ignorando, además, los resultados plebiscitarios del NO. Pero los daños evidentes de ese atropello los sitúan los filósofos del régimen en un universo inexistente llamado ‘sapo deglutible’ con su veneno invisible, pero eficaz, es decir empiezan a crear la distopía colombiana, versión 2018, si no despertamos del embrujo de la paz, versión cogobierno de las Farc. Es decir, estamos en el país de las maravillas inefables. Porque la negociación ficticia no puede sustituir los daños de la misma, pues no es un placebo; ni es remplazo de la compasión o misericordia que debe equilibrar todo sistema de justicia. ¿Qué daños ha causado la negociación? El remplazo espurio de la justicia por la JEP; una herida mortal a la Constitución; la oficialización aceptada de la amenaza del comunismo para sustituir al estado como algo ‘normal’ dentro del mal llamado juego político. Ante esas realidades la paz verdadera es una utopía.

Pareciera que los nuevos platónicos de la paz quisieran organizarnos en una sociedad distópica de ficción, como en la película “Divergentes” que sería la ciudad de Chicago después de una guerra futura que buscaría una nueva sociedad de castas o dinastías, como en la India, para no cometer los errores de la sociedad que conocemos. En esa sociedad futura perteneceríamos, por opción o destino, ala facción de los abnegados ante los atropellos a la inteligencia; o seríamos parte de la clase de los pacíficos o amigos del presidente. Los admirados generales y valientes soldados y policías serían de la casta de los robots que defenderían a los eruditos del régimen, sus abogados y acuerdos, que serían los que deben gobernar al ser responsables de crear y mantener la ilusión de una revelación política. Todos ellos montados en las espaldas de los cautivos o trabajadores y dándoselas de pertenecer al grupo de los honestos y leales.

Y esa tiranía orwelliana se justificaba con el argumento que el verdadero enemigo era la mentirosa y perversa naturaleza humana a la que había que someter. Sin embargo, los ‘divergentes’ eran unos seres especiales, los enemigos oficiales del régimen, ajusticiados en el sitio en que se los encontrara, porque eran ‘diferentes’, negación del argumento del régimen distópico, la prueba de que la naturaleza humana no era perversa, al reunir en una sola persona las características del valiente soldado, la erudición y los principios éticos del sabio, el liderazgo del gobernante, la compasión y servicio del desinteresado. Esos seres eran la amenaza real para la dictadura, pero muy escasos, por lo que se les consideraba una leyenda.

Esta nueva sociedad colombiana de dinastías utópicas, sin los divergentes, debería formarse entonces mediante el discurso ético del ‘gobernante salvador’. Mientras que los que no tienen privilegios ni estatus seguirían durmiendo en las afueras de las metrópolis amuralladas por la indiferencia, desplazados al campo de la inconsciencia social. Sin embargo, a diferencia de nuestros hermanos guaraníes de antaño, esta nueva sociedad no buscaría la utopía de una TIERRA SIN MAL que añoraban nuestros aborígenes, sino su régimen de conveniencias y negocios basados en un corrupto pragmatismo político.

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