La revolución del esquisto

La distribución conocida hasta ahora del gas de esquisto en el mundo augura un cambio considerable en la geopolítica internacional.

Con este nombre ha empezado a conocerse un cambio silencioso que alterará sin duda los equilibrios -y aún los desequilibrios- globales.

En el mundo parido por la revolución industrial, con la máquina como gran aporte al progreso, se inició también un vuelco sustancial al reemplazar la limitada fuerza del cuerpo humano que movió las herramientas en el pasado -con ayuda a veces de algunos animales-, por otras energías naturales que multiplicaron la potencia transformadora del trabajo. Primero fue el carbón, a fines del siglo XVIII. Casi un siglo después aparecería la electricidad y un poco más adelante el petróleo y el gas natural. Desde entonces se habló de una segunda revolución industrial.

El siglo XX vio enseñorearse a los hidrocarburos. La mayor parte de energía que hoy mueve la economía mundial tiene origen fósil. La disputa por sus yacimientos generó guerras y conflictos sin fin. Hitler se hundió en el pantano de Rusia buscando el petróleo salvador del Cáucaso, y en ese empeño perdió la guerra.

A medados de los años setenta de la pasada centuria, jeques fundamentalistas, izquierdistas alucinados y otras especies, agrupados en la OPEP decretaron impuestos expropiatorios al oro negro que las multinacionales extraían de sus suelos. Algunos ilusos presagiaron la ruina del capitalismo, su derrumbe final. Los recaudadores de aquella masa inimaginada de "petrodólares”, que no pocos teóricos veían como la redención del tercer mundo, a la vuelta de unos años, tras la borrachera inicial, terminaron igual de atrasados y dependientes de las grandes potencias. Mientras que éstas, superada la sorpresa inicial, reciclaron los "petrodólares" y vivieron una vigorosa recuperación, aupada aún más por la debacle de la URSS, el poder tras bambalinas que movía no pocos hilos de la OPEP.

Aún hoy día, connotados analistas adjudican a las ambiciones de las multinacionales y de Estados Unidos alrededor del petróleo, la mayoría de los conflictos del Medio Oriente. Se presumía que el agotamiento de las reservas mundiales de hidrocarburos dispararía los precios hasta niveles insostenibles. El creciente déficit de Estados Unidos, que importaba más de la mitad del petróleo que consumía, auguraba dificultades insalvables para la primera potencia mundial. Tiranuelos de distinto pelambre, desde Kadhaffi hasta Chávez, soñaban con la derrota cercana del imperio, y de cuando en cuando lanzaban bulliciosos chantajes.

Cuando todo presagiaba el declive postrero del capitalismo, consumido por la misma carencia del combustible vital, aparecieron de repente el gas y el petróleo de esquisto. Son hidrocarburos enquistados, por así decirlo, en formaciones rocosas y arenas finas, a gran profundidad, que aunque conocidos hace décadas, no se disponía de una tecnología para explotarlos comercialmente, de manera eficiente y compitiendo por precios. Esa tecnología ya existe y hace poco está funcionando. Estados Unidos a la cabeza, con Canadá, han empezado una carrera acelerada de explotación de yacimientos, que va a modificar por buen tiempo el panorama mundial.

El déficit energético de Estados Unidos ya está en retroceso. La producción de los nuevos yacimientos va sustituyendo importaciones y generará gas licuado excedentario para vender a otros países. Se estima que en términos netos Estados Unidos será autosuficiente antes de veinte años, y que las reservas comprobadas le aseguran abastecimiento por cerca de un siglo. El ciclo de altos precios de los hidrocarburos empezará una fase descendente y las antiguas potencias exportadoras del crudo verán esfumarse la bonanza de años pasados.

La distribución conocida hasta ahora del gas de esquisto en el mundo augura un cambio considerable en la geopolítica internacional. Los mayores poseedores del recurso son China y Estados Unidos, seguidos por países como Argentina, Sudáfrica, Australia, Polonia, Francia, Chile, Paraguay, Suecia, Pakistán, India, Brasil, gran parte ellos pobres en hidrocarburos. Venezuela y los grandes petroleros del Medio Oriente tienen escasas reservas de este nuevo recurso, lo mismo que Rusia. Japón, estiman expertos, será otro de los damnificados, por la escasez de hidrocarburos, y la dependencia del gas americano que seguramente tendrá que afrontar. De igual manera en Europa se pronostica que, salvo algunos países ricos en gas de esquisto, aumentará sus importaciones de Estados Unidos y reducirá las de gas natural de Rusia.

Aunque hay quejas sobre los efectos ambientales de las tecnologías aplicadas para explotarlo, lo mismo que dudas sobre la competitividad de los primeros yacimientos, lo indudable es que esta revolución avanza a trancazos y no va a detenerse. Los precios del petróleo no serán los altos de hoy por muchos años. Los países –incluida Colombia que al parecer puede tener reservas interesantes de gas de esquisto- deberán rediseñar sus estrategias económicas de largo plazo. La “locomotora” minera, basada sobre todo en hidrocarburos, como la que hoy vive nuestro país, pasará más temprano que tarde. Tendremos que mirar más hacia adentro que hacia afuera y encontrar cómo tan valiosos recursos pueden ser “sembrados” en nuestro propio suelo y generar por fin el anhelado desarrollo.

Las utopías que presagiaban el entierro pronto del capitalismo han sufrido otro mentís de la realidad. Dentro de una centuria, cuando estos yacimientos empiecen a declinar, la inventiva del hombre, acicateada por el mercado y la iniciativa privada, habrá encontrado otras fuentes de energía sustitutas, de la misma manera que pasamos del carbón y las máquinas a vapor al petróleo y al motor de combustión interna, y el capitalismo seguirá tan rozagante.

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