La paz, ¿lista y cocinada?

Paradojas de las encuestas
El plebiscito, popularidad en apogeo

Algunas encuestas han dado en señalar, en los últimos días, que de repente el plebiscito por la paz ha dado un giro popular favorable y los elementos tradicionalmente negativos se han tornado espectacularmente positivos en un abrir y cerrar de ojos. Justo, además, en el período de mayores críticas al adoptarse en La Habana el confuso y profuso “acuerdo especial” que inserta una nueva Constitución en algún articulito transitorio como trasfondo del pacto Gobierno-Farc. Y sin que, a su vez, se hayan despejado las dudas en cuanto a la llamada jurisdicción especial, en la que se elimina la justicia ordinaria o inclusive alternativa a cambio de una convenida entre las partes, y menos sobre la participación guerrillera automática en la política.

Los últimos dos aspectos, sin embargo, reciben una descalificación contundente en las mismas encuestas. De modo que la contradicción salta a la vista. Porque, en efecto, si de un lado parecería haber una mayoría afirmativa, cuando se pregunta sobre el plebiscito en general, de inmediato ese resultado queda en vilo cuando al mismo tiempo puede corroborarse un rechazo superlativo de los mismos participantes frente a los ingredientes puntuales y antedichos del proceso habanero. Lo cual, a no dudarlo, resalta las prevenciones existentes en torno del tema. De hecho, también es palpable, acorde con el rubro correspondiente, una desaprobación generalizada (70%) en cómo se lleva a cabo el proceso de paz. Otra objeción fehaciente, si fuera del caso, frente a la estadística plebiscitaria aparentemente satisfactoria.

En las encuestas, por lo demás, no se sabe cabalmente cuál será la participación efectiva del pueblo en el plebiscito por tratarse de porcentajes sobre una cifra incierta. Por lo general, eventos de este tipo, por muy importantes que sean, convocan una menor cantidad de gente frente al número de participantes en las elecciones tradicionales, sean ellas regionales, parlamentarias o presidenciales. Fue, precisamente, lo que ocurrió con la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991. Un rubro bastante exiguo con respecto tanto del censo electoral entonces vigente como de las elecciones previas. Otra cosa, ciertamente, ocurre cuando existe un consenso político anterior, donde están de acuerdo las fuerzas mayoritarias, como sucedió con el plebiscito de mediados del siglo pasado. No es este el caso de hoy, cuando existe una honda división del constituyente primario frente a los resultados de la negociación habanera.

Como no se sabe cuántos sufragantes irán a participar, no es posible tampoco aventurar si, con base en las encuestas, se está o no llegando a la regla que, aunque todavía pendiente de sanción constitucional, exige un mínimo de trece por ciento de votos positivos con base en el censo electoral actual, unos cuatro millones trescientos mil votos, y la condición de que estos superen los negativos. Es lo que, precisamente, aún está por dilucidarse en la Corte Constitucional puesto que, a diferencia del miniplebisicito actual configurado en una intempestiva y arrevesada ley del Congreso, está por verse si la máxima corporación se rectificará de fallos anteriores y admitirá que la figura plebiscitaria sea tan ínfima como que ni siquiera obedezca a la definición de refrendación, es decir, una validación mayoritaria del pueblo sencilla y naturalmente determinada con base en el número potencial de votantes legítimos. El resto, si de la definición concreta se trata, no es refrendación. Porque no se trata de que el “sí” le gane al “no”, sino de que el “sí”, por su propia fuerza, obtenga las mayorías del censo electoral que permitan dar por aprobada la consulta al pueblo. Y ese número, por supuesto, tiene que deberse a la mayoría de votantes habilitados, tal y como estaba debidamente contemplado y ratificado por la Corte Constitucional en la ley anterior. Otra cosa son los tejemanejes de ahora que optan por el plebiscito pero desfigurándolo de cabo a rabo hasta el punto de reducir su exposición electoral, menguándolo y desnaturalizándolo.

La paradoja de las últimas encuestas es todavía mayor cuando se mantienen los índices gubernamentales por lo suelos, pero la única pregunta que destaca positivamente, entre tantas negativas, es precisamente la del plebiscito que de súbito incrementó más de 15 puntos, de 41 a 57%, en cosa de unos días. Si es así, quiere decir que la estrategia del Gobierno marcha a las mil maravillas. Que si bien el Presidente Santos tiene una imagen desfavorable, no así su proceso de paz que marcaría una ruta ascendente y geométrica. Al tenor de los sondeos recientes, pues, nada de acuerdos políticos, ni de políticas de Estado, ni de entrevistas con los opositores. Porque si de esas encuestas se trata, la paz ya está lista y cocinada.

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