La revolución de los incompetentes

El chavismo, agonizante con Chávez muerto, intentó sobrevivir con los argumentos de la paranoia y las excusas mediocres de los complots. Pocos creían que los ideologismos construidos desde el Socialismo del Siglo XXI fueran a tener vida tras la caída del caudillo, pero nadie pudo prever un final tan catastrófico, a oscuras, con las alacenas vacías y las oficinas públicas trabajando semanas de dos días. Un país entero que desciende al infierno en barrena mientras el mundo político espera la explosión.

Nuestros vecinos caminan al cadalso mientras persiguen un fantasma que fue el inicio del fin. Algunos lo añoran con su boina roja y sus discursos interminables, mientras otros tantos encuentran en él una sombra para descargar toda su desgracia. Los dos extremos se miran, furiosos, violentos, mientras la nación se derrumba. El país más rico del hemisferio convertido en un campo de guerra psicológico donde las batallas dialécticas han hecho más daño que los peores bombardeos.

Sin anclas, esa barca se ha ido al garete. Sentado en un trono ajeno, Nicolás Maduro posa de gobernante sin más mérito que la fidelidad al muerto, mientras expone una asombrosa incapacidad para dar un golpe de timón que evite la ruina. Sus consejeros parecen bufones de edad media que bailan mientras se incendia la corte y evitan aceptar una realidad que está apunto de aplastarlos.

En una actitud que reprochará la historia, el vecindario asiste como espectador impávido a la tragedia social. Ni los gobiernos hermanos ni los organismos multilaterales fueron capaces de ponerle freno al suicidio anunciado, en una mezcla de miedo y complacencia corrupta que provoca vómito. Son los venezolanos mismos, atrapados por una pesadilla que parece eterna, los que levantan las voces, una vez más, para exigir el fin de la estupidez.

Las filas, que en los últimos años fueron el símbolo de la ineptitud estatal, cambiaron de semblante la semana pasada. Esta vez se veía a centenares de miles de rostros dispuestos a entregar su firma para revocar la revolución de los incompetentes. Estaban agotados pero pacientes, iracundos pero esperanzados. Los alimenta la ilusión de vivir (ahora sí) la última de las horas finales por que no es posible –piensan ellos y pensamos todos– que con la balanza del lado del pueblo, la camarilla radical siga con las llaves de Miraflores.

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