La segura inseguridad

La presencia del Estado es la manifestación de la seguridad. Esa es la resultante más imperiosa del pacto social o constitucional de la comunidad humana que se asienta en un territorio delimitado. La seguridad cubre a los individuos que viven en una determinada porción territorial que puede denominarse vereda, barrio, comuna, ciudad, provincia o región. En Colombia tenemos, grosso modo, un estado municipal, un estado departamental y un estado nacional, según las delimitaciones o jurisdicciones que se acuerden mediante las normas.

La ausencia del Estado determina la inseguridad. Las funciones de este que no se cumplen, sino que son malversadas por los funcionarios corruptos, no solo los de ventanilla u oficinistas, sino que abarca un cierto número de policías, jueces, fiscales y magistrados   En este marco se evidencia la inseguridad creadora de la desconfianza en el estado que se dedica a administrar el delito y no a combatirlo. Los calibradores de la opinión pública no pierden situación o coyuntura para medir las actitudes y opiniones sociales. Llevan a sus patrocinadores datos estadísticos de encuestas que premeditadamente se rigen por conceptos como “la sensación de inseguridad”, cuando la inseguridad es real.

La inseguridad no se cura con datos estadísticos ni con rezos al Señor de los Milagros de Buga o Girardota. La inseguridad crea personas que responden con la violencia inscrita en la legítima defensa. Deteriora los lazos de solidaridad que es la argamasa del vivir en comunidad. La falta de seguridad genera sentimientos de impotencia y de aborrecimiento que conducen a proponer medidas extraduras y aún por fuera de ley. Los izquierdistas de la Liga de los Caballeros Leninistas o de la Cofradía de los Boteros del Volga no incorporan la seguridad en sus discursos porque ese es un tema de la derecha.

Los gobernantes colombianos actuales, tibios y enteleridos, desterraron de su discurso le seguridad democrática y la seguridad ciudadana. Se les nota la asepsia ideológica desde el alcalde, el refinado gobernador y el emperifollado presidente. Soslayan la necesidad de combatir el crimen porque asocian pobreza y delito lo cual les impide formular un contradiscurso de políticas públicas sólidas. La ciudad, por ejemplo, es abordada por los concejales y los plurales funcionarios asignados a la seguridad desde el ángulo agudo donde no se ve el crimen organizado ni su relación con la pobreza y con los jóvenes sin ley y sin padres. Una simple mirada en gran angular nos indica a los ciudadanos que existe un enclave criminal dentro de los barrios y comunas cuyos habitantes son pobres, pero no delincuentes. En otras palabras, no es la pobreza, sino el crimen organizado que para sorpresa de la administración municipal, ha pactado un estatus de bajo perfil y disminución de homicidios. Los bandidos también tienen su lógica, tan diferente a los dueños de circo político.

El bajo mundo es más extenso que el “alto mundo” de las Interbolsas. Suele suceder que el bajo mundo descubre todos los días que si existe el crimen organizado de cuello blanco, ¿con cuál autoridad moral y política le van a platicar y sermonear los prohombres de la gran ciudad?

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