La política no es para solistas

No basta con que el equipo de gobierno sea inteligente o suficiente. Es necesario, además, que sea coincidente.

Este domingo, la segunda parte de mi plática con Manlio Fabio Beltrones.

Canal 127 Sky y Cable. 19:00 horas.

Enrique Peña Nieto es un buen director de equipo político. Tiene previsión, tiene coordinación y tiene decisión. Ellos son tres elementos indispensables en la jefatura de gobierno.

En primer lugar mencioné la previsión, que no es pronóstico ni adivinación ni, mucho menos, profecía. La previsión es la adecuada mezcla de antevisión más anteacción. No consiste tan sólo en saber lo que va a suceder sino, también, en lo que va a hacerse cuando aquello suceda. Esa es la diferencia entre el gran profeta y el gran estadista. El profeta sabe lo que viene, pero lo acepta como un destino ineludible, mientras que el estadista, además de saberlo, lo quiere modificar. Es como Ortega y Gasset describe a Julio César en su Mirabeau.

A su vez, la decisión es la capacidad para convertir las ideas en acciones. Es aquella facultad que el propio padre del raciovitalismo describe como la capacidad fáctica y no sólo intelectual del hombre de gobierno. Es la virtud por la cual el estadista no se contenta con imaginar el infalible futuro de su nación, sino que se aplica a lograrlo en la realidad.

Por último, la coordinación. Porque no basta con que el equipo de gobierno sea inteligente o suficiente. Es necesario, además, que sea coincidente. Que tenga guía y dirección para que las aptitudes individuales se conviertan en virtudes de conjunto.

La historia política está de acuerdo en que los equipos de Benito Juárez y de Adolfo López Mateos fueron los mejores integrados de los siglos mexicanos XIX y XX, respectivamente. Pero toda su excelencia individual se hubiere esterilizado si no hubieren contado con la guía direccional de sus jefes.

Por eso, es de vital importancia, en la real política, conciliar el alcance de las ideas con la acción de los hombres. Porque la complejidad de las grandes sociedades modernas obliga a gobernar con miles de hombres, enclavados en los diversos poderes de las diferentes esferas de gobierno, cuyas ideas individuales, aun siendo valiosas, constituirían una debacle si no se contara con la eventualidad del consenso nacional, convertido en razón de Estado.

Alguna ocasión, por separado, hice una pregunta tanto a Enrique Bátiz, director y fundador de la orquesta sinfónica de mi estado natal, y a Miguel Bernal, director y fundador de la más importante orquesta de cámara mexicana. Ambos me confirmaron que, efectivamente, los directores de orquesta no señalan, con su batuta, las notas que se están ejecutando sino las que se van a ejecutar en lo inmediato.

Ello es de la mayor importancia para la coordinación y la armonía del conjunto. Pero, además, como toda obra artística, la ejecución musical requiere del toque personal de la inspiración, la pasión, el sentimiento, el estilo y todo aquello que imprime el sello individual que cada artista confiere al arte.

Porque esto no sería fácil y ni quizá posible cuando se trata de una obra colectiva y perentoria como lo es la interpretación musical. Cada uno de los 80 músicos aportando su personal concepción de la misma obra convertirían aquello en un aquelarre incongruente y espantoso. La más perfecta y bella de las composiciones musicales se volvería un esperpento inaudible. Pero, además, la perentoriedad haría que, en cada ocasión que se interpretara, se hiciera de manera distinta. Así, a todo ello, se le agregaría la inconsistencia.

Por eso, la interpretación orquestal tiene que ser la obra de su director. Un sólo carácter que, al ser acatado por todos, permita identificar cada estilo y cada mensaje de una misma composición y hasta de una misma orquesta, según sea quien la esté dirigiendo en esos momentos Herbert Von Karajan, Bernard Haitink, Daniel Barenboim, Seiji Ozawa, Leonard Bernstein, Thomas Beecham, Miguel Bernal o Enrique Bátiz.

Así es, también, la obra política y su dirección, muy especialmente la presidencial. El jefe de un gobierno es el único que puede anticiparse a lo que vendrá y, de esa manera, prevenir a sus ejecutores para que acierten en el tiempo, la cadencia, el modo, el tono y el ensamble de la actuación de los integrantes de un equipo político. Pero, además de la previsión, la ejecución política requiere, como la musical, del toque personal de la inspiración, la pasión, el sentimiento, el estilo y todo aquello que imprime el sello individual que cada estadista le confiere a su política, bien sea que se trate de Franklin  Roosevelt, Charles De Gaulle, Richard Nixon, Winston Churchill, Mao Tse Tung, Gamal Abdel Nasser o Plutarco Elías Calles.

Porque, al igual que con el equipo musical, la orquesta política descoordinada y desprevenida puede convertir el mejor de los proyectos políticos en un monumento de lo estúpido y de lo inútil. La más inteligente de las proclamas políticas se volvería insoportable si cada ejecutante actuara a su manera, a su antojo, a su gusto, a su conveniencia o a su criterio. La política es para equipos no para protagonistas. En eso reside la mayor virtud de los verdaderos directores de equipo.

Abogado y político. Presidente de la Academia Nacional, A. C.

w989298@prodigy.net.mx

Twitter: @jeromeroapis

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