La política exterior

Excelente el editorial de El Mundo del pasado viernes, en el que pone de presente que la presencia de Putin en Suramérica y Centroamérica obedece a la necesidad de ampliar su mercado de armas.

Es evidente que con los mandatarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua, tiene el denominador común del autoritarismo, y su amistad con esos países le sirve para intentar recuperar el pasado de la URRS con una política expansionista que tiene como oponente a los Estados Unidos, quienes vienen en declive y están renunciando a ejercer la autoridad y poder que le dan el ser la primera potencia económica, política y militar del mundo.

Colombia, desde hace cuatro años viene cambiando radicalmente su política exterior, en la medida que se acerca a los regímenes autoritarios de izquierda y adecúa al país para que éste sea también un Estado como el venezolano o el cubano. Como van las cosas, la alianza estratégica que se tenía con USA para mantener y defender la democracia en nuestro territorio como elemento clave para que esta no sea no sea borrada de Latinoamérica, es un periódico viejo. No le interesa a nuestro presidente, pero tampoco a Obama. En ese orden de ideas, nuestro primer mandatario recoge el apoyo de Putin al proceso de paz con alborozo.

Un nuevo bloque de poder se está construyendo en Latinoamérica. La vieja OEA no sirve para nada y tiende a desaparecer, para ser substituida por organizaciones como Unasur, el Alba y el Celac, manejados por Venezuela y sus amigos. Y es en esos escenarios donde comienza a precipitarse el destino de Colombia. Su alineación total con los países de izquierda radical es cuestión de tiempo. Ya es decisión de nuestro gobierno fortalecer el papel de Unasur en el proceso de paz, y, para ello, si las cosas siguen como van, coloca al expresidente Ernesto Samper como secretario general de ese organismo, con la misión expresa de apoyar el proceso de paz, fundamento de la política exterior de este gobierno.

Pero al impulsar a Samper, divide aún más al país, porque ya hay colombianos eminentes, como el también expresidente Andrés Pastrana, que sienten que ese nombramiento es una ofensa para los colombianos, al menos, para la mayoría de ellos, por lo que significó para la nación,  su mandato, inevitablemente ligado al Proceso Ocho mil.

Que nuestra patria se polarice es un precio que el gobierno está dispuesto a pagar para alcanzar su proceso de paz. Pero es una determinación imprudente porque excluir a la mitad del país no puede conducir a una paz estable. Si este fuere el objetivo, el señor Presidente debería construir un consenso nacional para que fuera una paz apoyada por todos los colombianos.  Lamentablemente no es así y todo parece indicar que se tratará de una paz impuesta, con las consecuencias que ello implica para la oposición. Mala cosa.

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