¿La paz se firma?

Esta pregunta desconcertante no es mía; pertenece a uno de los cuadros de sabiduría simple y hermosa de la Negra Nieves, caricatura de la artista Consuelo Lago, querida amiga y virtuosa del arte pictórico en general. Hace unos años conocí algo de su pintura preciosista, con predilección por temas vegetales.

Quiso dar a entender la entrañable Nieves cuánto va de una firma convencional, protocolaria —muchos sapos tragados— a una verdadera paz, ahora cuando las heridas están aún abiertas, cuando lloran las madres y las viudas, cuando los años perdidos constituyen un dolor sordo e incurable para los antiguos prisioneros de los campos de concentración en la selva.

Se dirá que principio tienen las cosas y que debemos conformarnos por lo menos con eso. Con una escueta firma sobre unos papeles, por lo demás peligrosos. Que las armas estén guardadas por un tiempo; que los grandes resentimientos amainen y, sobre todo, que las generaciones pasen. Un tiempo tan largo se requiere para que haya paz, que llegará primero el metro a la ciudad de Bogotá.

No sólo la paz es difícil de conseguir, pero la firma misma tampoco está quedando fácil. La Justicia Internacional (CPI) parece atravesarse, con su enorme autoridad, en la suscripción de acuerdos finiquitantes y perdurables. Permanece al cuidado de las sanciones que se impongan a los delitos de lesa humanidad, que son mayoría entre los cometidos durante el llamado conflicto armado. Ahora bien, en la mesa de La Habana está latente la impunidad o la llamada justicia transicional, que poco se entiende. Pero se entendería menos que se lograra firmar un armisticio apresando simultáneamente a una de las partes: “gracias, señores, y dense presos”.

Esto se ha comentado varias veces, pues funciona con la lógica del columpio. Para bajarse de un columpio hay que detenerlo en la mitad, de modo que los dos del balancín puedan desmontarse. Y es difícil que las víctimas, en especial las que no son invitadas a La Habana, acepten esta solución, que no pasa por el derecho internacional y que sería un mal precedente para otros conflictos presumibles.

De modo que firmar la paz no lo es todo; la paz no se firma, como lo ha dicho Nieves. Y con voz estentórea el procurador general de la Nación, a quien el reelegido presidente Santos no ha podido desbancar de su respectiva reelección. El procurador ha dicho que si se firma una paz con impunidad, se estará firmando la guerra. ¡Jo!

Pero cárcel como tal no la habrá y tal vez lo que se dé sea una libertad compartida para todos. Pienso que aun los detenidos y condenados de las Fuerzas Militares —esto, sin compararlos con la insurgencia, lo que ofende su honor como defensores de las instituciones— abrigan una esperanza de volver a ser libres con lo que se pacte, paradójicamente, en las rondas de Cuba.

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